Por Hogaradas
Hace tiempo que quiero hablar de mis padres, y hace tiempo también que soy incapaz de hacerlo. Creo que cuando el sentimiento es tan grande cuesta expresarlo, encontrar las palabras adecuadas que reflejen todo cuanto sale de nuestro interior, además del miedo escénico que nos invade a la hora de hablar, en mi caso concreto, de quienes son mis guías y lo más grande de mi vida.
A mis padres les debo todo cuanto soy, y no tendré vida ni medios suficientes para agradecerles todo cuanto han hecho por mí desde el momento en el que en aquella noche fría del mes de diciembre vi la luz.
Desde aquellos tiempos lejanos de mi infancia, pasando por los de mi adolescencia y hasta llegar a la mujer que soy hoy en día, no recuerdo ni un solo momento en el que no hayan estado ahí, a mi lado, en los buenos momentos, que afortunadamente fueron los más, y en los malos, que también, todo hay que decirlo, los hubo.
No soy madre. Mi decisión dependió de varias cosas, pero una de ellas fue la enorme responsabilidad que tendría de por vida, y pensar que debería convertirme en un pilar firme, rotundo, fuerte, en la solución, en el aliento, en el camino a seguir para mi hijo o para mi hija. Quizás no me consideré tan fuerte par asumir el reto, ese que mis padres asumieron en su día, y que les ha hecho ser eso, la solución a todos mis problemas, la palabra adecuada, el gesto amable, la sensación de que a su lado todo es posible, de que junto a ellos jamás podrá sucederme nada malo, y que de ser así, siempre tendrá solución.
Distintos pero complementarios, al igual que Carlos y yo, dos personalidades diferentes que se atraen y que se complementan a la perfección, aportando cada uno lo que le falta al otro, mitigando lo que cada uno tenemos en exceso.
El día de nuestra boda fue sin duda uno de esos días hermosos, para recordar, sobre todo porque la fecha, muchos ańos después y por caprichos del destino, fue la misma, un 28 de octubre en el que solamente pedí que la vida me concediera el deseo de disfrutar del mismo amor y la misma felicidad que mis padres han tenido desde aquel día, mucho antes, y hasta este mismo instante.
Ańos antes también estuvieron presente en otro de los momentos más hermosos de mi vida, el de habitar esta casa en la que me encuentro hoy y que fue posible, como tantas otras cosas gracias a ellos.
Mis padres, qué voy a decir de ellos, podrían ser multitud de cosas, llenar folios y folios, todos ellos describiendo momentos felices, mágicos, inmensos, hermosos.
Mis padres, poco más hay que decir, mi guía y el amor más grande, intenso e inmenso de mi vida.