Revista Sociedad
EN POLÍTICA, COMO en cualquier actividad, tan malo es pasarse como no llegar. Sin alcanzar la espontaneidad de Aguirre, la delegada del Gobierno habla mucho y claro. Se le entiende todo y eso es muy de agradecer. Los periodistas saben que tiene las ideas claras, que las defiende con vehemencia y que casi nunca se muerde la lengua. Ella misma, de hecho, se prodiga con pasmosa naturalidad por todas las redacciones, platós y emisoras sin excepción. Hay políticos con alergia a los medios y ella, en cambio, ha optado por una sobrexposición no exenta de riesgos. Circunloquios al margen, decir que es preciso “modular” el derecho de manifestación, calentitos como aún están los rescoldos del 25-S, tiene sus riesgos. Tantos, que al Gobierno de Rajoy le ha faltado tiempo para desautorizar a Cifuentes diciendo que no tiene previsto regular ese derecho. Esto no supone, ni mucho menos, que el PP no comparta íntegramente la opinión de la delegada. Significa, lisa y llanamente, que ahora no toca y que, con el conflicto social enquistado y con dos convocatorias electorales a la vista, no es la mejor tarjeta de visita para un Gobierno y un partido con tantos frentes abiertos. Antonio Basagoiti, en público, y otros muchos en privado, lamentan el “fariseísmo” contra Cifuentes, a la que, según el dirigente vasco, “le ha caído la Santa Inquisición encima por hacer una reflexión”.Con demasiada frecuencia, la política es una compleja y sofisticada trituradora de picar carne, capaz de engullir a cualquiera, incluso a alguien con la veteranía y la rapidez de reflejos de Cifuentes. Le pasó en su día a aquel tosco delegado del Gobierno, Francisco Javier Ansuátegui, también del PP, que recomendó seguridad privada a los inquilinos que viven en zonas residenciales. No son casos comparables pero en la política de seguridad las declaraciones las carga el diablo.Y no puedo por menos que recordar también a Constantino Méndez, aquel delegado del Gobierno con el PSOE, que se vio obligado a dimitir tras una feroz campaña de persecución por parte del PP a raíz del llamado caso Bono. Méndez, que ni siquiera estaba imputado, se fue a su casa tras una dura sentencia de la Audiencia de Madrid contra tres policías. El Tribunal Supremo anuló la sentencia y absolvió a los agentes sin que el PP se retractara. Aún recuerdo aquella patética escena de los diputados del PP en la Asamblea de Madrid exhibiendo los grilletes de plástico que habían comprado en un todo a cien en plena operación de acoso contra Méndez. La Delegación del Gobierno es un potro de tortura. Rara vez hay noticias buenas que dar. Algunos delegados, que le han echado tantas horas como Cifuentes, no han dejado ninguna mención digna de recuerdo. Trabajaron en silencio, pasaron por allí sin apenas presencia pública y casi nadie hoy recuerda sus nombres. Cristina Cifuentes, en cambio, ha optado por un modelo distinto. No es ni mejor ni peor, simplemente tiene sus riesgos. Tengo, además, la impresión de que la delegada tendría que “modular” sus apariciones si no quiere acabar achicharrada. Cifuentes debe saber que nadie es sublime sin interrupción y que, también en política, es muy útil saber nadar y guardar la ropa.