Mistress America tiene el peso de un cuento corto. Un relato ligero y aparentemente intrascendente como el que la protagonista de la película acaba publicando con el mismo título. Una ficción en la que hay personajes tomados directamente de la vida, pero en la que también hay lugar para la fantasía. Todo fluye de forma algo inocente, sin dramas, libremente como el juego de soltar ideas que practican en algún momento los dos personajes principales. Ya conocemos a Noah Baumbach. Mistress America tiene mucho de la Nouvelle Vague. Aunque las comparaciones con Woody Allen suelen aparecer cuando se habla de su obra y él mismo cita a John Hughes como influencia.
El director y guionista -junto a Greta Gerwig- reincide en el tema de la amistad (rota) por lo que Mistress America bien podría formar una trilogía con Frances Ha (2012) y Mientras seamos jóvenes (2014). Brooke -interpretada por Gerwig- no está demasiado lejos de Frances, ambas son carismáticas jóvenes desorientadas que han alcanzado los 30 y sienten que el tiempo se les acaba. Y como Josh (Ben Stiller), aquí Tracy (Lola Kirke) es una persona creativa que necesita expresarse artísticamente, pero no logra conectar con su "público".
Baumbach consigue de nuevo que queramos vivir en ese Nueva York -idealizado- que suelen habitar sus personajes. Y nos deja, como siempre, varias frases de esas que te gustaría ser capaz de decir con la misma gracia. No se puede, confiad en mí, lo he intentado.-AVISO SPOILERS-
Me hizo pensar Mistress America en el concepto de amor líquido que propone el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. No os asustéis, lo he sacado de la Wikipedia. Bauman asegura que las relaciones interpersonales en la postmodernidad "están caracterizadas por la falta desolidez, calidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreas y con menor compromiso". Es quizás esta la manera de comportarse de Brooke, que se hace amiga instantáneamente de Tracy, con la excusa de que sus respectivos padres planean casarse (estos, por cierto, se separan luego como si nada). Brooke tiene un novio griego, ausente, que la abandona cuando descubre -en una red social- una foto suya besando a un músico. Brooke no siente pena tras esta ruptura, pero sí lamenta que su novio retire su inversión en el proyecto de su restaurante soñado. Algo similar le había ocurrido antes con otras dos personas: la que fuera su mejor amiga, Mamie-Claire (Heather Lind), ahora casada con su exnovio, Dylan (Michael Chernus). Y también, claro, Brooke "rompe" con Tracy cuando descubre que esta la ha utilizado para inspirarse y escribir un cuento en el que disfraza de ficción lo que realmente piensa de ella. Las relaciones superficiales no soportan las verdades. Por eso Brooke no intenta arreglar las cosas con Tracy. Simplemente se enfada y pasa a otra cosa. Sigue con su vida. Abandona todo: a su novio, a sus amigos, a sus sueños, con demasiada facilidad. Es Tracy la que arregla finalmente las cosas con Brooke, aún creyendo que no le ha hecho nada malo. Porque la joven sí ha sentido la pérdida de su amiga y casi hermana, lo que me hace pensar que querer de verdad es un defecto en los tiempos del amor líquido.