Revista Empresa
Antes de empezar tengo que reconocer que José Antonio Marina es un pensador que me apasiona, y si bien tiene algunos libros que son demasiado densos, en general su forma de escribir, donde mezcla la filosofía, el lenguaje y los avances científicos, me gusta y me inspira bastante. Este libro aunque está orientado inicialmente para para “padres y docentes” con un objetivo educacional, tiene una gran aplicabilidad a los procesos de aprendizaje organizacional (pero aunque lo pueda parecer por el título no tiene nada que ver con el management). En él, de una forma amena y fluida, va un paso más allá de la inteligencia emocional de Goleman y del IQ (Coeficiente Intelectual) planteando un modelo avanzado de la inteligencia humana, donde existe un módulo superior por encima del dominio de los conocimientos, del control del cuerpo y las emociones, que es la inteligencia ejecutiva, la cual nos proporciona la capacidad de dirigir voluntariamente nuestros actos. Mariana define la inteligencia ejecutiva como la capacidad de inhibir los impulsos de nuestro inconsciente (la inteligencia computacional o generadora como él la llama) y de centrar nuestra atención en aquello que nos interesa en cada momento, para poder llevar a la acción aquellas acciones que de verdad queremos realizar. No es más inteligente el que más sabe, sino el que logra hacer lo que quiere con el conocimiento que tiene. Con este enfoque uno de los principales focos de desarrollo de las personas se debe centrar, tanto en sus edades tempranas como a nivel de adulto, en el autocontrol. En ser capaces de entrenar a nuestra inteligencia ejecutiva para que sea fuerte a la hora de no dejarse llevar por nuestros instintos inconscientes sino por los decididos voluntariamente (no comer un donut cuando hemos decidido ponernos a dieta, no fumar un cigarrillo cuando queremos dejarlo, ser capaces de correr por la mañana porque queremos estar en forma, etc.). Una idea que me ha gustado mucho es su defensa de la disciplina como elemento para lograr que los niños y los adultos sean capaces de ejercer su libertad (aspectos que en las empresas muchas veces se malentiende o se obvia). Marina, gran experto en el castellano, explica que el origen de la palabra disciplina viene de una contracción del verbo latino discere (aprender) y de pello (impulsar). Discípulo sería pues aquella persona impulsada a prender, y la disciplina la forma de hacerlo. La disciplina no es por tanto la tiranía del látigo ni la coacción del miedo, sino la suma de la fijación de límites con la propuesta de posibilidades. Marcar unas barreras y borrar otras. Encauzar y enseñar a volar al mismo tiempo, con un objetivo claro de traspasar estos conceptos y hábitos a la persona para lograr el desarrolla de esta nueva forma de entender la autodisciplina. Un libro muy recomendable si estás involucrado en procesos de aprendizaje, tanto de adultos como de niños. Depende del objetivo que busques cuando llegues a él, así te inspirará unas ideas u otras, y además con su parte web, te ofrecerá también diferentes herramientas y soluciones prácticas.