En este peñón ínfimo, todos los aplausos se los lleva la abadía de San Miguel, emplazada en honor al arcángel homónimo. Se trata de un pequeño paraje de suelo rocoso, ubicado justo en el límite entre Bretaña y Normandía, en Francia, en el que se puede recorrer toda la historia después de Cristo, con solo caminar por el estuario del Río Cuesnon.
Con la llegada del cristianismo, alrededor del 300, los monjes comenzaron a construir allí sus propios edificios dándole al peñón cualidades que hoy se distinguen. No obstante, la abadía que hoy se observa, data del siglo VIII, ocasión en que, según la creencia, el arcángel San Miguel se le apareció al abad, y le pidió la construcción de un santuario.
De entonces hasta hoy, como reza el dicho, mucha agua corrió debajo del puente. Desde la mitad del siglo pasado, esta isla se convirtió en uno de los lugares más elegidos por los turistas. Hay allí, 5 hoteles de buen porte, recibiendo visitantes, sobre todo en verano.Las excursiones que se ofrecen, generalmente, tienen a la abadía, y sus recovecos, como protagonista; pero no dejan de lado la posibilidad de presenciar un espectáculo extraordinario: la subida de la marea, que cubre de agua todos los alrededores de la abadía.
En cuanto a recomendaciones para trasladarse, lo mejor es rentar un coche. Es que la isla es muy pequeña, pero luego, toda la Normandía, tanto como la Bretaña, merecen ser recorridas. Y son tantos los sitios a conocer, cada uno con su historia, que es mejor la movilidad propia. Incluso, muchos de los lugares cuentan con aparcadero.Un detalle: por tradición, la travesía de la bahía se realiza descalzo, y resulta verdaderamente desafiante. Para reponerse, nada mejor que comer carne de cordero de pres salés: animales criados allí mismo, y cocidos logrando un sabor inigualable.