Son tal vez los más divertidos y distendidos de una campaña electoral. La de tonterías que son capaces de hacer los políticos para pedir nuestro voto y resultar simpáticos.
Montan en bicis ajenas, besan a niños que no son suyos y estrechan las manos de quien no conocen. Los más emprendedores cantan, bailan y saltan indecorosamente. Los más desenvueltos hablan en nuestras diferentes lenguas vernáculas, para risa y alborozo de todos.
Algunos se disfrazan, cuentan chistes e incluso escuchan con atención las reclamaciones ciudadanas. Los más trabajadores inauguran cualquier tipo de construcción, visitan centros que nunca habían visto o nos ofrecen sesudos debates.
Otros, más atrevidos, se "desnudan en público" y nos dicen lo que comen, beben, leen, escuchan y ven. Comen con desconocidos, juegan con extraños y hablan con quien no les importa, sin ningún tipo de pudor.
Y todos, sin excepción, prometen.
Durante unos días pierden el miedo al ridículo e incluso son ridículos... claro que luego se están riendo durante años. Les merece la pena.