Una tarde no hace mucho volvía de mi trabajo conduciendo y al mirar hacia el horizonte me quedé pasmado:
- ¿Desde cuando están esas montañas ahí?
Y es que una montaña no aparece así como así. Y en realidad no se trataba de tal sino que las formaciones nubosas junto a los escasos, rezagados y juguetones rayos de luz que todavía se negaban a ir a dormir habían adoptado la forma de una gran masa montañosa. Una montaña que no existía, una montaña virtual.
- ¡¡¡Cuánto fuese costado atravesarla, escalarla o bordearla de haber sido real!!!
En seguida, no se bien a santo de qué, comencé a pensar en la cantidad de veces que nosotros mismos nos autoimponemos ese tipo de barreras o montañas virtuales aparentemente infranqueables sea en el ámbito que sea; social, personal, laboral… Quizás motivados (o más bien desmotivados) por los efectos de la rutina, el deterioro producido por el desgaste del tiempo, una influencia colectiva de resentimiento o por el motivo que sea. La cuestión es que simplemente con prestar un poco más de atención no puede resultar más fácil, claro y evidente que no existen como tales… entonces, ¡¿cómo hemos podido estar tan ciegos?!
Por suerte me encuentro en uno de esos momentos en los que intento dejar atrás todo este tipo de situaciones y en el que las montañas más desafiantes con las que me encuentro son las que subo durante mis salidas con la Mountain Bike, y siendo sinceros, ¡una vez arriba no lo son tanto y hasta resulta divertido!
La moraleja de esta historia es que no intentes penetrar, subir o flanquear algo que no existe:
¡¿A qué esperas entonces para ignorar las barreras virtuales y afrontar las reales?!