¡Guardo! ¡Qué tiempos aquellos!
Porque pasó hace mucho tiempo; porque mi memoria está llena de detalles y sucesos; porque no se olviden aquellas personas y sus hechos, y porque quizás a alguien le interese, voy a contaros mis recuerdos. Yo era un niño, y el año..., quizás el mil novecientos, o antes; sí, antes, dos o tres años al menos. El reloj de mi recuerdo es claro en el hecho pero duda de momento... ¡Disculpaz algún lapsus.
Puesto que de niño es el recuerdo, permitid que empiece por hablaros sobre algo que siempre ha sido atractivo en la edad infantil: las golosinas y Guardo tiene solera en su fabricación. El lugar era "La Cuesta". La Escuela estaba en el medio y muy cerca, por arriba y por abajo, las tentaciones: "Casa Uribe" y "Casa Molinos", respectivamente. La Escuela se hallaba instalada en los bajos del Ayuntamiento; a un lado la Escuela y al otro la cárcel "lección permanente". Toda aquella zona, era el centro comercial del Guardo de entonces. La Iglesia, el Ayuntamiento, la Casona... y luego, los mercados que no envidiarían nada a los de hoy. Había dos soportales o tendejones en la esplanada de la Casona y un portalón enfrente, al otro lado de la calle. Todos se llenaban de puestos y gentes que le daban un colorido y un sabor más personal que los actuales. Nuestro recreos, los disfrutábamos detrás del ayuntamiento y para ello, habíamos de pasar por delante de la primera tentación.
Creo que se llamaba Nicolás Uribe y vivía en la casa que fue después Rectoral del "Cura Pequeño" (¿porque era bajo de estatura o porque era el coadjutor?, eso es un secreto del habla del pueblo). Últimamente albergó ese edificio a la Administración de Correos, y hoy es vivienda de nuevo. La fachada ha cambiado; entonces contaba con un voladizo de dos habitaciones, sostenido por un par de fuertes columnas de piedra. En la portada se instalaba la maquinaria de la industria, consistente en un molino de rodillos metálicos para triturar el cacao, avellanas... y alguna bellota, según las malas lenguas del lugar; era movido por dos personas que accionaban sendas y enormes manivelas acopladas a pesados y no menores volantes, que mantenían un ritmo uniforme en la molienda.
La especialidad de Uribe, era el turrón de avellana, muy apreciado y que al precio de unas seis pesetas la pastilla de las de "entonces" (una libra de peso), vendía en la localidad y repartía por los pueblos limítrofes valiéndose de una caballería.
También era afamado por las exquisitas mantecadas que vaciaba y cocía en moldes de papel de "barba", con forma de alargado rectángulo, lo que las distinguía de las fabricadas por el no menos famoso Molinos, el cual las hacía cuadradas.
Imágenes: José Luis Estalayo
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