Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
Mucho y de forma variada se ha utilizado la palabra “pueblo”, al punto que hoy puede significar cualquier cosa: la usa mariacorina, la usa el papa, también la menta cisneros o fedecámaras. Del lado bolivariano, “nuestro pueblo” se volvió una muletilla que aparece a diestra y siniestra. Es así, este vocablo y aquel otro con el que está fusionado, el “poder popular”, que se ha usado con igual ligereza, merecen discusión, requieren precisión. Veamos. Cuando decimos pueblo, o poder popular: ¿Estamos denotando algo estático, que siempre es igual en el tiempo y en cualquier lugar? ¿Es igual el pueblo de la Independencia al de hoy? ¿O el pueblo de Haití al de Alemania? El pueblo que construyó los barrios de Caracas, ¿era poder popular, lo es ahora, por qué, dónde está la diferencia? El concepto “pueblo” varía con el tiempo y el lugar, tiene relación con el sistema social imperante, con las relaciones de propiedad, con el tipo de relaciones humanas que de allí emane. Tiene historia y tiene relaciones. Si nos focalizamos en Venezuela podremos decir que los barrios son “pueblo”, pero también los obreros, la clase media, los campesinos. Por otro lado, los oligarcas no son “pueblo”, pero ¿quién es oligarca? En la Lagunita existe un consejo comunal, ¿es de oligarcas? Los millones que votaron por capriles ¿son oligarcas? La conclusión es que el concepto “pueblo” no nos ayuda mucho, no sirve para explicar las luchas sociales, ni la política. Hay que añadirle precisiones, o cambiarlo. Siendo así, se imponen exactitudes, el concepto “pueblo” debe venir determinado, precisado: ¿Quién es “pueblo”? ¿cuándo es “pueblo”? ¿dónde es “pueblo”? Podemos decir: “Pueblo consciente, organizado, disciplinado, combativo”. Pero consciente de qué, organizado cómo, disciplinado con quién. Todavía falta más precisión. El factor que nos puede ayudar es la vieja separación de la sociedad en clases, de acuerdo a la posesión de los medios de producción, y en el caso nuestro, de la proximidad con la renta petrolera, por la posibilidad de capturarla. Con este instrumento tendríamos los poseedores de la riqueza social y los desposeídos, los despojados de esta riqueza. Ya ésta sería una útil división de la sociedad. A los desposeídos podríamos llamarlos Pueblo. Y a los poseedores, oligarcas o burgueses. En el medio estaría la clase media. Pero aún falta precisión. Los desposeídos, para que la dominación de los poseedores se concrete, deben ser colonizados por la ideología del poseedor, del dominante. En otras palabras, el desposeído debe constituirse en su propio verdugo, en el mejor instrumento del poseedor, debe pelear en el bando de sus enemigos, de los oligarcas poseedores. Y la principal característica del desposeído dominado, engañado, es que acepta esa situación como natural, y como un asunto, no de relaciones sociales, sino de oportunidades de consumir, de apropiarse de los símbolos de poder que han instaurado los poseedores. Poseer da poder, ese es el signo de esto tiempos: ¡Vivir para poseer! Lo que sea, un reloj, un carro, una lancha, si posees vales, matar está justificado si es para poseer. De allí que los intentos de liberación de los desposeídos se reduzcan a un aumento de su capacidad de consumir, de poseer, así con estas migajas se mantienen dentro de las reglas, de la lógica de los poseedores, no sienten la necesidad de cambiar las relaciones sociales, no despiertan. De esta forma sus más heroicas batallas, sus movilizaciones sociales, son contra una tienda de televisores. Llamemos Pueblo, entonces, a los desposeídos conscientes de su papel histórico de cambiar las relaciones sociales capitalistas por unas relaciones sociales socialistas. Desposeídos que despertaron, que comprenden la necesidad de organizarse como un tejido social, de tener disciplina, de influir en la conducción de la sociedad. De aquellos que sienten que Patria es Humanidad. Este Pueblo es el Poder Popular, capaz de defenderse a sí mismo, de reconocerse… nunca será su propio sepulturero.