Habíamos llegado a última hora de la tarde.
Después de cenar salí hacia mi primer hogar.
Era de noche, llovía con fuerza y a través de la ventana, una cortina imparable iba resbalando en el cristal hacia el jardín .
Dentro, la mansión abandonada y las dos figuras suspendidas en la belleza inquietante de la pared alumbrada por velas agitadas temblando en la humedad del vacío y los años.
Mis ojos se iban llenando de historia vacilante solo velada por palabras añejas y lejanas excluidas de la escena.
Con una lámpara de gas antigua fui subiendo por la escalera, necesitada de ellos. Llegué a la habitación donde había ocurrido, me faltaba aire y el corazón lo sabía. Olía a un ahogo rancio y espeso.
Allí, permanecía la cama deshecha cubierta de años y aislada del mundo sin más siluetas que las suyas.
Fijé la mirada y todo empezó a cobrar vida, como dentro de una bola cristal:
"Ella estaba estirada inerte con un brillo fijo en los ojos de caoba, él golpeaba insesante sobre ella que apenas movía los labios, sacudiendo y asediando sin reparar en la demora de respuesta.
La gran tormenta asolaba la mansión mentras él seguía rompiendo la noche hasta el grito salvaje.
El impacto del sonido agudo y agreste alarmó al servicio y se fueron encendiendo las llamas que llegaron titilando dementes hasta el arco de la puerta."
Un trueno. Como una burbuja se rompió la bola de cristal y todo se volvió a centrar en la cama vacía y sin vida.
Miré alrededor, fotos ocres con sonrisas y miradas secretas.
Tules y encajes deshechos.
No recogí las fotos. No sé por qué ya nada me retenía ni tampoco la necesidad de saber.
Cerré la puerta gastada, subí al coche y conduje de memoria hasta el pueblo.
En el hotelito, Leticia quso saber.
-Nada, ningun indicio.
-¿Escuchaste el llanto?
Hacia 24 años, ya adolescente, que la policía la había interrogado junto a la niñera. Nunca se supo qué había pasado con sus padres. Jamás encontraron sus cuerpos. Ninguna señal.
El servicio desesperado respondía que nadie había salido en esa noche de los demonios. El mayordomo estaba despierto aún en su habitación y quedaban dos criadas disponiendo el desayuno de la mañana.
Le contaron que la niña de un año no estaba sana y salva cuidada como siempre por Leticia. La encontraron empapada en el jardín sin ninguna explicación, salvo la actitud de la niñera que salió a buscarla enloquecida.
Desde ese instante cada noche de tormenta un grito salvaje se une a un llanto infantil en el desamparo de las tierras abandonadas.
Solo queda eso de mi pasado junto a una mansion abandonada y un llanto mío que no puedo oír.
La casa de El Cojuro.
No tiene nada que ver en esta historia, pero es muy interesante y lucrativa la suya.