Ismael, un maestro de escuela, se alista en un barco ballenero, el Pequod, junto a un arponero pagano llamado Queequeg. El navío está mandado por el capitán Ahab, un hombre que ha perdido una pierna en su enfrentamiento con una ballena denominada Moby Dick. Aunque la travesía parece amoldarse a los patrones habituales. Ismael se percata pronto de que el capitán del Pequod tiene un comportamiento peculiar.
Ahab es un marino competente pero su principal interés no es la captura de cetáceos, sino la venganza contra el animal que lo mutiló. Los oráculos siniestros van añadiendo a las singladuras un tinte tenebroso que llega a su clímax con el avistamiento de la ansiada ballena.
Impresión:
(…) Estoy releyendo Moby Dick (…) boquiabierta y abrumada por las referencias bíblicas y shakespearianas, por la recreación luctuosa, fragante, de la grasa de la ballena, del ámbar gris, por la maravilla, el milagro del Leviatán gigantesco y estruendoso. Uno de mis pocos deseos: navegar en un ballenero (…) y asistir al proceso de convertir al monstruo en luz y calor. (…)
Lunes, 14 de abril de 1958
—Diarios completos, Sylvia Plath.
Entre esa cita, una viñeta en Náufragos y un par de detalles más que se sucedieron todos seguidos, no pude ignorar más al destino. Debía leer de una vez por todas esta novela que llevaba tanto tiempo en mi lista de pendientes (en parte porque le tenía un enorme respeto). Había escuchado que es uno de esos clásicos que muchos son incapaces de acabar. Después de haberlo leído puedo decir que lo entiendo pero no por los motivos que pensaba.
Antes de entrar en faena advierto que no voy a enrollarme con todas sus posibles interpretaciones, ni simbolismos, ni a analizarlo en profundidad. Seguro que hay miles de webs donde encontrar este tipo de información (o incluso pequeños ensayos) mejor explicada y expuesta de lo que podría hacerlo yo. Me limitaré a dar mi humilde opinión de la narración.
Como decía, le tenía respeto. Creía que a la gente le costaba su lectura porque era una narración lenta, densa y con muchas descripciones. Algo que a mí no me molesta ni me desmotiva. Suelo disfurtar de esas características. Esto, sumado a un argumento interesante, fueron los culpables de que me lanzase con ganas y decidida.
(…) Todo lo que más enloquece y atormenta, todo lo que remueve la hez de las cosas, toda la verdad que contiene malicia, todo lo que resquebraja los nervios y endurece el cerebro, todos los sutiles demonismos de vida y pensamiento, todos los males, para el demente Ahab, estaban personificados visiblemente, y se podían alcanzar prácticamente en Moby Dick. Sobre la blanca joroba de la ballena amontonaba la suma universal del odio y la cólera que había sentido toda su raza desde Adán para acá, y luego, como si su pecho fuera un mortero, le disparaba encima la ardiente granada de su corazón.
A las pocas páginas intuí que, quizá, lo que le echaba para atrás a muchos lectores no era ese ritmo pausado y denso… no, más bien toda la información náutica que despliega Melville. No solo náutica, también nos da clases de cetología, como en un capítulo en donde se explaya gustosamente unas 15 páginas seguidas. Luego parece que se calma un poco y va salpicando con datos aquí y allá a lo largo de las casi 700 páginas de la novela. A mí todo esto no me desagradó ni me hizo querer abandonar pero en varias ocasiones me sacó de la historia porque me daba la sensación de que era la voz de Melville y no la de Ismael. En demasiados momentos me dio la impresión de que era un ensayo náutico, un informe o simplemente una forma de alardear de dichos conocimientos y la historia en sí, Ahab, Ismael y el Pequod no eran más que una excusa para hacerlo más ameno.
Sí, en algunos momentos se me hizo un poco cuesta arriba y un peñazo. Me gusta el mar, me gustan este tipo de historias pero… hay demasiados datos, demasiada información técnica que, imagino, solo disfrutará al 100% alguien muy apasionado del tema.
Hay muchas alusiones bíblicas y menciones a otros autores admirados por Melville. Incluso algún dato sobre personajes históricos. Este tipo de cosas también me daban la impresión, como decía antes, de que en «Moby Dick» hay dos partes entremezcladas, una narrada por Ismael y otra por Melville.
Con todo esto quiero decir que aunque tiene unos cuantos «peros» me ha gustado bastante. Todo lo que es la historia en sí, la ficción, donde aparecen Ahab y el resto de tripulantes, está muy bien. No es una novela donde se profundice demasiado en cada personaje, ni siquiera lo hace demasiado en quien nos cuenta lo sucedido (Ismael), pero sí se intuye bastante bien cómo es Ahab. Me tienta explayarme sobre las interpretaciones que han hecho en algunos estudios sobre a quién representa el capitán del Pequod pero tampoco soy una experta.
(…) Dios te ayude, viejo; tus pensamientos han creado en ti una criatura; y cuando alguien se hace un Prometeo con su intenso pensar, un buitre se alimenta de su corazón para siempre, y ese buitre es la propia criatura que él crea.
En resumen: me ha gustado, he disfrutado más de lo esperado aunque no se lo recomendaría a cualquiera. Es un libro que hay que cogerlo con muchas ganas, mentalizándose de que contiene algo más que una historia en alta mar y leerlo en una época en la que se disponga de tiempo porque aunque los capítulos son cortos, si te ves obligado a parar en uno de tantos en los que se enreda con tecnicismos y demás, puede desmotivar para seguir en otra ocasión. Es una obra compleja, con algún ligero toque de ironía y para leer sin prisas.
Puntuación: 7/10
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Archivado en: opinión Tagged: 2017, citas, Herman Melville, libros, Moby Dick