Lo de las deudas de los ayuntamientos empieza a ser desesperante y raya en el más absurdo de los despropósitos.
Monteseirín alardea de que Sevilla es la ciudad que más deuda ha logrado reducir; un 5,3% según el Banco de España. Sin embargo, esto no impide que Sevilla sea en la actualidad la sexta ciudad más endeudada de España, con una “roncha” de 493 millones de euros, según el propio Alcalde reconoce, pero que otras fuentes sitúan en 631 millones de euros si se le suman las deudas de las empresas municipales.
Por si no fuera bastante con estos números de descalabro, se permite el lujo de anunciar a bombo y platillo una “inversión muy importante” en promocionar las setas de La Encarnación, ese capricho megalómano de Monteseirín que ha costado el triple de lo inicialmente presupuestado y que parece no acabarse nunca, y al que ahora han des cubierto, como por obra de la casualidad, que la pasarela aérea que debía unir el complejo en su conjunto no se podrá utilizar por motivos de seguridad.
Si algo aconsejaba el sentido común y la seguridad de nuestros menguados bolsillos de contribuyentes era no acometer una obra de esta envergadura a las puertas mismas de una de las mayores crisis económicas que ha padecido la sociedad moderna y mucho menos hacerlo de forma tan chapucera como se ha hecho. Pero ya se sabe, nadie conoce el material del que están hechos los sueños y la construcción de uno puede acabar por convertirse en un permanente dolor de cabeza para el soñador, como así está ocurriendo.
Porque Monteseirín tuvo un sueño un día, como Martin Luther King, y se puso de inmediato a construirlo. Pasado el tiempo, el sueño se le convirtió en una visión: bajo un luminoso cielo de la primavera del sur él vio lo que dio en llamar “la ciudad de las personas”. Y continuó construyendo. Y a no ser porque el partido decidió que el sueño ya duraba demasiado, todavía estaríamos varios años más de obras y soñando cada noche con una ciudad en la que la convivencia se desarrollase con cierto grado de normalidad.
Todas estas alucinaciones consecutivas y recurrentes, algunas muy buenas y otras verdaderos desastres desde que se pusieron en marcha, se fueron construyendo con el dinero de todos los sevillanos, que soñar es gratis, pero materializar el sueño ni de coñas.
Y, entre andamios, obreros enloquecidos, maquinaria y la siempre presente prisa para acabar la faena antes de que nos cojan las elecciones, se dejaba caer, como quien no quiere la cosa, la correspondiente campaña de autobombo y promoción personal para arañar de paso algún que otro voto descarriado pagada con el erario público, claro está. Cosa que, por lo además, lleva implícita la presunción de que todos los ciudadanos somos tontos del bote y no sabemos apreciar por nuestra cuenta qué es lo que se ha hecho bien en la ciudad en la que vivimos.
Con semejantes maneras de gobernar una ciudad, achacables por supuesto tanto a unos como otros sin importar el color de la ideología política, es más que comprensible que en las arcas municipales florezcan poco más que las pegajosas telas de araña que allí habitan desde tiempos ancestrales. Aquí se gobierna más para el brillo y refulgir del político de turno que para el esplendor y gloria de la ciudad que ha de ser orgullo de sus moradores.
Tan mal están las cosas que ahora me entero de que las agencias de calificación incluso ponen notas a la s comunidades autónomas por aquello del déficit público, como a los gobiernos nacionales. Además, el Partido Popular de Andalucía va a pedir a la Federación Andaluza de Municipios y Provincias (FAMP) la celebración de una asamblea extraordinaria para analizar la caótica situación financiera de los ayuntamientos. El PSOE se opondrá, pero no porque no coincidan en la calificación de la situación, sino por motivos de estrategia política, que ya se sabe vive en su propio tiempo.
Así las cosas, lo sorprendente es que todavía se alarmen con el desapego de los ciudadanos de la política o con los bruscos vaivenes de la intención de voto de la población. Ocurre ahora mismo en Andalucía, donde los resultados de la última encuesta del IESA augura una amplia mayoría al Partido Popular, sobrada para gobernar sin necesidad de nadie, y los dirigentes socialistas lo achacan, y con buena parte de razón, al “comprensible enfado de los andaluces”.
Es cierto que tal y como están las cosas, con Zapatero lanzado como un kamikaze a los brazos acogedores del neoliberalismo más salvaje, la peña esté más que cabreada y le esté mentando al Presidente la familia un día sí y el otro también.
Pero también no es menos cierto, que en el gobierno de lo cercano, como sucede con las alcaldías, se ha implantado un modelo a imagen a semejanza del Gobierno de la nación, cuando no debe ser lo mismo dirigir un país que gestionar el funcionamiento de una ciudad.
En el hecho de que siete de cada diez andaluces quieran un cambio de gobierno en Andalucía algo debe tener que ver también, no sólo la actuación a remolque de la Junta con las medidas impulsadas desde el gobierno central, sino el alcalde de la misma formación que además me anda jodiendo la vida cotidiana en la ciudad donde gasto mis días. Como se suele decir, es lo que suele pasar cuando se junta el hambre con las ganas de comer.