Y es que el supuesto artista callejero Banksy la ha liado parda: Se ha subastado un cuadro suyo en Sotheby's por un millón y pico de euros y nada más dar el martillazo final se ha autodestruido.
Así lo han dicho en todas las teles y radios: "Se ha autodestruido". Esa palabra me lleva, inevitablemente, a Misión Imposible: "Este mensaje se autodestruirá en cinco segundos". Qué bien me lo pasaba de niño con esa serie de televisión (y qué decepción y qué vergüenza ajena con las películas del guapito bajito, que la traiciona impúdicamente).
La admiración seguía en mi memoria muchos años después, cuando entre las decenas de personajes a quienes dediqué mi tesis doctoral estaba "el negro de Misión Imposible"
Hace años empecé a oír hablar de Banksy (y muy bien) en la radio. Contaban su anonimato voluntario y férreo, que en seguida me sedujo y me llevó al Coyote (sí, de acuerdo, soy más del Coyote que de Batman, podéis insultarme, podéis repudiarme), que el artista aprovechaba para criticar la sociedad, para lanzar un rápido mensaje de lucha y de esperanza y desaparecer. Eso me llenaba de curiosidad. Era como un superhéroe. ¿Le perseguía la policía? Por supuesto. Y además su arte era nuevo, revolucionario. ¿Cómo serían sus pintadas? No me las podía imaginar.
Así que cuando por fin vi una obra suya se me cayeron uno a uno todos los palos del sombrajo. El mensaje era bastante light, y en cuanto al estilo y al nivel de su arte pictórico cualquier dibujante de cómic es bastante mejor.
Sus supuestos dibujos reivindicativos y admonitorios no le llegan ni a la suela de la suela del zapato a Quino, a Schulz, a Watterson, a Chumy, a Mingote, a Forges... a nadie.
No lo entendí y no lo he entendido desde entonces. No le veo la gracia. Nunca se la he visto. Me parece un ilustrador correctito con un mensaje facilón. Nada más. Supongo que, como de lo que se trata es de quedarse con el público, de "contar una historia", su gracia es el anonimato, pero no lo usa para subvertir el orden, sino tan solo para decirnos: "Chicos, no seáis malos". Me parece el típico enfant terrible que engatusa a las marquesonas.
El otro día nuestro héroe ha protagonizado una travesura. ¡Ay, qué malote, qué picarón!
A muchos nos ha llamado siempre la atención que las obras maestras de los heroicos y revolucionarios artistas de la vanguardia que querían cambiar el mundo hayan acabado en los vestíbulos de las sedes centrales de los más grandes bancos y en las colecciones privadas de los multimillonarios, completamente desactivadas. Se ve que a Banksy le preocupa también esto y ha querido llamar la atención sobre ello con esta movida tan tocha:
La casa Sotheby's subastó un cuadro suyo (una copia sobre lienzo de uno de sus murales, que representa a una niña a la que se le escapa -o que suelta- un globo con forma de corazón). Finalmente se adjudicó por un millón y pico de libras esterlinas (digo lo del pico porque lo he consultado en varios sitios y dicen cantidades distintas).
Una vez terminadas las pujas y dado el golpe de rigor con el mazo, el dibujo empezó a deslizarse hacia abajo dentro de su marco, y a salir por la parte inferior a tiras. No se destrozó del todo. El mecanismo se paró a la mitad.
Mirad los gestos de consternación (menos la que habla por teléfono) tan como de ainsmamaporfavor telojuromariantonia. Épater le bourgeois.
Pensé que todo había sido tan rápido que a la compradora no le habría dado tiempo a pagarlo. Y, en todo caso, si lo había hecho le devolverían el dinero como fin de la broma. Unas risas y asunto concluido. Pero comprobé por 417ª vez que soy idiota: Con la tontería, ahora el dibujo rasgado por la trituradora vale mucho más
La compradora ha hecho negocio. Banksy ha hecho negocio. Sotheby´s ha hecho negocio.
Se supone que toda esta gansada ha sido una crítica al mercado del arte, y que el artista ha tangado a la casa de subastas, que se ha quedado sin efectuar la venta y ha visto cómo se le escapaba delante de las narices su suculenta comisión.
Pero no. Claro que no. La compradora paga encantada porque ya no tiene solo un cuadro del chico traviesillo, sino que tiene la propia travesura en su poder. Qué excitante es todo, qué bien gastado está ese millón y pico (tampoco tanto pico) de libras esterlinas. La coleccionista no ha comprado un dibujo. Ha comprado una anécdota, una broma, una historia que contar. Ha comprado una sensación de ligero escándalo, de suave excitación muy agradable. Ha comprado un cosquilleo. Ha comprado una obra que se ha hecho fugazmente famosa en todo el mundo. Y todo ello por menos de lo que vale un piso en un barrio medio bueno. Un chollo.
Esta última foto me parece soberbia: Vamos a reírnos del mercado del arte, de la casa de subastas, de la coleccionista e incluso vamos más allá. Vamos a reírnos del capitalismo, de la sociedad, de la propiedad privada, de la solemnidad, de la cultura, de toda esta mierda. Vamos a destruir nuestra propia obra. Pero el sistema no se inmuta. Una vez destruido (tampoco mucho) el dibujo, los empleados de la casa lo toman con guantes de algodón, con delantal, con mimo, con simétrico protocolo, con respeto ceremonial. Les importa una mierda si es un banksy o un velázquez. Qué más da. Es pasta, y, por encima de eso, es pasta revestida de dignidad. Es la magia del arte, incluso (y sobre todo) del sucedáneo del arte. Es la puñetera magia del dinero.
Verdaderamente, intentar molestar a la sociedad capitalista y alienada es una misión imposible. Es bastante más fácil buscarse un chiringuito, el que sea, desde el que chupar del bote.
¿Crítica al mercado del arte? Ay.
Nota.- En este artículo Joaquín Jesús Sánchez lo cuenta mejor que yo. (Clicad aquí).