Lo que sobre él sabemos lo hallamos en la "vita" de su discípulo más conocido, San Pacomio el Grande (14 de mayo), quien llegaría a ser fundador y guía de numerosas comunidades de monjes. Cuando Pacomio dejó el ejército romano, en que había servido al mando de emperador San Constantino (21 de mayo), se fue al Desierto a vivir como eremita, pero su fama de santo y prudente le atrajo muchos visitantes, y decidió buscar más soledad. Supo que allá en lo profundo del desierto vivía un ermitaño anciano llamado Palaemon y allá se fue a pedir su consejo.
Es viejo maestro vivía encerrado en una ermita, y su unico contacto con los visitantes era una pequeña ventanilla. Pacomio le dijo: "Padre, si me lo permites, quiero ser monje contigo". Palaemon le replicó: "muchos ya han venido a hacer lo mismo, pero han sido perseverantes. Por el contrario, se avergonzaban de volver a marcharse, porque no se esforzaban por la virtud y solo me han sido molestos. Tú vuelve a tu casa y ocúpate en lo que ya hacías, así tendrás gloria a los ojos de Dios. O bien, examínate cuidadosamente para ver si realmente podrás seguirme; solo entonces regresa y comenzaremos a probar tu debilidad, hasta que te conozcas a ti mismo".
Pacomio insistió que al menos le enseñara el tipo de vida que llevarían y Palaemon le dijo: "En cualquier caso, primero te explicaré la vida monástica; pero luego te irás para examinarte a ti mismo y decidir si puedes o no hacer frente a esta vida". Y continuó, "la regla de vida monástica que nuestros predecesores nos enseñaron es la siguiente: Toda la vida estaremos despiertos desde la mitad de la noche, a veces incluso de la noche a la mañana, mientras recitamos la palabra de Dios y hacemos todo tipo de trabajo manual, tanto para evitar que el sueño nos moleste como para proporcionarnos la comida necesaria. Si tuviéramos más de lo que necesitamos para nosotros mismos, lo daremos a los pobres según la palabra del Apóstol. La comida preparada con aceite, vino y la carne es desconocida para nosotros. Siempre ayunamos hasta la noche, todos los días en verano, y cada dos o tres días en invierno. Haremos sesenta oraciones durante el día y cincuenta durante la noche, sin contar las oraciones dispersas, que no son menores, porque la Escritura nos ordena orar sin parar. Nuestro Señor Jesucristo exhorta también a sus seguidores, porque la oración es la madre de todas las virtudes. Ya te he explicado la ley de la vida monástica; ve y examínate a ti mismo cuidadosamente. Si eres capaz de hacer lo que te he enseñado, y no te asustas o retrocedes, entonces me alegraré contigo".
Pacomio le respondió: "En todas esas cosas ya he probado mi alma; y con la ayuda de Dios y a través de sus santas oraciones estoy seguro de que Dios estará a gusto conmigo". Y Palaemon, viendo que aquello era cosa de Dios, le recibió. Muchas pruebas le puso el santo viejo. De sueño, e oración, ayuno y trabajo, pero Pacomio, con santa paciencia las superó, siendo excelente discípulo.
Durante años vivieron casi sin hablar, orando desde la tarde a la noche, dormían un poco y volvían a la oración hasta la mañana. Comían sobriamente y entre oraciones comenzaban el trabajo con juncos. Durante la oración de la noche también trabajaban para no dormirse. Así vivieron muchos años juntos como padre e hijo, y así cultivó Pacomio su alma para la vida monástica y enseñar a otros. En brazos de Pacomio murió el santo Palaemon en 325.
Fuente:-https://heiligen-3s.nl
A 11 de enero además se recuerda a:
Santas Ethna y
Fiedhealm, vírgenes
San Egwing de Worcester,
obispo
Santa Cesárea de Arlés,
abadesa