Revista Libros
Ed. Mondadori, Madrid, 1997.
Ehrenhaus es un escritor argentino que vive hace más de 30 años en Barcelona, como es el caso de sus compatriotas Lázaro Covadlo, Marcelo Cohen (ya volvió a Argentina), y, actualmente, Rodrigo Fresán.Este libro contiene nueve relatos, con argumentos sostenidos por una arbitrariedad lúdica, en ocasiones ludopática. En resumidas cuentas: Ehrenhaus es un ludoliteroparia: un autor marginado en el limbo de los juegos de palabras, la mirada cínica contra el lector (aunque, hay que decirlo, en ocasiones cariñosa, e incluso a veces le pide socorro), un aprecio desmedido hacia sus personajes, pero completamente consciente de la inutilidad de este amor, que es más bien vicio, sonsera, aunque inevitable, estéril y paradojal; por esto mismo en algunos cuentos Ehrenhaus aparta a sus personajes de un destino innecesario (“Moratoria”, “Eumir o la incumbencia” –sorprendente, producto quizá de una mala relación con el psicoanalista-), o los encierra en reflexiones (“Abendo” –magistral-, “Adiós, Abel Montuno”), mientras él, Ehrenhaus, se desespera en los vastos páramos del nonsense, que es de dónde viene y va a parar gran parte de la literatura.“Una excursión a la sierra” es uno de los relatos más aburridos que leí en toda mi vida.“Bodeler, Bodeler” es una recreación del prólogo de las Flores del Mal con fines comerciales: esta vez el don del poema posibilita el cambio del nombre. Otra vez el psicoanalista, inclusive la transacción comercial.
Continúa la trinidad cuentísticasobre la que orbita la grandeza de este libro.El primero se llama “Cimas de la comunicación”. Dividido en tres partes, esquema básico de un discurso, subtitulados Apertura, Desarrollo y Cierre. Empieza: «Atención. El sol deshila la mañana…» Y así, histriónicamente, se narra el encuentro entre un señor y una señorita en los pasillos de un comercio. Al verla caminar frente a él, el hombre se imagina la forma exacta del sexo de la mujer. Entonces la detiene y le pregunta si su imaginación ha fallado en algún detalle, o si se corresponde con la realidad y mantienen una breve conversación al respecto: ella se aburre y prefiere mostrarle su sexo al hombre, pero él no quiere ver, pues ya vio, sino que quiere una confirmación verbal, descriptiva, pues su obsesión es su fantasía de vulva, la imagen, y no la realidad. En fin. La prosa es admirable, aunque no así los diálogos, pues los personajes no tienen color. Hablo como monja de la prosa, pero qué le haré, cada uno con sus manías. En este cuento se habla de la comunicación, de su imposibilidad, de la desesperación que conlleva. De que, en el fondo, somos Marcel Marceau, deprimidos, sin público. Este relato, para el que puede, que lo lea. Inolvidable.El siguiente escalón corresponde a “Un besapiés”. Lectura recomendada para cristianos devotos. Una mujer acude a un consultorio especializado en besar pies. La atiende un joven, la hace pasar a un cubículo donde hay camilla y toma corriente. La acuestan. La descalzan. El joven se lava las manos mientras ella espera el momento, con erotismo temeroso. El joven trae entonces una máquina y para sorpresa de la mujer la máquina empieza a besarle los pies. Éxtasis. Para entretenerse, el joven le narra su vida a la mujer, le narra una vida de mentiritas, acorde a lo que considera interesante y a la vez asistimos a sus elucubraciones en indirecto libre. Hamletianamente, dice, entre otras cosas: «Ah, mentir. Soñar, volar. Besar.»Absolutamente fabuloso este cuento. Y el más interesante, en la cima de la tarima, encontramos
“Honor a la verdad”Un empresario le dicta a su secretaria, con encantador lenguaje empresarial, una carta al público en general, en la que aconseja la no lectura y da cuenta de un acontecimiento particular que lo tuvo de protagonista.El paisaje es ucrónico, con cierto matiz ballardiano, aunque sería más preciso decir Coheniano (el Ballard de Cohen), pero con un exquisito humor.El empresario relata el encuentro con un ex-amigo, un yonqui de la lectura en fase terminal. Este ex-amigo le relata un problema que comenzó en una de las visitas que hizo al barrio de Monogatari (en japonés significa cuento) en busca de material de lectura. El barrio (¿la literatura?) es horroroso, pero una vez que se entró, el afuera resulta todavía peor. El empresario teme verse arrastrado al infierno, por tanto se encarga de su ex-amigo. Llama a la hermana de éste, a la que conocía, como al ex-amigo, desde la infancia, y hace que se lo coma.
La oscura vida radiante de las vulvasJunto con los juegos de palabras, que no siempre resultan felices, y las obsesiones neuróticas, hay una fijación particular hacia órgano de reproducción femenino. En el relato que abre el libro, “Cimas de la comunicación”, el personaje imagina la vulva de una mujer en sus más mínimos detalles. Pero la sola idea de verla, le resulta espeluznante. En “Honor a la verdad” la vulva de la hermana del ex-amigo es un agujero negro en el que todo desaparece. El sexo traga. Y no hay posibilidad de colegir si hay al menos digestión. Lo que come, se esfuma. Deja de ser.La realidad es posible gracias al lenguaje. La realidad cultural, lo humano. Lo que nombramos, es. El leguaje es una telaraña que crece alrededor de un agujero que no se puede nombrar y por el cual se escapa lo real. Lo que no puede decir el lenguaje es la muerte. Lo real, lo no literario, es, entonces, la muerte.En el sexo bailamos con la muerte y por unos locos segundos le lamemos la cara.La vulva es entonces la puerta hacia esa muerte doméstica que tanto ansiamos y que tanto nos ansia. Es una puerta a la nada, que es de dónde venimos y hacia dónde terminaremos yéndonos.Mientras tanto, aquí, hay literatura.Saludos a todos.
pd: Aquí un relato de Ehrenhaus.
+