El rey se va. En un desesperado intento por que el recuerdo que deja no sea el de ese torpe robocop de los últimos años, sale a pasear, por enésima vez, su papel en la Transición del cajón de los pergaminos. A media España le suena a inglés de Botsuana. La otra media está jubilada. Esa mitad que, en cuestiones de monarquía, sólo conoce cacerías, princesas alemanas, turbios casos de presunta corrupción, la pasta que nos cuestan y lo que les queda por costarnos, se ha echado a la calle pidiendo democracia, poder elegir, poderlo votar, poderlos botar. Seguramente, porque ha sido tal el oscurantismo que ha rodeado a la Casa Real que son millones los españoles que no saben a lo que se dedica el Rey, o porque, más cerca de lo que hiciera cuando media España estaba por nacer, queda lo que se ha sabido que hacía al tiempo que esa España que le ha llenado las arcas de orgullo y satisfacción durante casi cuarenta años empezaba a pasar más hambre que en aquellos años del franquismo que inauguraron esta monarquía entre un montón de pantanos.
No voy a dudar de que esta decisión la tomara Su Majestad en el mes de enero pocos días después de haber afirmado en su discurso de Navidad que no pretendía hacerlo. Simplemente, no me lo voy a creer. Porque no me parece casual que esta retirada se produzca una semana después de que PP y PSOE, los únicos dos partidos políticos que apoyarán y garantizarán la pervivencia de la monarquía, se acaben de dar un batacazo de tres pisos en las elecciones europeas. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que, si estos resultados se repiten dentro de dos años en el ámbito nacional y estas dos grandes fuerzas pierden la mayoría absoluta de la que hoy disponen, el contrato del futuro monarca, llegado el momento de la inevitable sucesión, hubiera podido quedar retenido sine die en el consejo de ministros. El Rey, que está mayor pero no tonto, se ha dado cuenta (tarde, según algunos) de que la continuidad de una institución más baqueteada en los últimos tiempos que sus huesos de titanio, era, sin más tardar, la figura de su hijo o ya no era.
El Rey, según el Rey, se va para "dar paso a sangre más joven" y lo cierto es que nadie se cree, aunque lo diga el Rey, que la juventud sea hoy ningún mérito y, en cualquier caso, si lo es, se pierde con el tiempo. El Rey sólo se va para que su hijo sea Rey de España, a pesar de que, como apuntara Ignacio Escolar nada más conocerse la noticia tratando de marcarse un vaticinio, ningún Borbón ha visto reinar a su nieto en esta tierra. El Rey se va porque empezaba a palpar que el pueblo se le comía el soberanismo. El Rey se va con el tiempo pegado a la chepa, a la desesperada, porque no había más remedio. El Rey se va para que no tenga que irse también la monarquía, y no hay más cáscaras.
Mi amigo Berto que, aunque joven, siente una cierta simpatía por lo que somos con todo lo que tenemos, boquiabierto ante el revuelo que esta retirada Real ha suscitado, se cuestiona por qué todo el mundo se siente orgulloso de ser lo que es (republicanos, monárquicos, imperialistas, budistas o del Arsenal) menos los españoles. Reconoce que nada es perfecto pero apunta con convencimiento que el Rey es el mejor embajador que tiene este país. Yo creo que se imagina a Mariano como presidente de la República y la sola idea le provoca escalofríos. Mi amigo Martín, que es un poco perroflauta, añade que es el momento de marcarnos una revolución y provocar un cambio radical, sin tener muy en cuenta que estas cosas para hacerse bien requieren de un poquito de tiempo y organización, pero como él no se peina, de tiempo, anda sobrado. Mi amiga E. me pide que me ponga a escribir ipso facto porque la tengo muy desinformada y anda un poco perdida de referencias. No sé lo que espera exactamente de esta mente noctámbula más desnortada que la suya. Yo tampoco sé lo que quiero. Sólo sé que, para que los españoles nos pudiéramos permitir el lujo de elegir, España tendría que tener un líder en el panorama político que, obviamente, no tiene. Que, más allá de Alcobendas, pocos saben quién es Mariano Rajoy. Que, sin entrar a valorar la labor que desempeñará o no, a día de hoy, no hay político en España con mejor formación que la del aún Príncipe Felipe. Y que el hecho de que el Rey abdique no necesariamente marca el momento en que hay que darle la vuelta al país como a un calcetín sucio. No estoy segura de que España esté preparada para otra cosa. Lo que sí creo es que el mayor problema que se le presenta a España con la abdicación del Rey es que no cundirá el ejemplo.
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