No sé si es porque últimamente estoy más sensible o porque tengo el instinto maternal latente, pero llevo una temporada en la que me ha dado por las películas de Disney. Será también porque hace unos días fui a ver el archiconocido musical de El Rey León, que como la mayoría sabréis, llegó a Madrid hace unos meses en el teatro Lope de Vega y está teniendo un éxito tremendo. De hecho, casi no quedan entradas hasta julio...
La
verdad es que la historia de El Rey León se asimila a una
versión muy renovada de la obra del genio Shakespeare: Hamlet; me
gustó desde el momento que fui a verla en 1994, que ¡anda que no ha
llovido!. Me quedé fascinada con los personajes tan
carismáticos, el dramatismo, la aventura y las canciones dentro de
una banda sonora excelente. Por eso tenía muchísimas ganas de ver
el musical y no me quedé decepcionada: han sabido sacarle un partido
increíble y dar vida fuera de la pantalla a unos personajes increíbles. Me gustó muchísimo y me emocionó hasta tal
punto que las casi tres horas de duración (con un descanso claro) se
me pasaron volando y quería mucho más.
Para
mí lo más llamativo fue la puesta en escena; la imaginación con la
que logran transportarnos a la selva africana sin salir de Madrid y
sin movernos del asiento. La recreación de los animales (mención
especial a las jirafas) con los disfraces, el maquillaje, los
movimientos... el equipo tuvo que estudiar varios vídeos documentales
del National Geographic para tratar de imitar los movimientos de cada
uno de los animales a los que tenían que dar vida. Me llamó la
atención la casi ausencia de decorados, salvo algunos
elementos como la famosa roca o el cementerio de elefantes, el resto
de elementos que forman parte de escena son intérpretes que se
mueven al compás de la música, como un personaje más, como si todos
juntos formaran un todo.
El
elenco me pareció espectacular. En un principio choca un poco, porque
los actores tienen nacionalidades muy diversas (Sudáfrica, México,
Brasil, Panamá, España, Italia..) y por lo tanto, hay gran variedad
de acentos. No obstante no es algo que quede “mal” y
prácticamente se puede reinterpretar como que son diferentes
animales y cada uno habla de una forma. Pienso que todo el trabajo
que llevan a cabo: todos los ensayos, las funciones en las que cantan
en riguroso directo, bailan, saltan y cargando con un vestuario
complicado y una gran caracterización. Mencionar brevemente a los
niños que interpretaban a los Simba y Nala de pequeños, cuya
profesionalidad queda clara a pesar de ser tan jóvenes.
Como
en todo musical, el plato fuerte es la banda sonora. Como el guión
está adaptado muy fielmente a la película, todas las canciones son
conocidas y que durante el transcurso de la obra sabes el orden de
las canciones y ver como todo lo imaginado cobraba vida. El único
problema es que a la hora de traducir, en ocasiones la letra varía
un poco, pero la esencia sigue siendo la misma (por supuesto Hakuna
Matata se sigue llamando así). Buenas voces (especialmente la de la
mona Rafiki) y una música en directo con efectos que sabían captar
el dramatismo de la escena. Tenía mucha curiosidad por ver cómo iban a
realizar la escena de la estampida en la que ya sabéis que pasa
y... bueno, prefiero no contar mucho más. A los que la habéis visto
sabéis de lo que hablo y a los que no, os la recomiendo. Es una gran
oportunidad y un placer para los sentidos.
xoxo
Nerea
