Revista Opinión

Mobi Dick 2 Resumen

Publicado el 24 febrero 2020 por Carlosgu82

Abandonando la buena ciudad de los antiguos Manhattos, arribé debidamente a New Bedford. Era una noche de sábado, en diciembre. Muy decepcionado quedé al saber que el pequeño paquebote para Nantucket ya se había hecho a la vela y que hasta el lunes siguiente no se ofrecía medio de alcanzar ese lugar. Como la mayor parte de los jóvenes candidatos a las penas y castigos de la pesca de la ballena se detienen en el mismo New Bedford, para embarcarse desde allí para su viaje, no está de más contar que, por mi parte, no tenía idea de hacerlo así.

Pues mi ánimo estaba resuelto a no navegar sino en un barco de Nantucket, porque había un no sé qué de hermoso y turbulento en todo lo relacionado con esa antigua y famosa isla, que me era sorprendentemente grato. Además, aunque New Bedford, en los últimos tiempos, ha ido monopolizando poco a poco el negocio de la pesca de ballenas, y aunque en este asunto la pobre y vieja Nantucket ya se le ha quedado muy atrás, con todo, Nantucket era su gran modelo, la Tiro de esta Cartago, el sitio donde se varó la primera ballena muerta de América. Hacía una noche de aspecto muy dudoso, mejor dicho, muy oscura y lúgubre, triste y con un frío que mordía.

« Pero es un apellido corriente en Nantucket, según dicen, y supongo que este Peter será uno que ha venido de allí.» Como la luz estaba tan desmayada, y el lugar, a aquellas horas, resultaba bastante tranquilo, y la propia casita de madera carcomida parecía como si la hubieran traído en carro desde las ruinas de algún distrito incendia- do, y puesto que la muestra balanceante tenía un modo de rechinar como herido por la miseria, pensé que allí era el sitio adecuado para obtener alojamiento barato y el mejor café de guisantes. Quedaba en una esquina abrupta y de- solada, donde el tempestuoso viento Euroclydón aullaba peor que nunca lo hiciera en torno a la zarandeada embarcación del pobre Pablo. Aquí, el pobre Lázaro, castañeteando los dientes, con el borde de la acera por almohada, y sacudiéndose de encima los harapos al tiritar, podría taparse ambos oídos con trapos, y meterse en la boca una panocha, y sin embargo eso no le pondría al resguardo del tempestuoso Euroclydón.

Ahora bien, que Lázaro esté tendido, varado en la acera ante la puerta de Epulón, eso es más asombroso que si un iceberg se encallase en una de las Molucas. Rasquémonos el hielo de nuestros congelados pies, y veamos qué clase de sitio puede ser esta Posada del Chorro.


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