Revista Cultura y Ocio
Con casi dos semanas de enero encima y ya en el inicio de lo que promete ser un verano insufrible, vengo con mi recuento del año que pasó. Sí, que este tipo de entradas ya están a destiempo, pero nunca es tarde para un par de buenas recomendaciones. Así que hoja y papel —o app de bloc de notas en su defecto—, que no me esforcé en reducir un año de lecturas en escasos nueve títulos para que me dejen en doble check.
Comencemos con el único lanzamiento de este año que pude leer y logró colarse entre mis mejores lecturas: Las chicas de Emma Cline. La novela, aunque sea una ficción, parte de una historia de la que todos sabemos algún detalle: el asesinato de Sharon Tate, la esposa embarazada de Roman Polanski, y otras tres personas cometido por una secta liderada por Charles Manson. Cline no va por la que es quizás la opción más obvia, edificar a este ídolo de barro convertido en el mesías salvador de un grupo de chicas con flores en el cabello; sino que nos las presenta a ellas, sumergidas en sustancias sicodélicas, amor libre y los vibrantes años sesentas hasta la asfixia. Apasionante, brutal y rompedor, el debut literario de Cline no solo pudo conmigo sino que la ha convertido en una de las promesas de la literatura norteamericana. Hay que leerla.
Siguiendo con voces femeninas gringas, a esta lista se suma Nicole Krauss y su Historia del amor. Como bien dice su título, esta novela supone un homenaje al amor en todas sus formas, en el que podría ser su significado más puro. Krauss entrega una historia redonda, un tono muy íntimo y revela también mucho ingenio para entretejer todas y cada una de sus tramas. Dato divertido: mientras lo iba leyendo sentía una vibra muy Tan fuerte, tan cerca de Safran Foer, incluso el libro estaba dedicado a un tal Jonathan. Bastó una googleada para enterarme que estos autores están casados y publicaron ambos libros el mismo año con solo un mes de diferencia. ¿Que con qué parte del matrimonio me quedo? Con Krauss, infinitamente; Mr. Safran Foer es un poco demasiado presuntuoso para mi gusto. Mención especial a Rachel, amiga y librera, por la recomendación.
En lo que a novela gráfica refiere, destacan Alison Bechdel y Craig Thompson con sus indispensables Fun home y Habibi respectivamente. El primero, subtitulado en su traducción al español como Una familia tragicómica, supone un testimonio de la misma Bechdel: sus memorias gráficas alrededor de una fragmentada relación padre-hija. Los trazos sencillos del arte de esta novela nos llevan por ese incómodo viaje que es crecer, tocando temas duros como la salud mental o la homosexualidad de un padre. Una voz honesta y fascinante.
Habibi, por su parte, es un monumento de novela gráfica, una ambiciosa propuesta de más de 600 páginas que nos lleva a un paraje atemporal donde Dodola y Zam, dos esclavos, se conocen gracias a la casualidad o el destino, lo que decida el lector. Son estas mismas circunstancias las que los separan y los llevan a iniciar un viaje en solitario; extraordinario e inclemente a partes iguales. En este librazo los personajes sufren un desarrollo que te forma un nudo en la garganta, se manejan parábolas religiosas, el arte es deslumbrante, la cultura y tradición también tienen espacio; va por todo y lo hace bien. En pocas palabras: la mente de Thompson es una máquina que funciona a otra velocidad.
En el post de mis mejores lecturas del 2015 mencionaba que no había leído muchos cuentos, pero que en el 2016 me reivindicaría. Oh, inocente Fernanda que olvida lo que escribe minutos después, inocente alma joven que repite la historia. Y me tomo tan al pie de la letra lo de repetir la historia que vuelvo a incluir a Carver en este post, ahora con De qué hablamos cuando hablamos de amor. Qué sentimientos logran despertar los cuentos de este hombre, qué atmósferas, qué personajes; cómo se te meten por debajo de la piel, cómo se van dinamitando mientras te lo pierdes. Más cuentos suyos para mí, por favor.
Y así como hay lugar para autores predilecto, lo hay para una reivindicación: Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides —que, insisto, debió ser traducido como Los suicidios vírgenes y no de otra manera. Mi primer encuentro con la novela debut de Eugenides fue decepcionante, principalmente esperaba conocer más de las protagonistas y la mirada tan lejana de los narradores no me convenció. Sin embargo, al releerla dos años después ya sabía muy bien a qué me enfrentaba y ha sido como leer otro libro, o ha sido otra Fernanda la que se ha reencontrado con él. Me mantengo firme en que la primera mitad está mucho mejor construida que la segunda y que, en general, fallas tiene; pero esta vez prefiero quedarme con otra parte de Las vírgenes suicidas, como lo etéreo de sus protagonistas o lo cautivante que resulta la historia.
Cuando pensé en escribir esta entrada, uno de los primeros libros que se me vino a la mente fue Un mal nombre de Elena Ferrante; la autora fantasma que ocasionó un fenómeno mundial aka la #FiebreFerrante —aunque en Perú ha sido rebautizada como #PdfDeLasDeudasDelCuerpoDignidad. Aunque el primer libro es bueno, no fue sino hasta que llegué a su última oración que comprendí el bombo con esta saga. Y ese final solo es una probada de lo que se viene en el segundo, el que menciono en esta lista. Ferrante es de aquellas escritoras de mapa que ponen hasta el mínimo detalle por algo, de manera casi compulsiva. Leer sus libros es como ver una telenovela cuya línea argumental es tan simple como la historia de dos amigas, pero hay muchísimo más detrás de ellas. Está el machismo de la sociedad italiana del siglo pasado. la violencia de Nápoles, el viaje del autodescubrimiento, el amor, la traición. Y se sufre. Y no me refiero solo a los personajes.
Otro libro que se hizo de un espacio en esta lista es La insoportable levedad del ser de Milan Kundera. En dos líneas, la novela de Kundera sigue a dos parejas muy diferentes entre sí durante la ocupación soviética de Praga a finales de los sesentas. Lo que encontré genial de este libro es que el autor usa a sus personajes como peones para llegar a reflexiones muy profundas, muy agudas, realmente capaces de hacer que te replantees ideas que pensabas estaban muy arraigadas en ti. O por lo menos eso fue lo que ocurrió conmigo.
Hasta ahora, los títulos nombrados no han respetado ningún tipo de orden, pero la cosa tiene que cambiar. Lo mejor para el final, es hora del postre: porque si un libro se llevó mi 2016, ese fue La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Alexiévich. ¿Qué puedo yo escribir sobre los libros de esta mujer que no se haya dicho? Nada, absolutamente nada. Con cualquier apreciación me quedo corta.
Más de 500,000 mujeres soviéticas participaron en la Segunda Guerra Mundial, no solo como enfermeras sino como pilotos, soldados o francotiradoras. Ellas siempre estuvieron allí, pero sus voces parecen haber sido silenciadas históricamente hasta que Alexiévich apareció en sus puertas. Son cientos los testimonios que recoge este libro, uno más estremecedor que el siguiente, a forma de tardío homenaje a todo el sufrimiento vivido. Es un libro en el que no encontrarás los detalles de una batalla, sino el sacrificio de una mujer. No te narra proezas heróicas, te describe el sonido de los huesos chocando en un combate cuerpo a cuerpo.responder