

Tras la reescritura del guión por parte de Aaron Sorkin (autor de la brillante La red social), el resultado de Moneyball es impecable. Estamos ante una película densa, que nos adentra en el mundo del béisbol profesional no para aturdirnos con tecnicismos deportivos, sino para sumergirnos en una historia de valores humanos en la que la fuerza de superación, la carga de los errores pasados y las ganas de romper con lo establecido manteniendo unas creencias propias son los rasgos que definen al protagonista. La película se basa en unos diálogos muy ágiles que hacen avanzar la trama y nos descubren a los personajes (en este aspecto se nota bastante el toque de Sorkin). Así, las conversaciones fluyen con naturalidad gracias a la puesta en escena sencilla y nada artificial de Miller, quien filma escenas brillantes como la del partido final. Si a esto le añadimos el uso tan curioso de la música y de los silencios y la fotografía de Wally Pfister (Origen), nos encontramos sin duda ante una película de altura.

Los actores resultan más que creíbles en sus respectivos roles, desde un sorprendente Jonah Hill (alejado de sus papeles en comedias de la casa Apatow) al siempre efectivo Philip Seymour Hoffman (muy comedido en su papel de entrenador), incluyendo los cameos de Robin Wright y Spike Jonze. El protagonista absoluto es Brad Pitt, quien nos tiene acostumbrados a grandes papeles y en Moneyball demuestra su talento como intérprete, siendo capaz de expresar con total naturalidad la lucha interna y externa que atraviesa el personaje de Billy Bean, además de que la complicidad en pantalla con el personaje de Hill resulta más que evidente.

Mucho más que un drama ambientado en el mundo del béisbol, Moneyball es una película intensa y absorbente que cuenta con unos guionistas excepcionales, un director muy hábil y un actor capaz de transmitir emociones con las que todos los espectadores nos sentiremos identificados. No se la pierdan.