Revista Cultura y Ocio

Mons. Óscar Romero y la Virgen del Carmen

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Mons. Óscar Romero y la Virgen del CarmenEn el marco de la fiesta de la Virgen del Carmen, ofrecemos dos textos de Mons. Romero sobre María, bajo esta popular advocación, de quien era un gran devoto. El primero es una homilía pronunciada en Santa Tecla, el 16 de julio de 1977. El segundo, es un artículo titulado "María, estrella de la Evangelización", publicado en el semanario Orientación, en 1979.

Mons. Romero (1917-1980) arzobispo de San Salvador, fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía, por su defensa valiente de la justicia. El papa Francisco lo canonizó en 1018. Puedes informarte sobre su vida y obra en este portal de la página Cervantes Virtual dedicada a él.

Agradecemos a Mons. Oswaldo Escobar, carmelita descalazo y obsipo de Chalatenango, el envío de este valioso material.

Nuestra Señora del Carmen
Santa Tecla, 16 de julio 1977

Textos bíblicos: Zac. 2,14-17; Lc 2, 15b-19

[...] a la Iglesia del Carmen de Santa Tecla[1], el 16 de julio, es una gracia de Dios porque este lugar, así como tantos carmelos populares de nuestra república, nos los obsequia Dios para que nosotros, los pastores del pueblo salvadoreño, encontremos un apoyo directo, una confirmación de nuestro trabajo, de nuestra predicación, que es bendecida nada menos que por las manos bondadosas de la Virgen María. No hay predicadora más atrayente que la Virgen del Carmen en medio de nuestro pueblo porque así como vemos aquí la iglesia del Carmen de Santa Tecla repleta de fieles, estoy imaginando yo también las parroquias, los pueblos, donde este día los sacerdotes son incapaces de colmar el ansia espiritual de las almas que buscan a Dios. Es como decía el papa Pablo VI hablando a los encargados de los santuarios marianos, que estos lugares hacen visible el poder invisible que conduce a esta iglesia de Dios. Y en esta hora, en que la Iglesia salvadoreña se renueva precisamente por la persecución, ¡qué dulce encontrarse con las miradas de la Virgen, miradas aprobatorias, miradas de consuelo, miradas de ánimo! He aquí, pues que nuestra presencia en este santuario carmelitano debe despertar en nosotros lo que la Virgen quiere despertar en esta Iglesia de 1977.

Yo me imagino, hermanos, que la piedad de cada uno de los que hemos venido a honrar a la Virgen del Carmen lleva la angustia y la esperanza que llevaba aquella plegaria de Simón Stock, el superior de los carmelitas, que, viendo su orden perseguida, levanta sus ojos al cielo para decirle a la Virgen que les dé una señal de protección. Y es que a través de Simón Stock y el escapulario, nosotros remontamos esta devoción hasta aquellos orígenes casi legendarios del monte Carmelo donde la tradición recuerda que unos hombres piadosos -todavía en el Antiguo Testamento, sin que María viviera, sin que Cristo existiera, nada más que en las promesas de la Biblia- intuyeron la ternura y el poder de esa mujer tan emparentada con el redentor prometido de la Biblia; y la amaron sin conocerla y fueron origen de esta congregación, Orden del Carmen, que floreció pero que fue perseguida y que un día Simón Stock, viéndola así acosada, pide a la Virgen su protección. Y la tradición nos cuenta que la Madre del cielo bajó con el escapulario en sus manos para decirle a Simón Stock: "Esta es la señal de protección que te traigo. Todo aquel que muera llevando este santo escapulario no verá las llamas del infierno". Y la protección de la Virgen se hizo sentir tan poderosa que aún ahora, a siglos de distancia, y aun donde no hay carmelitas, está el santo escapulario como una protección de la Virgen, llamando al pueblo y sintiendo que el pueblo es un hijo predilecto de la Virgen María.

Por eso les digo, hermanos, en esta hora de 1977 que todos conocemos como una hora de persecución a la Iglesia, con sus sacerdotes asesinados, expulsados, torturados, con tanto terror que se mete en las filas de la Iglesia que trabaja; en fin, es demás recordar estas cosas tristes, pero es para decirles que es una hora en que los carmelitas, como todo católico que sienta con la Iglesia de verdad, levanta los ojos a la Virgen y le pide una señal de protección. Y en esta iglesia, que rigen con tanto fervor los padres jesuitas, la oración de súplica, de protección, se hace concreta.

Yo quisiera que esta plegaria eucarística en honor de la Virgen del Carmen, pidiendo protección para la Iglesia en El Salvador y para la paz de la república, se concretara de manera especial pidiendo por los padres jesuitas, precisamente en esta hora, amenazados criminalmente de muerte. Nos conmueve esa serenidad de estos hombres de Dios. Comprendemos ahora lo que significa esa formación del jesuita en la escuela de los ejercicios espirituales, donde le pide a Cristo oprobios, humillaciones, cruz, sacrificio, y cuando los ve venir, no se espanta; los ha pedido, los ha deseado. Porque el jesuita es otro Cristo que tiene que esperar, a cambio de su bondad dada al mundo, la ingratitud. Pero, hermanos, nosotros que sentimos que los jesuitas con una parte viviente de la Iglesia y que en esta hora de prueba a su ministerio están dando el ejemplo maravilloso de su serenidad, de su entrega a la causa de la Iglesia, aun cuando sea necesario morir como Cristo, nosotros pedimos a Dios con toda el alma, a la Virgen del Carmen, una señal de protección para estos soldados de Cristo y de su Iglesia. Y entonces la Virgen nos responde con su escapulario, la promesa de siempre, que yo quisiera interpretar en el mensaje de esta mañana: la Virgen nos ofrece una promesa de salvación. Pero, en segundo lugar, no es una salvación solamente después de la muerte; es una salvación que nos reclama el trabajo también aquí, en las cosas temporales, en la historia; y entonces nos reclama la renovación interior, el reino de Dios que ha comienza en esta tierra, en nuestro propio corazón.

La Virgen nos ofrece una promesa de salvación

Sí, en primer lugar, digo que el escapulario de la Virgen del Carmen es un signo de la esperanza de salvación que lleva todo hombre en su alma, en su corazón, en su vida. El que muera llevando esta librea no verá las llamas del infierno. Es una promesa de salvación. Pero yo quisiera desengañar a mucho y decirles que no es una promesa falsa, o sea, que no se apoya en la realidad de cada uno de nosotros. La promesa de la Virgen quiere despertar en el corazón del hombre ese sentido escatológico; es decir, esa esperanza del más allá: trabajar en esta tierra con el alma y el corazón puesto en el cielo, saber que no se instala nadie en este mundo, sino que peregrina hacia una eternidad, que las cosas de la tierra pasan, que lo eterno es lo que permanece. Es, ante todo, esto: ¡la trascendencia! La Virgen, como la Iglesia, como Cristo, nos ofrecen un mensaje trascendente y esto ya le da a la Iglesia una originalidad que no la tiene ninguna otra promesa de liberación.

Los marxistas, los movimientos de liberación de la tierra, no están pensando en Dios, ni en la esperanza del cielo; y por eso se diferencian enormemente. Aunque la Iglesia habla también de liberación, habla también de una reivindicación, de un orden social justo, no pone su esperanza en un paraíso de la tierra. La Iglesia quiere un mundo mejor, pero sabe que la perfección no se dará nunca en la esta historia, que está más allá, una salvación de donde vino la Virgen, un destino en ese cielo donde la Madre nos espera, un destino en aquel paraíso de donde tuvo su origen el escapulario, lazo que nos amarra a esa eternidad. Nadie se pone el escapulario pensando solo en paraísos de la tierra; al contrario, pensando en la salvación eterna, en que al morir me voy a salvar. Esto es muy bueno, cultivémoslo, no lo perdamos de vista; es lo primero en el mensaje de la Virgen: la espiritualidad.

Y cuando el Padre Santo, recogiendo la opinión de todos los obispos del mundo expresa en el sínodo de 1974, escribió la famosa exhortación sobre la evangelización del mundo actual, el Papa dice que se oyó, a través de los obispos, el clamor de las inmensas miserias del mundo; y los padres y el Papa hablan de liberar al mundo de esas miserias. Pero el Papa también insiste con los obispos que la primacía de la salvación cristiana es lo espiritual, lo celestial, lo eterno; que nunca un hombre que trabaja por la liberación en la tierra tiene que olvidar esa esperanza de ese cielo del cual nos habla tan elocuentemente el santo escapulario de la Virgen, y llevémoslo siempre pensando en esa eternidad donde se nos pedirá cuenta del trabajo de esta tierra.

Una salvación que reclama un trabajo en la historia

Pero, en segundo lugar, y esto es lo que no comprenden muchos en esta hora, y esto es necesario comprenderlo porque es mensaje también de la Virgen. Desde muy pequeños, creo que todos ustedes como yo también recogíamos con cariño y agradecimiento un privilegio de la Virgen del Carmen, un privilegio sabatino, que dice que todos aquellos que mueran llevando el escapulario, la Virgen va a bajar a sacarlos del purgatorio, si acaso han ido allí, el sábado siguiente a su muerte. No se trata de un dogma de fe. El que no lo quiera creer no está obligado a creerlo, no peca si lo niega. Pero los que tienen cariño a la Virgen, saben que para la Virgen, que todo lo puede ante Dios, es muy posible; y aun teológicamente, o sea según los principios y los criterios con que la Iglesia procede, también vemos la posibilidad.

Más todavía, ¿qué cosa es una indulgencia plenaria, que la Iglesia puede conceder y concede abundantemente? La indulgencia plenaria es el perdón pleno del pecado y de la deuda que el pecado contrajo, de tal manera que si una persona muere después de ganar una indulgencia plenaria, no tendrá purgatorio, ni siquiera esperará al sábado siguiente. En el mismo instante en que uno muere, perdonado por completo de sus culpas y de sus deudas, tendrá parte ya en el reino de los cielos. El purgatorio existe para purificar la deuda que no se pagaron en esta tierra. Pero si una indulgencia, que la Iglesia administradora de la redención de Cristo aplica a un alma que emigra a la eternidad, se gana ciertamente el cielo inmediatamente. Y la indulgencia plenaria supone el perdón de los pecados, el arrepentimiento de un alma que se debe desapegar de todo afecto al pecado.

No puede ganar una indulgencia plenaria, ni será digno del cielo, quien muera llevando en el corazón un afecto pecaminoso, porque todo eso ofende a Dios y no puede entrar nada manchado en el reino de los cielos. El que gana una indulgencia plenaria tiene el corazón desprendido de todo pecado, apartado de todo lazo que lo ata a las cosas pecaminosas. Y un alma arrepentida del pecado, desapegada de toda pasión desordenada, con el ansia de ganar esa indulgencia del cielo, ciertamente tendrá algo más que un privilegio sabatino, y al Virgen sabrá cumplir con ese corazón desprendiéndolo de todo lo malo.

Pero, siempre de niños, aprendimos también una cosa y es lo que yo quiero inculcar, hermanos, en esta mañana sobre todo: que no es cuestión de que la Virgen se comprometa a salvarnos sin el esfuerzo de esta tierra. Hablando del privilegio sabatino se decía que cada uno guarde castidad según su estado de vida, y en la castidad quisiera comprender yo todos los deberes temporales, de toda moral, todo aquello que Dios nos manda y nos aconseja. De ahí, que si el santo escapulario es un mensaje de la eternidad, un mensaje de lo escatológico, del más allá, el escapulario también es un mensaje del más acá, el escapulario es también un reclamo de esta tierra, del cumplimiento de los deberes en este mundo, y esto es lo que la Iglesia está acentuando en esta hora. Y cuando la Iglesia reclama una sociedad más justa, unas riquezas mejor distribuidas, una política más respetuosa de los derechos humanos, la Iglesia no se está metiendo en política, ni se está haciendo marxista-comunista. La Iglesia está diciéndoles a los hombres lo mismo que el escapulario: solo está diciéndoles a los hombres lo mismo que el escapulario: solo se salvará aquel que sepa manejar las cosas de la tierra con el corazón de Dios.

Y como hay muchos injustos en esta hora y hay muchos atropellos a la dignidad humana, y hay muchas injusticias con el pobre y el pobre también las comete contra el rico, hay muchas situaciones de pecado. Así lo dijeron los obispos, autorizados por el Papa, reunidos en Medellín: en América Latina hay una "situación de pecado", hay una injusticia que se hace casi ambiente y es necesario que los cristianos trabajen por transformar esta situación de pecado. El cristiano no debe tolerar que el enemigo de Dios, el pecado, reine en el mundo. El cristiano tiene que trabajar para que el pecado, sea marginado y el reino de Dios se implante. Luchar por esto no es comunismo. Luchar por esto no es meterse en política. Es simplemente el Evangelio que le reclama al hombre, al cristiano de hoy, más compromiso con la historia. Un Carmelita que llevara el escapulario: "Como la Virgen prometió que me iba a salvar, ya no trabajo en esta tierra", no se salvará. ¿Quién le asegura que va a morir con el escapulario? Cuántos pecadores que se confiaron temerariamente a la hora de morir se arrancaron el escapulario y murieron sin el santo escapulario.

Dice el Concilio: todo aquel que no trabaja en el cumplimiento fiel de la ley de Dios, en el manejo de las cosas temporales, está ofendiendo a Dios; está ofendiendo también el amor del prójimo; es un perezoso, no hace nada por el prójimo y está poniendo en peligro su propia salvación. Allí no solamente purgatorio, sino infierno par aquel que pudiendo hacer el bien, no lo hizo. Es la bienaventuranza que la Biblia dice del que se salva, de los santos, porque pudo hacer el mal y no lo hizo. Y, al revés, se dirá del que se condena: pudo hacer el bien y no lo hizo; tuvo en sus manos riquezas que pudieron hacer felices a sus hermanos y por egoísmo no lo hizo; tuvo en sus manos el poder que pudo cambiar el rumbo de la república y hacerla más feliz, más justa, más pacífica y no lo hizo. Todo aquel que tuvo en sus manos la capacidad, la responsabilidad y no la supo aprovechar será también reclamado en el juicio final y en el juicio de su propia vida. El escapulario de la Virgen, pues, no puede apartarse del Evangelio de Cristo, y la Virgen no puede decir una cosa distinta de lo que dice la doctrina de la Iglesia porque la Virgen es un miembro de la Iglesia, madre de la Iglesia, y no tolerará que se predique o se haga contra la Iglesia.

Queridos hermanos, en esta mañana en que la Virgen del Carmen, a nuestra súplica de protección, nos responde con su santo escapulario, a este pueblo salvadoreño, como a Simón Stock: esta es la señal de salvación. Hermanos, en ciertos ambientes tradicionales no se quiere oír que la salvación es un concepto, como todas las cosas de la tradición del Evangelio, que evoluciona. La tradición es la misma, la que Cristo entregó a los apóstoles. No puede cambiar; pero evoluciona según las necesidades de los pueblos y de los tiempos. Cuando Cristo habla de salvación hay que entenderlo como la Iglesia de 1977, asistida por el Espíritu Santo, entiende qué es salvación.

Cuando la Virgen presenta, hace más de ocho siglos, el escapulario como prenda de salvación, la Virgen extiende esa palabra, como la entiende la Iglesia, en la medida que en cada tiempo va siendo necesario explicar qué es la salvación. Y la salvación, según la doctrina actual de la Iglesia auténtica, inspirada por el Espíritu Santo, dice: no basta decir: "la salvación del alma". Fíjense bien que mucha gente dice: "Con tal de que salve mi alma, aunque viva de cualquier modo". No, pero es que no vas a salvar tu alma sola; es que el Concilio dice: no basta salvar el alma, es salvar al hombre; alma y cuerpo, corazón, inteligencia, voluntad. El hombre como individuo y el hombre como miembro de una sociedad. Es la sociedad la que hay que salvar. Es todo un mundo, decía Pío XII, el que hay que salvar de lo salvaje para hacerlo humano, y de humano, divino. Es decir, todas las costumbres que no estén de acuerdo con el Evangelio, hay que eliminarlas si queremos salvar al hombre. Hay que salvar, no el alma a la hora de morir el hombre, hay que salvar al hombre ya viviendo en la historia. Hay que darle a la juventud, a la niñez de hoy, una sociedad, un ambiente, unas condiciones donde pueda desarrollar plenamente la vocación que Dios le ha dado, y que no por ser pobre se quede marginado y no puede entrar a la universidad. Hay que proporcionar al ambiente unas situaciones en que el hombre, imagen de Dios, pueda de veras resplandecer en el mundo como una imagen de Dios, participar en el bien común de la república, participar en aquellos bienes que Dios ha creado para todos. Esta es la doctrina de la salvación. Si la Virgen hablará a un Simón Stock de 1977, al darle el escapulario, le diría: esta es la señal de protección, una señal de la doctrina de Dios, una señal de la vocación integral del hombre, para la salvación del hombre entero ya en esta vida. Todo aquel que lleva el escapulario tiene que ser un nombre que ya vive su salvación en esta tierra, tiene que sentirse satisfecho, poder desarrollar sus capacidades humanas para el bien de los demás.

Hermanos, yo les suplico que tratemos de comprender esta hora solemne en que la Iglesia se renueva. Precisamente porque no se le quiere comprender y, al predicar esta doctrina como yo he tratado de exponerla, hoy, se la tergiversa, se dice: "se está metiendo en política, está volviéndose comunista". Y entonces viene la persecución, la represión contra los cristianos, contra los sacerdotes. Mientras no nos comprendan este lenguaje de salvación en el sentido actual de la Iglesia, siempre estaremos en ese mal entendimiento de quienes no quieren comprender a la Iglesia.

Quiera que la Virgen del Carmen, pues, en esta mañana, no solamente afianzar a sus fieles seguidores que llenan el templo y los templos carmelitanos de todas las iglesias. Desde aquí, yo quisiera saludar con todo entusiasmo a esas comunidades que siguen a la Virgen del Carmen y que se aglomeran en torno de los altares de la Virgen en todos los ámbitos de nuestra república. Y quisiera decirles que recibieran hoy el escapulario como Simón Stock, pero con la comprensión de 1977, para que cada carmelita se convierta en un verdadero seguidor del Evangelio actual, el que necesita hoy la Iglesia redentora de los hombres de hoy; y que también, hermano, sea la Virgen del Carmen y su santo escapulario un toque de gracia para los que no nos comprenden, para que se conviertan, para que sepan que no los odiamos, sino que los queremos; que no queremos que se pierdan porque no colaboran a construir un orden temporal más justo; queremos que la Virgen los llame también a ellos, a los que pueden transformar una sociedad, porque tienen en sus manos el poder, o aquellos que secundan la persecución de la Iglesia, pagados por los interesados en mantener esta situación que no se puede seguir manteniendo, que todos estos que se oponen a este reinado de Cristo de justicia, de paz y de amor en el mundo, sientan que los llama Dios también a ellos; hay campo para todos, también para los perseguidores que, como ¨Saulo, se conviertan a ser verdaderos apóstoles del Evangelio en esta hora en que celebramos a la Madre de todos los carmelitanos. La Madre tiene un corazón tan amplio que no solamente está abrazando aquí a los presentes que han venido con cariño, sino que siente -perdonen- también tal vez más amor por aquellos que no están con su Iglesia, por los que la ofenden, por los que acribillan. Sabe ella, como las madres lo saben bien, que los hijos perversos, más desgraciados, son los que están más cerca de su corazón y quisiera que se convirtieran para sentirse hermanos de todos los que ella ama y los quiere en su cielo.

Este es el mensaje, según mi humilde pensamiento, hermanos, y yo les agradezco que me lo hayan atendido con tanta atención. Quiero agradecer a los padres del Carmen el honor y la dicha inmensa que me han dado de poder compartir con esta comunidad tan fervorosa de Santa Tecla carmelitana el homenaje de le estamos tributando a nuestra Señora; y ahora, junto con la Virgen -porque ella es también una creatura, una mujer de nuestra raza-, unámonos en el espíritu de la Virgen para ofrecerle a Dios el sacrificio que recoge el trabajo de todos ustedes: el amor, la devoción, las preocupaciones, las angustias de todo el pueblo representado aquí por ustedes. ¡Cuántas lágrimas, cuánto dolor! Pero puesto en el altar, en las manos de la Virgen, se van a convertir, por la virtud del ministerio eucarístico, en el sacrificio de Cristo. Y sabemos que María es grande, porque fue la que nos trajo a Cristo; de sus entrañas, de su corazón, arrancó la redención del mundo, ya ahora cuando celebramos la eucaristía en una hora de angustias y esperanzas tan solemne, haga que esta eucaristía celebrada en esta iglesia tan bonita del Carmen redunde en una bendición copiosa de paz para toda nuestra república. Así sea.

[1] El inicio de esta homilía no está grabado, por lo tanto, tampoco escrita, pues San Óscar Romero, no escribía sus homilías, tan solo llevaba un esquema de la predicación.

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MARÍA, ESTRELLA DE LA EVANGELIZACIÓN

El 16 de julio es una fecha destacada en el calendario de la piedad popular: es el día de la Virgen del Carmen. No me olvido de una definición muy acertada que un misionero expresaba su admiración por la profunda raigambre de esta devoción mariana entre nosotros, llamó a Nuestra Señora del Carmen "la mejor misionera de nuestro pueblo".

En verdad, yo creo que no hay ningún pueblo salvadoreño donde el día del Carmen no se sienta el atractivo de la Virgen María bajo esa advocación. Desde la alegría general de una fiesta patronal hasta la sencilla celebración de una cofradía o una misa o un rezo en el altar de la Virgen del Carmen, ya sea en la Iglesia del pueblo o en un cantón o en la casa donde la familia guarda como herencia cariñosa una imagen que veneraron los abuelos.

Hoy, cuando los pastoralistas están dando, en sus reflexiones y orientaciones, mucha importancia a la religiosidad o piedad popular, la devoción del Carmen es un fenómeno que merece nuestra atención para cultivarla como uno de esos recuerdos providenciales que la iglesia tiene para cumplir su tarea esencial de evangelizar.

En la carta magna de la evangelización, o sea la exhortación Evangelii nuntiandi, el inolvidable Pablo VI, que recogió la experiencia pastoral del episcopado del mundo, dejó las normas eficaces para discernir los valores incomparables de estas devociones populares. Porque no hay duda de que esas exuberancias religiosas revuelvan los con los grandes elementos positivos de la evangelización muchas desviaciones de fanatismo, de superstición, de intereses egoístas y hasta de errores doctrinales. Pero, bien aprovechadas, esas expresiones del alma de nuestro pueblo son verdadero culto a nuestro Dios y para muchos tal vez serán las únicas oportunidades para encontrarse con el Señor.

Si una peregrinación de la Virgen del Carmen, si el prepararse para imponerse su clásico escapulario o el recuerdo renovador de la alianza con María nos lleva hasta la meta de la evangelización que es la conversión sincera y la expresión, por los sacramentos, de nuestra adhesión al Evangelio y a sus difíciles exigencias, no hay duda de que el 16 de julio es un día privilegiado para nuestra pastoral.

El día de la Virgen del Carmen es, por tanto, una rica herencia de la Iglesia de hoy, que es la Iglesia de siempre. Lo que urge es hacer con estos tesoros heredados lo que se hace con toda herencia: no dilapidarla, sino cultivarla.

Sería imperdonable destruir o criticar negativamente esas bellas expresiones piadosas de nuestra gente solo porque no se acomodan a criterios teológicos más cultivados. Lo sabio es enriquecer esos canales que pusieron nuestros antiguos evangelizadores con los tesoros renovadores de la nueva pastoral. "La caridad pastoral debe dictar, a cuantos el Señor ha colocado como jefes de las comunidades eclesiales, las normas de conducta con respecto a esa realidad, a la vez tan rica y tan amenazada. Ante todo hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla, a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo" ( EN, 48).

Si esto vale para toda religiosidad popular, cuánto más eficaz será esta enseñanza de Pablo VI cuando esas masas populares rodean con cariño de hijos a la Virgen María, bellamente llamada en el mismo documento "estrella de la evangelización" (Ibid., 82).

Óscar A. Romero [ Orientación, 15 de julio de 1979, p. 2).


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