Revista Cultura y Ocio

Moneda

Por Calvodemora
HazVoy al centro de las cosas, me impregno de la luz, la cierro en mi voz, todo adquiere una claridad a la que me abrazo, estoy en el acto puro de ser y un manantial de amor lo contempla, crezco, alcanzo, proclamo, bajo después, observo el paisaje, el esplendor del mundo, la fiebre del mundo, el vértigo del mundo, la distancia que empuja y la hondura que atrae, prescindo de pensar cuando entro en esa residencia, solo me dejo invadir, aceptar el azar mismo, todo lo que perturba me alimenta, no tendré más remedio que quedarme allí, en la estancia donde un dios ensimismado no nos atiende, donde la dicha y la desgracia juntamente escriben el diario del hombre, en el lugar preciso en el que la herida es solo un indicio de experiencia y por la noche el cielo confía una historia antigua a quien presta oído y se deja quemar y comprende que ha sido invitado al festín de la belleza.
EnvésVoy de mi dolor a su alivio, de mi fracaso a su sacrificio, el pecho henchido, la voz tremolando en el aire, el corazón en su atalaya, hondo aljibe, hierba del aire que lo alfombra todo. Voy como si no tuviese otro oficio o como si no supiese ejercer otro. Porque uno, en ocasiones, pasa los días tratando de entenderse, buscando la ecuación en la que hallarse. Por si viene alguien y nos despeja y nos pasea por las tardes, contándonos el rubor de las noches y la hombría desatada de las mañanas. No habiendo tal, queda el ejercicio vano, el placer de acuñar una frase que perdure en la memoria y nos condense. No la hay, no puede haberla. Es vasto y es inabordable el campo. Ni siquiera da la vista para zanjarlo en un suspiro. Estoy en el centro de las cosas, impregnado de luz, cuajada en mi voz, contemplando la claridad que me abraza, en el acto puro del ser, sientiendo amor por toda la blonda fragilísima del alma, pero no acaba de sentirse invitado, no termina de pasar adentro y reclinarse sin prisa, a la espera de que yo le acoja y lo convenza de que no se vaya nunca o de que, si se va, no esté mucho afuera y vuelva, como quiera que vuelva, a contarme el esplendor del mundo, la fiebre del mundo, el vértigo del mundo.

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