Tras seis años de obras, el arquitecto español Rafael Moneo ha concluido e inaugurado en Los Ángeles, California, su última obra, una catedral católica.
Es un gigantesco y hermoso cubo diáfano, igual que una cochera, que parece edificado no para que mediten o recen los seres humanos, como en Chartres, Burgos o Santiago, sino para que lo hagan sus imprescindibles automóviles.
En esta megalópolis de autopistas hay que usarlos hasta para ir a la tienda de la esquina, que está, como mínimo, a un par de kilómetros.
Todo se construye, además, como un garaje para proteger del tremendo y constante calor de la zona a estos entes mixtos que son los coches humanos.
Aprovechando los volúmenes automovilísticos de la catedral del Maestro Moneo, los autos deberían acceder a las ceremonias como se entra en los cines drive-in, donde se ven las películas desde el vehículo; solo habría que ordenar la circulación con unos monaguillos de tráfico.
Se repostaría gasolina, harían pequeñas revisiones o lavarían la carrocería mientras el conductor se confiesa, con lo que saldría limpio de cuerpo y alma.
Atenciones parecidas se dan ya en la Catedral de Cristal del telepredicador protestante Reverendo Schuller, situada unos kilómetros más al sur: una estación de servicios espirituales con consejeros y oraciones personales para las limusinas de las estrellas del cercano Hollywood.
Cuando el Reverendo Schuller pronuncia un sermón especialmente emotivo es tradición aplaudirlo con un concierto de cláxones.