Nuestra marcha continúa otro trecho carretera adelante buscando el Mirador de Ángel Nieto. Por fortuna, el lateral de la carreta tiene un espacio suficientemente amplio para recorrer los setecientos metros hasta llegar al Mirador. Las vistas al valle son sublimes.
Mirador de Ángel Nieto.
Frente al Mirador, cruzamos la carretera y reptamos bajo una valla para adentrarnos en la falda del San Benito. No existen caminos pero nuestro corazón fabrica senderos siempre ascendentes buscando la cumbre, serpenteamos entre esta tierra árida donde acaso el sudor de antiguos labradores guía nuestras pisadas, porque el trabajo ancestral no se muere en el olvido, es semilla de hierbas eternas que reconfortan paso a paso nuestra búsqueda.
La ascensión en nueva en cada descubrimiento del montañero, este espino y aquel enebro que hoy construyen entraña en mis entrañas, son los mismos que hace siglos fueron sombra y sosiego para aquellos labradores que araban por estas lomas su sustento. Así, en medio de estas laderas reúno en mi corazón el corazón de todos cuantos trabajaron la tierra e hicieron fértil sus esfuerzos.
Me planto en medio de la ladera, arriba vemos uno de los peldaños que hemos de subir para llegar a la cumbre del Pico San Benito.
La valla alambrada de la izquierda sirve de guía para la subida. Más arriba pasamos un cercado de piedra y continuamos en sosegada marcha monte arriba, los jabalíes estuvieron hozando por aquí estas últimas noches, aún quedan multitud de restos de sus búsquedas. Pronto se funde el final de los prados con multitud de enebros rastreros, retamas y los primeros peñascos que anticipan una trepada final de diversión y cuidado constante.
Entre rocas, contemplamos la cumbre. Los doscientos últimos metros son de trepe, de manos y piernas, de repechos y senderos. Superamos peñascos como intensos trabajos, ahora se transforman en rocas más llevaderas como cuando la solidaridad de compañeros o acaso desconocidos comparten sudores para transformar esta tierra en un espacio más llevadero y más bello.
Por entre estos peñascos, los montañeros buscan senderos con palabras de otros siglos y baladas de todos los tiempos. Al fondo, Las Machotas.
Una pequeña hornacina pegada a la roca conserva una imagen de Jesús, niño que acuna y anima esta ascensión, que protege a quien quiera ser protegido. Subir la roca por la brecha parece lo más fácil o lo menos difícil. Después unas peñas como si algún montañero antiguo hubiera construido una escalera nos llevan hasta el último rellano antes de tocar el vértice geodésico.
La cumbre.
En la cumbre recito esta “Balada de mi nombre” de Gabriela Mistral:
El nombre mío que he perdido,
¿dónde vive, dónde prospera?
Nombre de infancia, gota de leche,
rama de mirto tan ligera. ..
Pero me cuentan que camina
por las quiebras de mi montaña
tarde a la tarde silencioso
y sin mi cuerpo y vuelto mi alma.
Fotografías. Bocadillo. Regreso…
Javier Agra