Calibrar la moderación es a veces un refinado ejercicio de fariseísmo; frente a determinadas circunstancias el centro es la más injusta de las posiciones, de tal modo que la ecuanimidad es insoportable frente a la esclavitud o frente al maltrato infantil; nadie puede justificar la equidistancia en ambas realidades. El equilibrio, el punto medio, es una mirada que se cree superior, pura, virginal. Yo siempre he preferido la pasión a la tibieza.
Albert Rivera quiere ocupar ese espacio de centro, moderación, tersura y buen rollo que parece bacante, toda vez que la ideología agoniza: viva el ibex35. Daniel Bell profetizó el fin de las ideologías y el advenimiento del pensamiento único: democracia y economía de mercado a tutiplén para toda la galaxia, la dialéctica de la historia ha capitulado frente a la estimulante y mentirosa verdad del centro comercial, o lo que para muchos es el llamado «sentido común». Mejor pasar los tiempos muertos comprando que pensando cómo podría uno tener más tiempo libre. Nos han metido en todos los espacios una recua de franquicias para que nos gastemos el dinero ordenadamente, agitando la tarjeta de crédito en una sublimación de la violencia, la ira y la pasión. Hemos de ser moderados en todo excepto en una cosa: en el consumo.
Así que Albert Rivera desvela su afán conciliador maltratando incluso su propia reputación: no importa que se le acuse de mentir, lo único importante para el político catalán es ahora la formación de un Gobierno. La lectura que ha hecho Rivera de los acontecimientos es simplista: puesto que hay fragmentación del voto, pongámonos de acuerdo. Que haya diversidad en el voto no significa que haya que buscar acuerdos. El problema es que en este país siempre nos hemos dejado gobernar por mayorías rampantes y el sistema impide la fragmentación, o mejor, no la contempla. Roza el victimismo Rivera cuando se muestra a sí mismo como un mártir de la democracia. Y me recuerda a Belén Estéban, yo, por España, ma-to. Si no calcula bien la frenada el político de Badalona le vemos pactando incluso con Pablo Iglesias.
Que las formas han tomado el control del Parlamento es algo que he repetido demasiado. La postura de Ciudadanos es paradigmática en cuanto a esto: se trata de llegar a un acuerdo, sobre qué, no importa. Lo importante es aparentar que uno se da la mano, aparentar que uno está de acuerdo con el otro en algo, aparentar que uno tiene claro qué es lo que necesita España.
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Lo que viene a decir Ciudadanos es que ellos son un partido de centro y la realidad es que son un partido continuista, que no trata de romper con nada porque no quiere ensuciarse, quiere seguir vistiendo trajes impecables en el Congreso y sonreír a la cámara y contrato único. La verdadera naturaleza de la formación naranja la vimos cuando declararon sin ambages y saltándose la moderación que tanto enarbolan que ellos habían llegado a la política para impedir que Podemos llegara al poder. Eso si que es buscar un acuerdo.
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