Montalbano envejece. Es una cualidad humana que poseen pocos personajes literarios, cumplir años al mismo ritmo que sus lectores. Desde “La forma del agua” (1994), su primera aventura, el comisario inventado por Camilleri ha dejado de ser un cuarentón sin abolladuras para convertirse en un cincuentón cercado por las dudas y el cansancio. Montalbano ha visto demasiados muertos y, lejos de acostumbrarse, cada vez le cuesta más convivir con la violencia.
“¡Qué pronto ha aprendido la gente a volverse caníbal! Desde que la televisión entró en las casas, todos se habían acostumbrado a comer pan con cadáveres, desde las doce a la una del mediodía y desde las siete a las ocho y media de la tarde, es decir, cuando la gente estaba en la mesa, no había ninguna cadena de televisión que no retransmitiera imágenes de cuerpos destrozados, maltratados, quemados, martirizados, de hombres, mujeres, ancianos y niños asesinados imaginativamente e ingeniosamente en algún lugar del mundo”.
¿Quién habla, Montalbano o su padre Camilleri? Sin duda, los dos. Aunque su gusto por la buena comida y su nombre son un homenaje a Vázquez Montalbán, y Vigatà, la localidad siciliana de la que Montalbano es comisario, es una ciudad imaginaria, la saga le ha permitido a Camilleri mostrar un retrato crítico de la Italia actual, cuya corrupción urbanística y policial no es muy distinta, ¡ay!, de la nuestra.
“…aquí – le dice Montalbano a su jefe superior – en cuanto te mueves para llevar a cabo cualquier investigación, siempre te tropiezas con un honorable diputado, con un cura, con un político o un mafioso que forma una cadena de San Antonio para proteger al probable investigado”.
La cita pertenece a “Las alas de la esfinge”, la última novela de Montalbano que acaba de publicar Salamandra. Capricho editorial o calculada decisión, llega a las librerías tan solo un mes después que “Ardores de agosto”, la anterior novela de la serie. Leídas las dos seguidas, adviertes que a Camilleri le importa cada vez más la vida privada de Montalbano que los casos que tiene que resolver.
Novela tras novela, Camilleri ha construido un héroe vulnerable, duro y frágil, solitario y sentimental, que ha logrado colarse en la vida de de miles de lectores. Ahora que los nórdicos negros están de moda, vale la pena volver a la Sicilia real de Montalbano y acercarse a la trattoria de su amigo Enzo, donde con un poco de suerte encontraremos a Salvo sentado solo en una mesa, pensando en el último caso que tiene que resolver, feliz ante el plato de salmonetes que va a devorar…
“Montalbano se horrorizó ante la idea de la chuleta.
- Pero, ¿hoy tenemos pescado?
- Sí, señor. Y muy fresco.
- Pues entonces, ¿por qué me das un susto de antemano?”