- ¿Estas cómodo?, me pregunta una vocecita interna.
Y la verdad, que no. Me cuesta sentar el culo en la silla para ponerme a escribir. Se que tendría que tomarlo como un hábito, como una rutina de todos los días. Es más. Escribir esta dentro de mis planes cuando me imagino como sería mi día perfecto: despertar temprano; prepararme un buen desayuno; buscar un lugar tranquilo y agradable; sacar el cuaderno, la lapicera y empezar a escribir.
Sin embargo de peros, esta tarea me resulta linda en los papeles y complicada en la práctica.
Cada vez que me siento a escribir sin una idea en mente, digo, escribir por el hecho mismo de escribir, me cuesta horrores vencer la tentación de abandonar esta tarea por cualquier otra. Quiero terminar de una vez y seguir con mi vida. Es que me lo tomo como una obligación y no como un disfrute. Y ni hablar de los momentos previos. Mi mente hace lo imposible porque yo no me ponga a escribir. Me dispara con todo tipo de distracciones.
¡Y a mi que no me cuesta mucho irme por las ramas de mis pensamientos!
Por ejemplo ahora. Estoy escribiendo en el lobby de un Hotel en Albania y mi mente está paseando por la playa, por Barcelona, por Italia, por la Patagonia, por Sudamérica, por San Telmo.
Y yo sigo acá. Sentado. Escribiendo. Me encantaría estar de joda con mi mente, pero a veces descubro que escribir, tener este don, por así llamarlo, pude llegar a ser lo mejor que haga en mi vida.
Este texto surgió de uno de los #Disparadores de Aniko Villalba en el blog Escribir.me. Es el número 22 de la serie " 30 días de escribirme ".
Recomiendo mucho los textos de Aniko ya que es una de las grandes escritoras contemporáneas.
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