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Aremd es un pueblo disimulado entre grandes rocas. Sobre la ladera se extienden en desorden las casas, el interior del pueblo no tiene calles, no le caben. Se comunica en las diferentes alturas por pasadizos en rampa o escalera, sus casas están construidas entre el adobe y la arcilla rojiza extraída de la tierra. Ocupan las laderas de la montaña, seguramente para reservar los pocos valles como lugar de cultivo. Estamos metidos en el corazón del Alto Atlas, donde viven los imazighen “hombres libres” más conocidos en nuestro ambiente como bereberes.
Aremd visto desde su parte inferior. Nuestro alojamiento, de esta noche, está en la parte más alta.
El término bereber viene de los griegos que, igual que más tarde los romanos, les llamaron bárbaros como llamaban a todos los que estaban fuera de las fronteras de su imperio. Los griegos los conocían como libios, los romanos los agruparon bajo el nombre de numidios o mauritanos: nombre que derivó en nuestra edad media en “mauros” y “moros”.
Pero estamos en Aremd, pueblo de montaña de “los hombres libres”, nuestro destino de esta primera jornada. Hasta aquí nos ha acompañado nuestro guía ¿habríamos sabido llegar, sin su concurso, hasta la Casa de Las Rocas donde pasaremos la noche? A esta primera hora de la tarde de un día de julio, el sol ha sido disimulado por una abundante sombrilla de las ramas de los nogales que hicieron techo alfombrado más de la mitad del trayecto.
En este aposento alfombrado y lleno de colorido fue donde cenamos, con el ánimo aventurero haciendo de puente entre el pueblo y el Tubkal.
El exterior de la casa conserva una enorme roca que la protege y la disimula; su interior está sencilla y bellamente construido (aún sin concluir, todo se andará). Sentados en un amplio salón, nos ofrecen un té caliente y azucarado que agradecemos respetuosos y tomamos animosos. ¿Cómo cantar, ¡oh mortales!, las inmediatas excelencias de esa bebida? A lo largo de los próximos días aprenderemos, desde la experiencia, que estas bebidas calientes que nos ofrecen en diferentes momentos del día son, al tiempo, refrescantes, relajantes, reconstituyentes. La comida se acompaña con una tortilla de las gallinas de Aremd y un plato de ensaladas variadas de alguno de los múltiples y pequeños huertos que han trabajado en los rincones de tierra del pueblo y sus ribazos.
En la parte más baja de Aremd, donde comienzan los manzanos y el pequeño y fértil valle, se levanta una hermosa y moderna mezquita.
La tarde de verano, seca y soñadora, nos convida a pasear el pequeño lugar de arriba abajo; de modo que literal y geográficamente paseamos desde arriba hasta abajo sus estrechas y silenciosas calles. Las gentes están en sosiego; los niños entre cariñosos y curiosos se acercan a nosotros en conversaciones que intuimos y más tarde comprendemos, los niños son sabios y amables y nos saludan en francés; las gallinas saben que están en su pueblo y no necesitan dejar senderos a los viajeros; nuestro sitio es el Tubkal, las gallinas llevan aquí ya muchos siglos y no tienen ningún interés en entrar en la vorágine presurosa de la modernidad.
Desde nuestro alojamiento observamos el valle, multitud de huertas con manzanos, la aridez de las montañas que rodean al montañoso Aremd y, al fondo, las montañas del Tubkal nuestro principal objetivo de este maravilloso viaje a Marruecos.
Al bajar por el pueblo encontramos algunas ovejas y algunas cabras de las que se sirven fundamentalmente para la alimentación familiar; también para el uso doméstico cultivan cada trocito de terreno que pueden aprovechar en terrazas, que riegan con una cantidad de agua que parecería desproporcionadamente abundante en esta zona; el agua está toda aprovechada en un sistema de canales y acequias envidiables a nuestros ojos; también encontramos mulas que estos habitantes, como los de los cercanos pueblos, utilizan fundamentalmente para el transporte de las mochilas y el servicio de las expediciones al Tubkal. La parte baja del pueblo tiene un fértil valle repleto de manzanos, nos enteramos que esta fruta está dedicada fundamentalmente para la venta. Los imazighen “hombres libres” viven para la tierra, aman y respetan la tierra, aman y respetan a los animales, a la naturaleza, al viento, al sol, saben que forman parte de la misma naturaleza.
Vista de Aremd, camino ya del Refugio donde pasaremos otro par de noches montañeras. En primer plano observamos una enorme cantidad de manzanos; a la derecha, multitud de nogales; el pueblo en la cuesta y en el centro la mezquita con el minarete (torre en castellano), faro desde que el muecín llama a la oración cinco veces al día a los fieles muslín.
Salimos hacia el Refugio del Tubkal. A la hora de la cita nos espera Brahim, nuestro guía. Los mil doscientos metros de esta jornada serán sin peso, pues “nuestra mula” llevará nuestras pertenencias. Conversamos sobre las novedades que se agolpan en nuestra mente, sobre la apetitosa cena a base de cuscús y un tajín de cordero con abundancia de verduras, la mullida cama, el sosiego nocturno entre ranas y grillos… El sendero inicial es bellísimo entre agua y manzanos…
Javier Agra.