En el primer encuentro que se produjo entre Alfredo Sánchez Monetesirín, alcalde de Sevilla, y la entonces reciente ex gerente de Tussam, Carmen Calleja, cuando ésta le preguntó sobre quién iba a ser el nuevo director de la empresa municipal de transportes urbanos de la ciudad, el alcalde fue contundente en su respuesta.
-Carmen, voy a poner un gerente de derechas- dijo.
Y a fe que así ha sido, porque desde entonces hasta hoy la empresa no ha hecho más que empeorar sistemáticamente sus números y envenenar cada día un poco más el clima de las relaciones laborales con sus empleados.
Esto no hace sino confirmar que Carlos Arizaga era la peor opción posible y en el momento más inadecuado para gestionar la empresa. Pero también dejaba bien a las claras cuáles eran las intenciones del alcalde para con una de las empresas estrella del ayuntamiento sevillano.
A partir de entonces el clima laboral se fue enrareciendo de manera intencionada, las cuentas convirtiéndose en una borrasca que amenazaba con ahogar la supervivencia como empresa pública de la entidad y el futuro de la misma haciéndose cada vez más incierto.
Todo parecía un plan preconcebido para quitarse de encima una compañía que había sido el emblema del barco municipal y a la que se había recurrido de forma habitual para engrasar los mecanismos propagandísticos de la maquinaria municipal cada vez que ha hecho falta.
El alcalde, cada vez que tiene ocasión, se encarga de demostrar la tozudez de su decisión. La última prueba de ello ha sido la intención de aplicar los recortes salariales decretados por Zapatero para los funcionarios públicos a las plantillas de Tussam y Lipasam de forma exclusiva, aduciendo que como sufren pérdidas y reciben aportaciones del ayuntamiento pues era de rigor. Incluso el recién nombrado vicepresidente de Tussam, Juan Ramón Troncoso, precisó que tenía que consultar con Zapatero su posible aplicación. Ahí es nada.
Monteseirín sabe perfectamente que el personal de ambas empresas ni es funcionario ni tampoco personal laboral del ayuntamiento, su régimen jurídico es como el de cualquier otro trabajador de una gran empresa regida por un convenio colectivo propio, pero eso es lo menos importante, lo relevante es no soltar presa, no relajar la presión. Y en ello anda.
Lo cierto es que el tan esperado informe que facilitara la aplicación de los recortes le ha salido rana –al parecer todavía hay profesionales que cultivan el sentido común y la honradez en la casa de todos los sevillanos– y ahora apela a la conciencia de las plantillas para que se apliquen los recortes en una especie de inmolación colectiva en nombre de la solidaridad ciudadana. Los empleados de ambas empresas ya se han encargado de dejarle claro al todavía alcalde que no están dispuestos a que se juegue a capricho con sus salarios.
Es muy del alcalde eso de agarrarse a las palabras grandilocuentes en momentos delicados y ahora lo de la solidaridad le ha venido como anillo al dedo; es una de esas palabras que causa respeto y abre los oídos de la gente. El único inconveniente es que Monteseirín no tiene talla moral para hablar de solidaridad a quienes trabajan en Tussam. No está a la altura.
En otras circunstancias ese diálogo se habría producido sin problema alguno, como ya ocurrió en todas y cada una de las crisis anteriores comenzando por los casi olvidados Pactos de la Moncloa. Pero no ahora, sencillamente porque él mismo se ha encargado de que no sea posible.
No es de recibo y demuestra una escasa, cuando nula, sensibilidad y mucha cara dura que quien pide solidaridad a una plantilla masacrada sea el mismo autor de la masacre. Es de poca vergüenza, a secas.
El mismo que se ha encargado de arruinarla y de jugar con el futuro de casi mil quinientas familias, empezando por cargar en sus arcas la factura íntegra de su capricho más preciado –el Metrocentro– cuando era consciente de que las finanzas de la empresa no lo soportarían, y terminando por permitir la mala gestión, la pérdida de ingresos y viajeros y la supresión de líneas sin apostar por otras alternativas más razonables. Hasta tal punto ha sido su obcecación que ha puesto en peligro incluso el apoyo de su socio de gobierno.
No está capacitado para mencionar la palabra solidaridad quien ha consentido que Arizaga y Guillermo Gutiérrez, esos imputados y presuntos delincuentes, hayan criminalizado las relaciones laborales de la empresa hasta consecuencias trágicas y no deseadas, y se hayan permitido el lujo de prescindir del tesoro más preciado de la tradición de la empresa: el diálogo social y el compromiso de la plantilla.
Es una ironía de mal gusto que quien ha utilizado un conflicto como el vivido en Tussam para defender intereses personales y egoístas pretenda ahora dar una lección ética a quienes lo único que han hecho es luchar para defender a sus familias. Además de haber facilitado que un gerente que nunca ha dado la talla se permita el lujo de gobernar la empresa a golpe de cacicadas y utilizarla cada vez que le ha parecido conveniente en función de sus intereses particulares, incluso por encima de los del resto de los sevillanos. Y así podría seguir hasta aburrirme.
Hay palabras, señor alcalde, que sencillamente le vienen grandes, al igual que el cargo. Así que dedíquese a lo que mejor sabe que no es sino lanzar a sus perros de presa mediáticos encima de esa plantilla a la que ahora tanto le interesa conmover.