Revista Cine
Cuando terminé de ver la más reciente entrega de la saga blockbuster-autoral Misión: Imposible - Nación Secreta (Mission: Impossible - Rogue Nation, EU, 2015) lo que me quedó claro es que la única y auténtica misión imposible es que la estrella estadounidense más poderosa y bajita del orbe protagonice alguna vez un torpedo interpretando el personaje de Ethan Hunt. He anotado que estamos ante una saga blockbuster-autoral y esta afirmación no es ningún oxímoron: la quinta Misión: Imposible funciona como una eficaz máquina de hacer dinero -en apenas cuatro días los ingresos mundiales han llegado a 121 millones de dólares- sin dejar de ser, al mismo tiempo, una depurada obra autoral de un todopoderoso actor-productor-estrella que asume a su personaje como una extensión de su propia figura pública. Más allá de los defectos y virtudes de la serie televisiva original, a estas alturas del juego es obvio que Ethan Hunt es Tom Cruise y nadie más.Cruise, como estrella/productor, ha sabido elegir en cada entrega a un cineasta distinto que revitaliza la fórmula sin cambiar en un ápice el elemento central: él mismo y su lucimiento. En esta ocasión, el encargo recayó en el oscareado guionista (por Los Sospechosos Comunes/Singer/1995) y ocasional cineasta Christopher McQuarrie, quien ya había dirigido a Cruise en el muy satisfactorio thriller Jack Reacher: Bajo la Mira (2012). En Misión: Imposible - Nación Secreta McQuarrie demuestra no solamente que puede dirigir escenas de acción como el que más -yo diría: mejor que varios Nolans- sino que, además, sabe abrevar de los clásicos del género para saquearlos con proverbial elegancia. Así, entre las innumerables corretizas de Cruise y las varias misiones "imposibles" que atestiguamos -que si subirse a un avión que está despegando, que si cambiar un chunche por otro buceando bajo el agua y sin oxígeno a la mano-, McQuarrie -autor también del guión- se da tiempo de homenajear a Hitchcock -la secuencia de la Ópera de Viena que nos remite a El Hombre que Sabía Demasiado (1956)-, recordarnos El Satánico Dr. No (Young, 1962) con Rebecca Ferguson saliendo del agua en bikini, y remitirnos a los oscuros tejes/manejes del espionaje británico con la oleaginosa presencia de Simon McBurney como el Jefe Atlee, personaje que bien pudo haber aparecido en cualquier película o serie televisiva de la saga Smiley de John LeCarré. A propósito de Hitchcock: el McGuffin de esta quinta entrega de Misión: Imposible es cierto archivo que el villano en turno -un espía renegado llamado Lane (Sean Harris)- quiere conseguir a toda costa y para ello logra que Ethan Hunt lo robe y se lo entregue, con la ayuda de la espía doble británica Ilsa Faust -ah, qué bonito nombre-, encarnada -ah, qué bonitas carnes- por la ya mencionada actriz sueca Rebecca Ferguson. Es cierto, la historia, sobre un sofisticado Sindicato de malandros dirigido por el tal Lane -una suerte de cerebral Dr. Mabuse del nuevo siglo-, enfrentado a lo que queda de la arrinconada Fuerza Misión: Imposible liderada por el rebelde Hunt, es rutina pura, pero no la impecable ejecución de McQuarrie ni, mucho menos, el convencimiento de todo el reparto, acaso contagiado por un irrefrenable Tom Cruise que, en cierta escena clave -y, sospecho, antológica- es nombrado por otro personaje como "la viva manifestación del destino". Pero, ¿no son así todas las grandes estrellas de cine?