Revista Libros

Molloy

Publicado el 10 junio 2014 por Icíar
Escritor: Samuel Beckett

Molloy

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Hace un par de lecturas estaba yo leyendo La ciudadela de A. J. Cronin, una novela que me resultó cargada con un excesivo  sentido-de-la-vida, con el típico personaje central que actúa bien pese a no ser entendido, hasta que ¡por fin!, ¡el mundo entiende de su error e injusticia hacia este 'gran ser'!. Frases del tipo, ¡señores: acabamos de perder al mejor hombre que alguna vez hubo en la faz de la tierra!", y grandilocuencias similares que llenan de moralina y sentido la existencia de los personajes del libro y de los lectores.
Tantos excesos encontré en esta novela, que además de abandonar la lectura, me receté un antídoto urgente, algo que equilibrara esos excesos. Me dije: es el momento de leer Molloy de Samuel Beckett.
Y por eso, aquí estoy hoy con Molloy. Primero de todo decir que este antídoto cumple el objetivo buscado a la perfección, aunque para no inducir a desánimos prejuiciosos, diré que no de forma dramática, o deprimente, sino con mucho sentido del humor, originalidad, y mucho reírse de uno mismo y de los demás. Samuel Beckett en su expresión negativa de un sentido de la vida es de lo más divertido, aunque aviso, a veces también tiene un punto desagradable.
Nos encontramos con una novela o más bien con dos monólogos de dos seres acabados, no en el mismo grado, pero muy cercanos. Con sus monólogos nos situamos en el lenguaje interior del que se encuentra desconectado de este mundo. Eso Beckett parece que lo hace como nadie.Tenemos al policía Morán, por un lado, que aún no ha perdido todo contacto con el mundo, todavía recuerda cuando antes había esperado “ser preferido, creerse condenado, afortunado”, o lo que sea. Él, que como la mayoría, es “el más mediocre de los hombres". Ahora lo sabe bien. Está acabado, “mi hijo también. No debe sospecharlo. Debe creerse en el umbral de la vida, de la verdadera vida”, como pasa a todos los que empiezan.
En ese estado inconsciente de deseo de transcender, de dejar huella, "todo yo era ruido, pesadez, cólera, ahogo, esfuerzo incesante, furioso y estéril", se dice.Actuar, trabajar todo el rato, hacer cosas que ayudan a soportar la existencia misma, y a su vez: ser. "Este refugio que he pasado toda mi vida edificando, embelleciendo, perfeccionando y conservando", Morán lo llama el país de Shit (el país de Mierda, como diría un español).
Recibe un encargo, encontrar al otro sujeto acabado de la novela, Molloy. A éste parece gustarle ir vagabundeando por ahí con una bicicleta sin frenos, si no reptando arrastrándose por el suelo. Tiene un objetivo, aunque dispersarse un poquito no está prohibido. Molloy, el “triste ejemplo para los demás ciudadanos, tan necesitados de aliento en su dura tarea que solo deben ofrecérseles manifestaciones de fuerza, de alegría y de celeridad”. Todo eso forma parte de la carrera por el ser, y es que Molloy ya ha superado aquel tiempo en que "creía tener interés en instruirse, o en divertirse, o .... en matar el tiempo". Molloy no sabe ya bien en qué consiste eso de ser.
Me despido con uno de tantos párrafos que nos define, y éste es al menos para sonreírse un rato:  "Por la mañana hay que esconderse. La gente se despierta, llena de renovadas energías, sedienta de orden, belleza y justicia, y exigiendo la contrapartida. Sí, la hora peligrosa es entre las ocho o nueve y las doce del mediodía. Pero hacia el mediodía todo cede, los más implacables están saciados, vuelven a su casa, no ha sido perfecto, pero se ha trabajado ...."
En fin, Morán o Molloy. Molloy o Morán. Dice Morán: "Molloy no era para mí un desconocido. Es ese alguien destinado a ocuparnos un día u otro".
NOTAS PERSONALES:
  1. Pudiera haber mucho Hegel en Molloy. Los personajes de Samuel Beckett, son los personajes (que en la teoría filosófica de la dialéctica del amo-esclavo de Hegel, en esa "lucha a muerte" que desde el inicio de los tiempos existe entre los seres humanos) que prefieren la esclavitud a la muerte, los que prefieren ceder a morir, algo que creo mantiene en común con los personajes de Kafka y Coetzee.
  2. Siguiendo con la teoría del amo-escalvo de Hegel. En esa lucha de fuerzas inherente en el ser humano, como único motor de la vida, en la que el deseo forma parte también (porque esa lucha es una lucha de deseos. Desea que el otro lo reconozca, que se someta), se echan por tierra conceptos como el amor: “Creo que yo hubiera preferido un orificio menos seco y menos amplio, me hubiera dado una idea más elevada del amor”; Solidaridad: “No, realmente no conozco defensa alguna contra el gesto caritativo. Hay que inclinar la cabeza, tendiendo las manos confusas y temblorosas, y decir gracias, señora; gracias, buena señora. El que no tiene nada, no tiene derecho a despreciar la mierda”; Afectos: “Le caía bien, yo no lo podía evitar, ni ella tampoco. Vendría a reemplazar en cierto modo al perro que le había matado y que le hacía las veces de hijo, según el conocido mecanismo de las asociaciones”; Conocimiento: “Porque no saber nada no es nada, no querer saber nada tampoco, pero lo que es no poder saber nada, saber que no se puede saber nada, este es el estado de la perfecta paz en el alma del negligente pesquisidor” …...  y sigue y sigue
  3. Recetarme La ciudadela de A.J. Cronin como antídoto.


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