Revista Comunicación
CONCLUIDOS, QUE NO OLVIDADOS, los fastos futbolísticos, es tiempo de volver a la cruda realidad. Guardado para mejor ocasión el cartel de "Cerrado por fútbol" y lejana ya la sintonía de las vuvuzelas, llega el momento de la normalidad. A punto de meter el bañador en sus maletas, Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero tienen que pasar antes por el trago de su particular examen prevacacional en un combate que se presenta crucial. Ambos se juegan mucho, aunque será el aspirante el que más tenga que arriesgar para sacar de sus casillas al inquilino de la Moncloa.
El presidente del gobierno llega a esta cita reconfortado por el éxito de la triunfante selección española de fútbol, sabiendo como sabe en su fuero interno que acertó de pleno retrasando la fecha del Debate. El presidente del PP tratará de placar a Zapatero para que no se le escurra como la enjabonada pelota de Adidas, la tal Jabulani, que tanto desconcierto ha sembrado en el reciente Mundial. Rajoy sabe que se la juega; estamos en el ecuador de la legislatura y ya va siendo hora de que la alternativa de oposición se pueda ir visualizando más allá de su cansino "no a todo".
A la espera de que el árbitro José Bono dé por comenzado el encuentro con su pitido inicial, se nos plantean varias dudas. ¿Saldrá Rajoy como Holanda, intimidando al contrario y castigando las espinillas de de un Zapatero en horas bajas? o, por el contrario, ¿tratará el líder de la oposición de mantener la pelota, conociendo de sobra que el presidente juega medio lesionado por la crisis y con poca capacidad de remate?. ¿Y Zapatero, qué hará el presidente del gobierno? ¿Saltará al campo con el juego preciosista del Barça, pese a gol del Estatut? ¿Irá de héroe solitario y discreto, víctima de los golpes de la economía, dispuesto a darle la vuelta al partido?
Atemperada la sobredosis de nacionalismo español de los últimos días, comienza ese otro espectáculo, más fugaz, menos vistoso. A falta de fútbol habrá que conformarse con el ruedo de la política, qué remedio. Lástima que el torneo que arranca hoy en el Estadio de la Carrera de San Jerónimo no vaya a concitar ni unanimidad, ni éxtasis, ni tampoco aclamaciones. Empieza el Debate sobre el Estado de la Nación, terminan la autoestima colectiva y el efecto adormecedor de la marea roja. Ningún país es perfecto.