Si de alguna manera quiero conmemorar mis veinticinco años leyendo regularmente cómics, haría muy mal en olvidar a estos detectives de la T.I.A. Ellos fueron parte de mi infancia, cuando El Sulfato Atómico, la Máquina del Cambiazo o cualquiera de aquellas locas historias en las que se embarcaban hacían que mis siestas fueran un recital de risas y buenos momentos.
No tengo ni idea de donde salían aquellos cómics; Creo recordar que un tío mío (¡cuánto te echamos de menos!) los compraba y dejaba en casa de mis abuelos, a pocas manzanas de la mía. Por arte de magia terminaban por aparecer en mi salón. Los disfrutábamos mi hermano y yo a partes iguales, para luego hablar de lo bueno que había sido tal o cual aventura.
Dos tipos inútiles, que hacían gracia por el hecho de serlo, casi da pena mas que risa. Pero con apenas diez años, no me planteaba que detrás de aquella imagen estaba mucha de la España que tocó vivir al autor. No era algo visible explícitamente, pero se dejaba notar sutilmente.
El caso es que no se les podía llamar ni antihéroes; Eran Mortadelo y Filemón, dos de pedazos de personajes, feos y desgarbados, de cuyas desgracias nos reíamos. Con aquel ¡Jefe! de Mortadelo a Filemón, o los coqueteos de Ofelia, la inquebrantable fe del profesor Bacterio en sus inventos, o la compostura de El Super, uno de los personajes mas inteligentes que han poblado las páginas en blanco de cualquier cómic, sabedor de sus limitaciones y aún así, cumplidor de su deber. Sus “quería a los dos mejores detectives…pero les he elegido a ustedes”, eran toda una declaración de intenciones.
Hace mucho tiempo que dejé de leerlos. Supongo que quedaron atrás como tantas otras cosas. Su tiempo ha pasado.