Revista Cultura y Ocio
A finales de los años 40, el veterano de la Segunda Guerra Mundial Joe Teague vuelve a Los Ángeles para encontrarse una ciudad que no reconoce, consumida por los pulsos de poder entre el departamento de policía para el que ahora trabaja y la mafia judía liderada por Bugsy Siegel. Teague recuperará fragmentos de su antigua vida mientras intenta decidir cuál de los dos bandos merece su lealtad.
El caso de la serie Mob City es, cuanto menos, curioso. Frank Darabont, responsable de la obra maestra Cadena perpetua, no se prodigaba demasiado en el cine desde que se despidiera con la pequeña joya de La niebla. A finales de 2010, el cineasta regresó a la primera plana del entretenimiento gracias a su labor como productor, guionista y director de la primera temporada de The Walking Dead, que adaptaba el famoso cómic de Robert Kirkman. La segunda temporada resultó demasiado irregular y carente de rumbo, y puede que esto, sumado a otros motivos no esclarecidos, propiciaran la nada amistosa marcha de Darabont de la ficción, que por suerte tomó un nuevo rumbo tras su despedida. Mientras los zombis arrasaban, Darabont se embarcó en otro proyecto televisivo: Mob City, adaptación de la novela L.A. Noir (independiente del logrado videojuego de Rockstar) que relata las actividades de la mafia en Los Ángeles durante la década de 1940. El proyecto tardó dos años en completarse, y finalmente se estrenó en el canal estadounidense TNT durante diciembre de 2013. La cálida acogida inicial de la audiencia dio paso a un cierre inaceptable para los exigentes estándares de la televisión norteamericana actual, lo cual propició la cancelación de la serie con sólo una temporada de seis episodios.
Debido a esta turbulenta historia, tardé en decidirme en dar una oportunidad a la serie. Mi primera reacción al comenzar a verla fue el escepticismo. Mob City recurre a las convenciones clásicas del género negro, que sigue al pie de la letra sin darles vuelta de tuerca alguna como sí hacen otras ficciones (por ejemplo Fargo, tanto la película original como la reciente serie). Nos presenta a un protagonista de moral ambigua que se mueve entre dos mundos no tan distantes como aparentan serlo: el de los policías y el de los gángsters. Hay una mujer fatal que se alza como heroína, matones sanguinarios, soplones ambiciosos y jefes del crimen organizado convertidos en empresarios (¿o era al revés?). Además, curiosamente retoma personajes históricos pertenecientes al período que une otras dos ficciones recientes del género como son Boardwalk Empire y la penosa Gangster Squad.
El comienzo de Mob City resulta tópico y anodino, si bien está rodado con soltura y goza de una puesta en escena eficiente. No alcanza los niveles de calidad interpretativa, de transgresión ni de diseño de producción de las ficciones estrella de canales como HBO, pero a medida que avanzan los seis episodios de Mob City, las tramas se enredan, los protagonistas muestran pliegues que les vuelven más interesantes, la violencia asciende, y todo concluye en un final de infarto que mezcla ficción con hechos históricos como son la creación de la División de Asuntos Internos y el destino de Bugsy Siegel. Con sólo media docena de capítulos, el nuevo trabajo de Frank Darabont nos deja una trama cerrada, un par de tiroteos resueltos con ingenio, y un reparto ajustado. En este punto cabe mencionar el trabajo simplón de los televisivos Neal McDonough (Hermanos de sangre), Milo Ventimiglia (Héroes) y de Robert Knepper (Prison Break) haciendo otra vez de malo, y el del amuleto de Darabont Jeffrey DeMunn (The Walking Dead). Quienes sí destacan y roban planos son la versión de Bugsy Siegel que compone un recuperado Edward Burns y la heroína de Alexa Davalos (La niebla), quien ojalá se prodigara más en el cine; mientras que Jon Bernthal (El lobo de Wall Street) aporta poco a su papel de tipo duro ambiguo. Como curiosidad, Simon Pegg aparece en un par de episodios a modo de cameo.
Tras una carrera accidentada, los aciertos de Mob City pesan más que sus puntos débiles. Su final prematuro le garantiza un puesto de honor en el grupo de las pequeñas series con corazón, junto a las también encomiables Lights Out (El declive de Patrick Leary) y Hatfields & McCoys. Una modesta ficción que reivindicar y disfrutar.
Ficha de la película.