
Entre suaves balanceos escuchaba el silencio del atardecer y observaba la grandeza del entorno, sin perder de vista la colina, en cuya cumbre lucía, majestuosa, la silueta del árbol. Aquel era el escenario.
La función acababa de empezar. Multitud de luces, de cálidos colores, desfilaban por la pasarela celeste exhibiendo sus vaporosos trajes. Ella seguía todos sus movimientos porque sabía que la estrella de la actuación estaba a punto de aparecer… y su visita sería breve.
El momento mágico había llegado. El gran disco rojo, brillante, cautivador… se vislumbraba entre las ramas del árbol de la colina. Sin pestañear apenas, se embriagaba intensamente de su belleza, sabía que pronto se desprendería del árbol, como la fruta madura, y caería rodando lentamente por detrás de la colina.
Y así fue. El sol, como cada tarde, acababa de ocultarse y ella tendría que esperar al día siguiente para recoger otro fruto de vida, otra razón para seguir viviendo...
Texto: Pilar Pastor