Revista Cine
En mi lista de lo mejor del año pasado apareció hasta arriba. Exhibida en la 53 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional, ha vuelto a exhibirse, aunque sea solo de forma limitada, en el propio circuito alterno de la Cineteca. Se trata, por supuesto de Misterios de Lisboa (Mistérios de Lisboa, Portugal-Francia, 2010), chorrogésimo largometraje del prolífico cineasta chileno recién fallecido Raúl Ruiz. Al inicio de esta cinta, el ubicuo Padre Dinis (Adriano Luz) afirma que “todo es posible”. Un poco más tarde, que “el misterio es provocador”. Al final, uno podría agregar, desde la butaca, que todos estos misterios provocadores y que no conocen lo imposible, son además, adictivos. Uno permanece en trance viendo la pantalla durante los 272 minutos de duración de esta película y, cuando la cinta termina para irse a blancos, uno desea ver más. No hay problema: Misterios de Lisboa está disponible, también, en su versión original para televisión, en seis capítulos de una hora cada uno. El filme-despedida del inagotable Ruiz está basado en la homónima novela decimonónica de Camilo Castelo Blanco y supongo que algo de la laberíntica narrativa de la cinta proviene del libro: amores prohibidos y perseguidos por la adversidad, hijos que no conocen a sus padres, insólitos re-encuentros paterno-filiales, matones redimidos que se transforman en defensores de honras, villanos que piden perdón en su lecho de muerte, triángulos amorosos que tienen como telón de fondo el imperio napoleónico… La estructura narrativa que plantea Raúl Ruiz para contar esta historia orgullosamente folletinesca es de un barroquismo abrumador: el narrador en off de la cinta, el niño sin nombre Joao luego llamado Pedro (Joao Arrais de niño, José Alfonso Pimentel de adulto) le cede la palabra al misterioso padre Dinis –que veremos que tiene más de un rostro y de una voz- y el sacerdote se la cede a un amante perseguido, a un anciano fraile, a una mujer sufrida y a quien se acumule esta semana. Así, entre flash-backs dentro de flash-backs, con historias que se van engarzando caprichosamente, con descubrimientos de último minuto que ni a Yolanda Vargas Dulché se le hubieran ocurrido, Ruiz realizó su última obra maestra, un culebrón melodramático postmoderno filmada con un virtuoso estilo tableau, con tomas largas y sostenidas, y con cámara y actores moviéndose continuamente en un maravilloso ballet de figuras, miradas y emociones. Además, tratándose de Ruiz, Misterios de Lisboa es antes que nada y después de todo, una reflexión sobre la representación fílmica, una mise-en-abyme que nos deja, al final de cuentas, preguntándonos que acabamos de ver, quién nos contó qué cosa y en dónde estamos parados. Y es que con Ruiz, la narración fílmica es “artificio… es polvo, es sombra, es nada”.
Misterios de Lisboa se exhibe en las salas alternas de la Cineteca Nacional como el IFAL y The Movie Compay.