El alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Montesirín, y su inseparable adlátere, Fran Fernández, ya no quieren mirar atrás, al pasado. No les interesa. En estos casos, cuando ya están más fuera que dentro, cuanto mayor y más inmediata sea la dosis de olvido mejor. Por eso ahora emplean la mayor parte de su tiempo en ir muy juntitos, como un dúo dinámico de la política, a inaugurar lo inimaginable por los vericuetos de la ciudad.
Desde su juguete preferido, el tranvía, que nadie sabe a ciencia cierta cuántas inauguraciones lleva ya a sus espaldas, hasta la colocación de la primera piedra de un barrio que ni dios sabe cuándo se concluirá. Aunque, dicho sea de paso, este proyecto tiene la suerte de que igual, pasada la primavera, lo coge quien le sustituya y hasta lo acaba en tiempo, quién sabe.
El caso es que los restos de un gobierno ya fósil andan empeñados en borrar todo rastro de lo anterior cubriéndolo con una espesa de capa de novedad. Lo nuevo es ahora lo imperante, aunque esto en Monteseirín es consigna obligada casi desde sus inicios como regidor. Ya se sabe, está muy feo mirar atrás, cuando para los demás es obligación impuesta hacerlo hacia adelante, y se ha dejado como estela un reguero interminable de cadáveres.
Pero por mucho que el alcalde no intente ir con el paso cambiado, las estelas que él va dejando no se borran tan fácil como las del mar. Algunos que creía cadáveres todavía no han pasado de la cansina lentitud de la agonía y, aunque con dificultades, mantienen intactas las facultades, incluida la memoria.
Tussam es uno de esos cadáveres exquisitos que está pasando por dicho proceso. Los continuos retrasos en los pagos de la nómina están causando verdaderos estragos económicos en la plantilla, lo que ha provocado que los trabajadores se hayan visto obligados a recurrir de nuevo a las movilizaciones. Los eventuales de la bolsa de trabajo, que esperan ansiosos a que un ángel caído del cielo venga a hacer cumplir lo que el máximo órgano de representación de los sevillanos ha acordado –que manda huevos– y que ya ven agotarse el horizonte el subsidio de desempleo, también han decidido reanudar sus protestas. Aunque se haya pretendido hacer creer a la opinión pública lo contrario, ninguno dispone de un salario astronómico, como el del gerente o el del mismo alcalde, para poder resistir los envites.
Ayer, los empleados de talleres decidieron por su cuenta iniciar una protesta en la puerta de las instalaciones durante el tiempo de descanso del que disponen, lo que en el argot se conoce como “el tiempo del bocadillo”. Mostraron su descontento pacíficamente concentrándose a la entrada de la compañía durante veinticinco minutos, portando pancartas en sus cuerpos mientras daban cuenta de las viandas.
En los carteles se podían leer frases como “no queremos dinero, sólo nuestro puesto de trabajo” y otras similares que expresaban el grado de indignación de una gente que lo está pasando mal por la bíblica incompetencia de quienes nos gobiernan. La respuesta del gerente Arizaga, como no podía ser de otra manera en un talante democrático donde los haya, fue mandar avisar a los antidisturbios, que se presentaron allí y se marcharon por donde habían venido tras finalizar la protesta y sin tener que intervenir en absoluto dada su inocencia. De casta le viene al galgo.
Hoy lo han vuelto a repetir y piensan continuar así, aunque hoy Arizaga ha optado por no llamar a las fuerzas del orden, seguramente porque con una vez que se haga el ridículo de una manera tan espantosa es más que suficiente.
Puede ser que ya no interese hablar de la constante reducción de servicios que se está llevando a cabo, ni de los retrasos sistemáticos en los cobros y los atrasos de salarios de más de un año. Puede que incluso los sevillanos, que lo están sufriendo en sus carnes a diario, mantengan la boca callada no se sabe por qué motivo extraño. Pero Tussam, aunque mal herida, no es un fiambre, y la dignidad de quienes allí trabajan se hará oír más temprano que tarde.
El alcalde tal vez no mire atrás cuando lo desea, pero lo que no podrá hacer es dejar de escuchar. Y ahí estaremos los trabajadores de la empresa de transportes urbanos para recordarle que, por mucho que lo haya intentando, Tussam sigue bien viva y coleando. Por más que le pese.