Revista Cultura y Ocio

Montalbano lee

Publicado el 24 julio 2013 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

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Los personajes literarios sueñan, comen, fuman, roban, aman y mienten, pero pocas veces son tan reales como cuando leen una novela. Alonso Quijano se convirtió en Don Quijote por la locura de leer sin pausa las aventuras literarias de caballeros inexistentes. El hidalgo Alonso leía y mientras volaba por las páginas una brillante armadura le crecía alrededor del cuerpo y su sillón se convertía en Rocinante, presto a llevarle al galope al rescate de su amada Dulcinea.

Montalbano no sólo envejece al ritmo que lo hacen sus lectores, sino que lee, y sus lecturas parecen tan reales como las arrugas que Andrea Camilleri traza en el rostro y el alma del comisario. Montalbano lee a los autores que su creador admira y quiere recomendar a sus lectores, maestros como Pirandello – cuya vida narra Camilleri en su Biografía del hijo cambiado’ - o Sciascia, poetas como Dylan Thomas o Eliot, pero también novelas contemporáneas que han sido un éxito de ventas y  que Camilleri detesta tanto que desearía que Montalbano pudiera detener a su autor por su mal gusto.

Somos marionetas… ¿Quién lo había escrito? Ah, sí Pirandello. Por cierto, tenía que comprar el último libro de Borges. Misteriosamente, el nombre del escritor, tras haber penetrado en su cabeza, ya no quería volver a salir. ‘Borges, Borges’, repetía una y otra vez. Y de pronto le acudió a la memoria una media página, o todavía menos, del autor argentino leída tiempo atrás”. Así, en sólo cuatro líneas de ‘El primer caso de Montalbano’, Camilleri nos devuelve a los años 80 – cuando aún se podía vivir la experiencia de comprar el último Borges -  y nos muestra las lecturas de su personaje.

En esa primera aventura, escrita mucho después de ‘La forma del agua’ (1994), la primera de la serie, descubrimos a un joven Montalbano recién nombrado comisario en Vigàta que releeLa sangre de los atridas’, “la novela negra de un francés que llamaba Magnan (…) que ya había leído pero le gustaba como estaba escrita”, porque es el primer libro que encuentra en las cajas de su mudanza. Pero en ‘La paciencia de la araña’ (2004) es la investigación la que lleva a Montalbano directamente a la página 122 de El consejo de Egipto’, de Sciascia, “la primera edición de 1966, la que había leído a los dieciséis años y siempre tenía a mano para releer de vez en cuando”, tras intuir la impostura a la que se enfrenta.

En ‘El perro de terracota’ (1996) descubrimos a Montalbano “sentado en la galería leyendo por quinta vez Pylon’ de Faulkner, se levantó de un salto”. Esta tercera novela de la serie nos descubre tres claves de las lecturas del comisario. Que Montalbano ama a Faulkner más que los vecinos de Amanece que no es poco. Que su librera es una pésima librera: “Aún no había entendido que Montalbano aborrecía leer libros sobre la mafia, sus asesinatos y sus víctimas”. Y, por último, que Montalbano lee a Vázquez Montalbán, el escritor que le da nombre. Lee Montalbano los casos de Pepe Carvalho y al hacerlo es menos personaje y más persona.

 


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