Es sorprendente como Tom Cruise ha logrado desafiar las expectativas de una franquicia que en un principio no tenía demasiadas esperanzas de vida. Después de dos primeras películas que se hunden en la confusión de su libreto o excesos
de dirección con John Woo, no fue hasta la tercera oportunidad cuando el mismo Cruise como productor resucita una franquicia con el entonces novato director J. J. Abrams, y de ahí en adelante logra tener un éxito generalizado al cual le debemos las secuelas.
Porque seamos sinceros, Misión Imposible jamás ha estado dentro de las prioridades de la audiencia. Es cierto, la tercera parte logró salvar la vida de la franquicia, pero jamás como para volverse una cita obligada en el cine. Apenas fue con el director Brad Bird y su Protocolo Fantasma, cuando la saga se consolidó como una a la cual hasta los críticos podían recomendar.
Y es así que llegamos a la quinta secuela de una saga que funciona como la serie de televisión que la inspiró. Cada una de las películas se desenvuelven como capítulos separados, donde lo poco que tienen en común, son los protagonistas que se van agregando en el camino.
Entonces, para mantenernos atentos desde el principio es necesaria una secuencia de acción que se vuelve en la identidad del filme y que requiere a Tom Cruise incrustado en el fuselaje de un avión en pleno inicio de vuelo, nada más para despertar a la audiencia y ver la cara de terror del actor en la publicidad. ¡Muy bien!
La trama es un reciclaje de pasadas entregas y en general del género del espionaje. Otra vez un agente secreto es perseguido por el gobierno al quien sirve, su agencia de espionaje amenazada en ser eliminada del presupuesto, sin recursos y con solo un pequeño grupo de amigos que lo ayudan a descubrir la nueva supermalvada organización secreta que desea gobernar el mundo.
El rostro del nuevo plan de villanía es Solomon Lane (Sean Harris), un hombre con una voz irritada que demanda jarabe, pero de mente brillante para lograr reunir un grupo de ex-agentes secretos llamados “El Sindicato”. Su capacidad de predecir los movimientos de sus adversarios lo hacen tan temible que el director opta por mantenerlo en las tinieblas y guardarlo hasta el final.
Esperaba más del auto llamado Sindicato o la tan publicitada nación secreta. Con el simple nombre prometía tener el mundo a sus pies y con el Armagedón a la vuelta de la esquina. Pero que le vamos a hacer, ya en estos tiempos lo villanos no se dan tan fácilmente, y las organizaciones del mal en la actualidad son tan incompetentes, que duran una película. A lo mejor Spectre va a tener mejor suerte en un par de meses.
Lo que si vale la pena es la inclusión de Ilsa Faust (Rebecca Ferguson) como la rompecorazones de Ethan y compañera de aventuras. Jamás en toda la saga había tenido una co-protagonista que por lo menos estuviera a la par y no fuera la dama en desgracia. Lo interesante es que hasta se le ofrece una mayor cantidad de tiempo y en lo personal ayuda en el transcurrir de los minutos.
Con la inclusión de Ilsa durante la mayor parte de la trama, el resto del equipo sufre en su tiempo de exposición. Los principales damnificados son el veterano Ving Rhames, como miembro vitalicio de nostalgia; y el actor Jeremy Renner como burócrata y no tanto como el supuesto repuesto de Cruise. En realidad, me daba igual el tiempo que les dieran a los dos ya mencionados. Lo bueno es que no intentan incluirlos por obligación, aunque su presencia se vuelva más relleno que por necesidad. De todas formas, lo que me agrada de esta secuela es que al menos tiene la inteligencia de saber que es lo que funciona y que es lo que ayuda al público para obtener una experiencia plena.
Claro ejemplo es la que quizás sea una de las mejores secuencias de la saga que involucra la cacería de asesinos dentro de la Ópera Estatal de Viena. ¡Y es gloriosa! Llena de intriga, emoción, suspenso, todos esos calificativos que hubieran sido perfectos tratándose del clímax de la película. Seguimos con otra secuencia que involucra el sumergirse en un tanque de agua y una persecución en motocicletas tan bien editada que llegamos desde el centro de la ciudad, hasta las montañas de Marruecos en pocos minutos. ¡Vaya que esas máquinas son veloces! Hasta que llegamos al desenlace que tristemente palidece con el resto de la adrenalina que nos venía proveyendo la película.
Descubrimos que el villano no resulta ser tan inteligente como parece y el libreto de Drew Pearce y Will Staples sufre un descalabro al convertir Ethan Hunt en una memoria USB. No suficiente, utilizan el cariño que le tenemos al personaje de Benji Dunn (Simon Pegg) como manipulación para apalancar unos últimos minutos que no son tan intensos como los que nos tenían acostumbrados.
De todas formas, no deja de ser una buena secuela gracias a la intensidad de un Tom Cruise que no demuestra sus años y el trabajo del director Christopher McQuarrie que elige construir secuencias con inteligencia y dejando a un lado los efectos visuales solo cuando sean necesarios.
Comparando este filme con el resto de la saga, esta vez no logra superar el buen sabor de boca que dejó Protocolo Fantasma, de todas formas, mantiene el interés y no dudaré en mantener una mente abierta para la siguiente secuela.