Revista Salud y Bienestar
Todos los médicos hemos discutido en alguna ocasión con algún paciente; y el que diga que no o es que ha visto pocos o bien miente.
Hace algunas semanas me tocó a mí. Claro que no era la primera vez que me ocurría y, quizás por eso, lo vi venir: a veces puedes sentir cierta predisposición en un paciente hacia un enfrentamiento desde el primer momento de la consulta.
La experiencia es un grado y uno va aprendiendo con la práctica a evitar estas situaciones. Pero hay días en los que, tal vez porque te has levantado más irritable de lo normal o porque el paciente, con un comentario incisivo, te alcanza en tu punto débil, entras al trapo y la discusión se genera. Has caído en la trampa cuando piensas: "Tú, paciente, entras en una jungla que no es la tuya y tienes la osadía de plantarte ante el león y pisarle la cola".
Si caes en el vórtice de la discusión, es muy difícil salir de él, porque las dos únicas escapatorias son la resignación o la huída y generalmente ninguna de las dos partes está dispuesta a ello. Yo suelo escapar indicando al paciente que, si tan descontento está con mi praxis, que me ponga una reclamación, que discutiendo no vamos a solucionar nada, que mejor nos centremos en solucionar su problema y, que si no, las reclamaciones se ponen en la planta baja.
No hubo reclamación, pero puedo asegurar que el enfado me duró a mí más que al paciente. En concreto, porque estuve ofuscado durante cuatro días.
Tanto me duró el enfado, que me planteé si el motivo de que no se me pasara era que yo no tenía razón. Pensando acerca de la situación, recapacité acerca de qué era lo que me había llevado a ella. Y pronto me di cuenta de que el motivo era que estaba intentando tratar una enfermedad en un paciente conflictivo, cuando lo que se debe hacer es tratar a un paciente conflictivo con una enfermedad.
"Ver al paciente como conjunto" y "ver a los enfermos y no a las enfermedades" son axiomas que nos repiten hasta la saciedad en la Facultad y en los cursos de formación complementaria. Pero no ha sido hasta hace unas semanas cuando no he comprendido lo que realmente significan.
No es sólo tratar una enfermedad en un paciente de tales características, sino tratar una enfermedad en un paciente de tales características que cuando lo estoy viendo se siente de tal modo debido a tal otro motivo.
Procuré en mis guardias siguientes prestar atención a este aspecto. Ya no se trataba de taponar la nariz de un paciente hipertenso con una epístaxis del mejor modo posible, sino de taponar la nariz de un paciente hipertenso que se encuentra irritable y nervioso porque le da miedo la sangre del mejor modo posible. Ya no se trataba de sajar un absceso periamigdalino en una joven estudiante sin antecedentes de interés del mejor modo posible, sino de sajar un absceso periamigdalino en una joven estudiante sin antecedentes de interés que está preocupada porque desde las últimas horas no es capaz de abrir la boca y no sabe si se le va a pasar del mejor modo posible.
No eres capaz de discutir con una persona si, desde el primer momento, estás en un nivel superior. Pero no un nivel superior de autoridad, sino en un nivel superior en la relación, cuando conviertes la predisposición a la discusión en otro problema que abordar y resolver durante la consulta.
Y no quiero pecar de cursi, ni tampoco mi intención es intentar aparentar ser buen médico, pero desde que me esfuerzo en encontrar las diferencias entre los pacientes y tratarlos según estas diferencias, las guardias, que a estas alturas de mi residencia, se me antojaban rutinarias y repetitivas, han recuperado la capacidad motivadora que perdieron hace tiempo.