Revista Opinión

Mobi Dick Capitulo 4

Publicado el 26 febrero 2020 por Carlosgu82

AL DESPERTARME a la mañana siguiente al alborear, encontré que Queequeg me había echado el brazo por encima del modo más cariñoso y afectuoso. Efectivamente, como el brazo estaba puesto sobre la colcha cuando me desperté, difícilmente pude distinguirlo de ella, y sólo por la sensación de peso y presión pude comprender que Queequeg me estaba apretando. Me tendí allí calculando lúgubremente que debían transcurrir dieciséis horas enteras antes que pudiera tener esperanza de resurrección. Pero ella era la mejor y más concienzuda de las madrastras, y tuve que volver a mi cuarto.
Bien, pues quitando el terrible miedo, mis sensaciones al sentir una mano sobrenatural en la mía fueron muy semejantes, en su extrañeza, a las que experimenté al despertar y ver el pagano brazo de Queequeg echado a mi alrededor. Pues aunque traté de moverle el brazo, de desatar su apretón marital, sin embargo él, dormido como estaba, seguía apretándome estrechamente, como si solamente la muerte pudiera separarnos. Echando a un lado la colcha, allí estaba el hacha india durmiendo al lado del costado del salvaje, como si fuera un niño de cara afilada. Cuando, por fin, su mente pareció en claro respecto al carácter de su compañero de cama, y, por decirlo así, se reconcilió con el hecho, dio un salto hasta el suelo, y por determinados signos y sonidos me dio a entender que, si me parecía bien, él se vestiría primero y luego me dejaría para que me vistiera yo, cediéndome todo el local para mí.
Luego llegó a sorprenderme menos esta operación cuando empecé a saber de qué fino acero está hecha la cabeza de un arpón, y qué terriblemente afilados se mantienen sus largos bordes rectos. El resto de su tocado se acabó pronto, y salió orgullosamente del cuarto, envuelto en su gran chaquetón de piloto, y blandiendo su arpón como un bastón de mariscal.


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