Revista Humor
La encontré en un callejón. No tenía ni la más mínima idea del peligro que corría al estar allí sola, a oscura.
Me observaba con unos increíbles ojos vidriosos. Tenía un aspecto bastante desencajado, su ropa estaba toda sucia. No calzaba sus zapatos y se cubría del frío de la noche con una caja de cartón.
Me acerque hasta que nuestros ojos estaban nivelados. No parecía comprender que estaba sucediendo. Sonrió inesperadamente y levantó el cartón para delatar su cuerpo.
Estaba cubierto de cicatrices y cortadas que aún no estaban curadas, incluso pude ver algunas muy pequeñas que sangraban ligeramente y muchos moretones.
Sin aviso levantó su mano frente a mi rostro, estaba toda rota, pequeños huesos sobresalían de la piel desgarrada. Aún así, ella me sonrió, considerando que la mayoría de sus dientes no estaban.
La levante en mis brazos. La cargue hasta que llegamos a la puerta de mi casa. Entiéndase que no todos los que entran logran salir de ahí.
Lo único que podía pensar era que aún cuando yo la ayudará, la limpiara, la curara de sus heridas, tal vez la noche siguiente cuando recorriera las calles en busca de una víctima la volvería a encontrar, quizás en peor estado.
La lleve al baño, la desvestí con delicadeza, le quite los trapos que cubrían su cuerpo, la coloque bajo el agua caliente y la bañe hasta que la mugre había desaparecido casi por completo.
La saque de la bañera, me dedique entonces a curarle sus heridas y a vendarle la mano. Deje que durmiera en mi cama. Me senté a observarla.
Cuando el amanecer se acercaba, camine hasta ella y con cuidado deje a la vista su cuello desnudo. Me arrollase y lo apreté sintiendo su delgada piel.
Lentamente ejercía presión en su nuca, hasta que ya no latía su corazón. El sol finalmente hizo su aparición.
Yo, cansado, me acosté a su lado...