Revista Cine
El primer reproche que se le puede hacer a Monsters University (Ídem, EU, 2013), décimocuarto largometraje animado de Pixar, es que, en lugar de explorar territorios nuevos y arriesgados –como sucedió con su anterior cinta, la notable película de aventuras femeninas Valiente (Andrews, Chapman y Purcell, 2012)-, prefirió volver a universos bien conocidos y mejor explotados, como ya sucedió antes con Cars 2 (Lasseter y Lewis, 2011), secuela de la blanda Cars (Lasseter y Ranft, 2006). Es decir, en lugar de crear una nueva historia, ha realizado una precuela de la de exitosísima e ingeniosa Monster Inc. (Docter, Silverman y Unkrich, 2001). Sin embargo, es difícil sostener ese reproche: después de todo, a la fundacional Toy Story (Lasseter, 1995), le siguieron dos secuelas muy logradas en 1999 y 2010. Es decir, el problema no es hacer secuelas, sino la calidad de las mismas. En ese sentido, hay que aceptar que la primera media hora de Monsters University, dirigida por el debutante Dan Scanlon, es realmente muy floja. El monstruo de un ojo Mike Wasowski (voz de Billy Crystal en inglés, de Andrés Bustamante en español) ha deseado, desde su más tierna infancia, ser un gran “asustador” y trabajar, por supuesto, en Monster Inc., la gran corporación en la que se produce toda la energía con la que se sostiene el mundo alterno en el que habita toda esta monstruoteca. Cuando llega a la Monsters University del título para estudiar la carrera de “asustador”, se da cuenta que la tarea no será tan simple. Puede que él sea determinado, estudioso, concentrado, responsable, pero no tiene las habilidades naturales del despreocupado James P. Sullivan (voz de John Goodman en inglés, de Víctor Trujillo en español), un enorme monstruo peludo que con solo gritar logra que cualquier escuincle se asuste. La fórmula bien conocida de pareja/dispareja y rivalidad/amistad hawksiana se plantea en esa primera media hora que, por otra parte, no nos reserva demasiadas sorpresas. La película, en realidad, inicia luego de que tanto Mike como Sulley son expulsados de la facultad por la Decana Hardscrable (una especie de ciempiés con dragón alado con voz en inglés de Helen Mirren), de tal forma que la única posibilidad de regresar a cumplir su sueño de ser “asustadores” es ganar ciertas Olimpiadas de Sustos con un equipo de fracasados: un vendedor calvo y con ventosas, Don, que regresó a la Universidad porque se quedó sin trabajo; un monstruo peludo y hippioso llamado Art; otro monstruo que tiene dos cabezas, Terri y Terry, que no se entienden bien; y Scott, un gordito de múltiples ojos, tímido e hijito-de-mamá. ¿La Venganza de los (Monstruos) Nerds (Kanew, 1984) para las nuevas generaciones? Algo por el estilo, pues Mike y Sulley, el primero con su inteligencia y el segundo con su talento natural, tendrán que resolver sus diferencias de temperamento y unirse de verdad para lograr que este equipo de perdedores irredimibles pueda ganarle a todos las demás fraternidades discriminatorias, supremacistas y abusivas. La segunda parte de Monsters University está llena de chispazos de eficaz humor relajiento: las súbitas apariciones de Scott para asustar a Mike (“¡Te voy a poner un cascabel!”), los gustos musicales metaleros de la mamá de Scott (“Voy a poner mi musiquita”), el grito desesperado de Art con el que descubre algo de su pasado (“¡No voy a volver a la cárcel!”), la hilarante escena del laberinto en la que hay que sacarle la vuelta a imágenes de adolescentes insoportables (“Nadie me entiende”, “Pero papá, lo amo”) o la emocionante secuencia en el que hay que escapar de una imponente bibliotecaria si se quiere seguir compitiendo. Hasta este momento, la película funcionaba como una entretenida comedia universitaria animada y muy poco más. Sin embargo, hacia la última parte, Monsters University trasciende con mucho todas estas fórmulas al plantear y resolver de forma admirable cierto problema moral que enfrentan los personajes. Así, tanto Mike como Sulley tendrán que pagar por un error cometido, cargar con su responsabilidad y si, al final de cuentas, logran convertirse en lo que soñaban, esto lo han hecho porque han chambeado todos los días, haciendo las cosas bien, empezando desde abajo. Nada de indolencias, nada de disculpas: Mike y Sulley son lo que son gracias a que buscaron serlo. Y si triunfaron, lo hicieron por méritos propios, más allá de burocracias y, sobre todo, más allá de trampas. Un buen discurso anti-nini para las nuevas generaciones -y para las demás.