Revista Humor

Mis veranos.

Por Pitusandreu

Los míos eran veranos de sol y chicharras. De coger aliento en el camino de la Creu de Pedra a la sombra de la encina centenaria, dejando que el polvo blanco levantado por las bicis se hiciera uno con mi piel sudada. Crostra sobre las crostras de sangre de piernas y codos, señales de los intentos de nuevas piruetas con la bici en el campo de cross. Nunca conseguí las que quise, aunque conociéndome seguro que tampoco me la jugué lo suficiente. Eran veranos de piscina, de juegos en el agua, de volteretas y saltos. Eso sí se me daba bien. El agua. Esa piscina del pueblo que acababa comiéndose el polvo blanco de todos y seguía siempre tan azul. Misterios sin resolver. Veranos de meriendas a base de ColaCao y bocatas de Nocilla con los amigos, en mi casa o en la suya, mejor en la suya, se descubren más cosas nuevas, pero eso lo pensábamos todos o sea que alternábamos. Veranos de ir a comer uvas a la viña y zampárselas a toda prisa para que no te pillara el payés. De subirse al árbol a por las cerezas que los pájaros nos habían dejado, o de ir por el túnel de las zarzas a comer moras, el mismo túnel por el que hacíamos carreras hasta el lavadero que ya nadie usaba. De perder fortunas en inacabables partidas de Monopoly, de cobrar cientos de lentejas jugando a las cartas, de pasar mil horas hablando, mientras el día se iba callando, el sol se iba escondiendo, la luna saliendo y nuestras madres gritando "a cenar" desde el balcón. De sesiones dobles en el cine, con pelis de miedo o de Bud Spencer y Terence Hill. Veranos que no eran gratis, porque había que segar el césped, rastrillar el jardín, fregar platos, tender la ropa, recogerla, ir a devolver los cascos de Fanta, de CocaCola y de Vichy Catalán al colmado donde tenían caramelos que había que comprar a pares porque aunque ya no había céntimos todavía costaban cincuenta céntimos. De peseta. Ahí también comprábamos la leche de vaca vaca para nuestros desayunos. No a todos en casa les gustaba, por eso también ahí comprábamos la de brick brick. Y en las horas más duras de sol, cuando las calles ardían, cuando ni las sombras aparecían para dar cobijo a nuestras ansias de libertad, nos poníamos en la tele, todos a la misma hora, y mirábamos El coche fantástico. Y V. Y El equipo A. Y McGyver, por supuesto. Pero la quietud nos duraba un solo episodio. Quizá dos. Después, piscina, bici, moras, charlas, noche... Bueno, también estaban los cuadernos Santillana, pero de eso me acuerdo poco.

Eso eran mis veranos. Me he acordado de ellos cuando este verano he visto a mis hijos jugando con sus primos tal como salen en la foto.

Mis veranos.

Pero tampoco creo que lo pasen mal. Estoy seguro de que no son pocas las cosas que recordarán de sus veranos, y apostaría a que no todo se reducirá a sus pulgares. Un Like por eso. Lo de la foto son sólo sus "horas más duras de sol". Espero.

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