Revista Cultura y Ocio

Montevideo - Enrique Vila-Matas

Publicado el 13 marzo 2023 por Elpajaroverde
«Nada más terminar el fragmento «París», que el lector posiblemente acaba de leer, estuve tres años sin escribir nada, absolutamente nada, a la deriva. Nada más dejar de escribir, empezaron a pasarme cosas; eso fue bien raro. No es que antes no me ocurrieran cosas, pero las que empezaron a pasarme cuando dejé mi escritorio tenían un punto en común: reunían todas las condiciones para ser narradas, y hasta lo exigían, casi lo pedían a gritos.Y aquí estoy, he regresado. Vuelvo a sentarme frente a mi escritorio, como si tres años no fueran nada. Dejo atrás mis embates contra lo narrable, contra lo narrativo, contra lo narrado, contra las tramas. Dejo atrás también el fragmento «París», que como escritor me ha anulado por tres años, tal vez porque intenté embocar la biografía de mi estilo para ver adónde me llevaba, y me condujo a un callejón sin salida».

Y aquí estoy, he regresado. He vuelto de Montevideo.

Montevideo, como ya sabéis, es «una ciudad, pero también un estado de ánimo, una forma de vivir en paz fuera del convulso centro del mundo, un ritmo antiguo en pies descalzos». Montevideo es, pues, una novela de Enrique Vila-Matas. Pues bien, he estado viviendo durante días —incluso cuando no me encontraba leyendo— no sé muy bien si en un cuento que escribió Julio Cortázar y que no he leído o si en la novela que estaba leyendo de Vila-Matas. Pero he vuelto; aquí estoy. «La inteligencia», tal y como recuerda el protagonista y narrador de esta novela que os traigo hoy que le aconsejaba su padre, «sirve para encontrar el orificio, el ojo, el agujero, el hueco, por mínimo que éste sea, que nos permita escapar de aquello que nos tiene atrapados». No obstante —y siendo sincera—, he de reconocer que me ha costado más entrar en esta novela que salir. Así también he de confesar que para llegar a Montevideo he tenido que recurrir más a mi perseverancia y curiosidad que a mi inteligencia. Además, me he dado cuenta con esta lectura de que es mi curiosidad la que me hace ser perseverante. Los poquísimos libros con los que no persevero y cuya lectura, por tanto, abandono, no me producen curiosidad, no me dicen nada, no me hablan a mí. Ni que decir tiene que el escritor barcelonés que firma este libro —así como los autores y lecturas que le acompañan en él— me han dicho mucho. Persevero, pues, como he hecho otras tantas veces con algunos libros cuyas lecturas me han resultado dificultosas o no he comprendido en demasía, pero que han terminado por resultarme extrañamente lúcidas y reveladoras.

Montevideo - Enrique Vila-MatasEl escritor que protagoniza este libro sufre un bloqueo. Lleva tres años sin escribir, concretamente desde que concluyó ese fragmento titulado París que, para más inri, resulta constituir la primera parte de esta novela escrita por ese otro escritor llamado Enrique Vila-Matas (del escritor bloqueado ignoro el nombre). Casualmente, tres años hace desde que leí Una bruma insensata, la novela anterior a esta publicada por el autor (tres años median también entre las publicaciones de ambas novelas) y única suya leída por mí hasta mi entrada en Montevideo. Lo que no ha sido casual es la elección por mi parte del adverbio con el que he comenzado la frase anterior. Por supuesto que soy consciente de que la coincidencia en tres años entre sendos libros de Vila-Matas y el bloqueo de su escritor es una simple casualidad, pero, asimismo, bien sé que «una coincidencia no es siempre una casualidad». Sé, por tanto, que no es casual que, cuando ese escritor en crisis se asoma a la ventada del cuarto de baño de la habitación 205 del hotel Esplendor de Montevideo y su vista encuentra en la calle el árbol solitario que aparece en un cuento de Bioy Casares paralelo (y coincidente, que no casual) a aquel otro que Julio Cortázar escribió en esa misma habitación 205 del que por aquel entonces era el hotel Cervantes, sé —repito— que no es casual que ese escritor observe también cómo un hombre, desde una vivienda próxima a ese árbol, está sacando un tablón para cruzar desde su ventana a la ventana de la casa vecina. Reconozco, cómo no, el guiño de Vila-Matas a mi capítulo favorito de Rayuela. Aun así, ese guiño no es más que una coincidencia buscada. Tras una anécdota protagonizada por G. H. Sebald que este narró en una entrevista y de la que Vila-Matas, por boca de su escritor que no escribe, da cuenta en esta novela, el escritor británico «concluyó que las coincidencias no eran casualidades, sino que en alguna parte había una relación que de vez en cuando centelleaba por entre un tejido ajado». Es por ese tejido ajado, que, más que ser orificio, ojo, agujero o hueco por el que escapar de lo que me tiene atrapada, es en sí mismo el tejido arácnido que me atrapa (la referencia arácnida, como tendréis ocasión de comprobar, no es casual sino coincidencia buscada por mí), por el que instintivamente, y sin tener ni idea de francés, sé a qué se refiere el escritor italiano Antonio Tabucchi al utilizar el vocablo clochard en otra anécdota, que en este caso forma parte de esta novela en sí (autores reales, ficticios y ficcionados realizan cameos e incluso son personajes en la misma) al habérsela confiado al escritor bloqueado. Será poco después que me llegará por ese otro tejido ajado que es la memoria la certeza de que fue precisamente Rayuela la lectura en la que por el mismísimo Julio Cortázar supe lo que era un clochard y una clocharde. Los tejidos ajados son para mí puertas entreabiertas a pequeños milagros e instantes de felicidad. Benditas sean esas casualidades, pálpitos lectores y extrañas, inexplicables y certeras conexiones literarias que ya sabéis que me fascinan y me producen infinita alegría. No, las coincidencias no siempre son casualidades.

Leo en Montevideo cuando todavía no he entrado en Montevideo lo siguiente: «Uno podía pasar al otro lado. Ocurre en ocasiones que un muro es muro y puerta al mismo tiempo. Tal vez se estaban dando en aquel momento las circunstancias favorables para que eso ocurriera. Ya dijo Geneste, el arqueólogo del documental de Herzog, que una pared puede hablarnos, aceptarnos o rechazarnos». Pues bien, las primeras páginas de esta novela son un muro para mí. Enrique Vila-Matas me tira piedritas para que lo siga, tiende sus hilos de araña para que no me caiga. Yo persevero curiosa, avanzo, me estanco, disfruto de muchas cosas, me pierdo en otras. Leo como esperará ese escritor que no escribe que le llegue la inspiración, pensando que «podría por unos días vivir al menos de un modo parecido a como suelo a veces escuchar la radio: esperando la siguiente canción, la canción que pueda cambiarme un poco, si no la vida, al menos la mañana», como buscará más tarde la salida a su bloqueo: «Nunca he mirado tanto por una cerradura para acabar no viendo nada. Pero me atrapó tanto la posibilidad de que iba a poder ver algo que quedé por momentos perdido en la negritud más tenebrosa». Eso es lo que me sucede en París. Tras París, el escritor que ha escrito París se bloquea y yo me desbloqueo. Así, la Montevideo que inicialmente me rechaza, pasa poco a poco a aceptarme para terminar hablándome (bueno, en realidad, hablar siempre me ha hablado, es solo que yo ya la escucho en toda su plenitud). Conviene señalar que cuando digo Montevideo no me refiero a la ciudad ni a la parte así titulada de esta novela —que puede, además, considerarse centro neurálgico de la misma— sino a ese estado de ánimo, a esa forma de vivir en paz fuera del convulso centro del mundo, a ese ritmo antiguo en pies descalzos.

Una bruma insensata, en cambio, me aceptó desde el principio. Cómo no sentir simpatía inmediata por ese artista citador un tanto patético que la protagoniza. Cómo no disfrutar de esa delirante historia repleta de comicidad. Y es que Vila-Matas, al igual que —según cuenta su escritor en crisis— hacía Roberto Bolaño, no se toma «demasiado en serio la literatura, lo que, a mi modo de ver, siempre ha sido la mejor forma precisamente de tomársela en serio de verdad». Y es precisamente porque el escritor barcelonés se la toma en serio al no tomársela que vuelve a regalarme en Montevideo una historia absurda, surrealista, kafkiana, si se quiere (ya que Kafka también asoma casualmente por ella).

Conocida es la querencia del autor por hilar su propia prosa con la de otros autores, así como por sus referencias constantes a otras obras. Sus novelas tratan sobre literatura y esta que nos ocupa no es una excepción. Así, recurriendo para ello en un punto de esta novela a una reflexión sobre La parte inventada de Rodrigo Fresán, nos cuenta por boca de su protagonista que el escritor argentino piensa que, «en los libros revolucionarios, ya sea el UlisesTristram Shandy, el QuijoteMoby Dick, la trama la puedes resumir en tres líneas». Lo que yo pienso es que en Montevideo la trama también se puede resumir en tres líneas. Pienso que esa trama no comienza a verse o a asentarse hasta que concluye París. Pienso que hasta en las novelas cuya trama puede resumirse en tres líneas y en las que casi lo que menos importa es la trama ha de haber una trama. Pienso que a ello se debe mi desubicación en París. Pienso que ha llegado el momento de dejaros echar un vistazo por la mirilla de la puerta que conduce a Montevideo.

«Hay un cuento formidable de Julio Cortázar en el que el cuarto de al lado de una habitación de hotel juega un papel fundamental. Es «La puerta condenada», pertenece tanto al mundo de la ficción como al mundo real, y tiene como escenario la ciudad de Montevideo, en Uruguay.Por eso cuando, [...], me propusieron viajar a esa ciudad, lo primero que pensé, tras aceptar la invitación, fue en una puerta ciega que había detrás de un armario en el cuarto de hotel en el que Cortázar situó «La puerta condenada».Hacía años que deseaba pisar el territorio de aquel cuento de ficción, ver el armario, la puerta que estaba detrás del armario, la para mí mítica puerta condenada, intentar averiguar qué pasaba cuando uno entraba en un espacio de ficción que existía al mismo tiempo en el mundo real o, dicho de otro modo, en un espacio del mundo real que no sería nada sin un mundo de ficción, y a la inversa, y así hasta el infinito».

Montevideo - Enrique Vila-Matas

Red Samsonite Silhouette Suitcase, fotografía de vintage19_something bajo licencia CC BY-ND 2.0


Como veis, no soy la única a la que Julio Cortázar persigue por esta novela. Rectifico: no soy la única que persigue a Julio Cortázar por esta novela. El escritor que no escribe también se cuela por el tejido ajado en pos del genio argentino.

Llegados a este punto creo conveniente indicar que en esta novela no solo existen París y Montevideo sino que, como siempre, hago incisión en lo que me viene bien para contaros lo que quiero contar. En esta novela hay más ciudades y más cuartos de hoteles y, sobre todo, más puertas (si es que no todas las puertas son la misma). Llegados a este punto también conviene declarar que leer a Vila-Matas es como para sufrir un bloqueo bloguero. Y esto se debe a que —como dice Cuadrelli, uno de los personajes de esta novela— «sobre una buena novela, [...], no hay nada que añadir por parte de su autor, nada para contar, o no debería haberlo si el escritor ha hecho bien su trabajo, y que así sea siempre se debe a que la misma escritura de la novela ya es una explicación de algo que sucedió en la vida o en la mente del narrador; algo que exigía ser puesto en palabras y que terminó dando forma al libro». Sobre una buena novela —os digo yo— no hay nada que añadir por parte del lector. Todo lo que pueda decir un lector de ella es más de sí mismo que de la novela. Así, pues, una vez liberada de la carga de explicar Montevideo, puedo acometer la tarea de reseñar esta novela, «porque si algo tiene de extraordinario la literatura es que es un espacio de libertad tan inmenso que permite todo tipo de contradicciones»«porque nada calma tanto como saber que uno no ha de contarlo todo cuando el Todo que ha elegido a todas luces es inabarcable». La novela de Vila-Matas es de esas que nos ofrece la maravillosa e indescriptible experiencia de poder habitar en el universo propio que crea, es «uno de esos libros que tienen vida propia, es decir, que continúan novelándose solos». No seré yo, pues, la que os la novele (además, ¿cómo contar un río?). No seré yo una de esos «rastreadores del Todo». No seré Johnny Carter en El perseguidor —mi cuento favorito de los que he leído de Cortázar y uno de mis preferidos de entre todos los que he leído en mi vida—, para el que el tejido ajado de la realidad es como un queso Gruyére con más agujeros que queso.

Yo soy yo y mis lecturas, como los libros de Vila-Matas son Vila-Matas y sus lecturas. Es por ello por lo que, tras rechazar mi intención inicial de leer La puerta condenada e Historia con migalas (otro relato de Cortázar que también tiene su importancia en la novela que nos ocupa (una migala, por cierto, es un tipo de araña)), así como ese otro relato paralelo ya mencionado de Bioy Casares y que lleva por título Un viaje o El mago inmortal —intención, todo hay que decirlo, «con más fuegos de artificio que convicción, aunque ya es sabido que la falta de convicción acaba conduciéndonos, aunque no lo esperábamos, a la convicción misma» (es decir, que probablemente en un futuro estas lecturas de un modo u otro lleguen a mí a través del tejido ajado)—, lo que hago en cambio es releer alguna de mis reseñas.

Que Julio Cortázar es maestro abriendo puertas a otras realidades (o más bien a esa realidad que está ahí, pero que nos inquieta mirar a los ojos y por eso le quitamos la cara y nos mantenemos ocupados en eso que llamamos día a día para así seguir felices en nuestra ignorancia) es algo que ya sabía. Y es que, en realidad, «lo visible no es sino un resto de lo invisible». Me ha alegrado que esta novela de Vila-Matas que tanto bebe del escritor argentino sea una novela de puertas, pero, como era algo que ya había comprobado, no me ha supuesto «ese momento y el recuerdo emocionante de por fin haber sabido qué era descubrir: ver de otro modo lo que nadie antes ha percibido». Sí que he re-descubierto gracias a ella otras cosas. Pensé que la primera vez que había relacionado la literatura de Cortázar con puertas a esa extrañeza con ese punto de reconocimiento que nos asusta había sido en mi reseña del inclasificable Los errantes de Olga Tokarczuk al hermanar uno de los textos que la polaca incluye en ese libro con el cuento Texto en una libreta de Cortázar. Sin embargo, al releer la reseña que del libro que contiene ese cuento hice en su día hete aquí que me encuentro con lo siguiente: «Si tuviese que elegir una única palabra para comentar el libro que os traigo hoy, escogería umbral. Ya desde Las puertas del cielo, primero de los relatos reunidos en este volumen, Julio Cortázar juega a situarnos en el umbral de la irrealidad y a convertir esa irrealidad en real con su correspondiente pellizco de inquietud». Y es que no recordaba para nada haber escrito esto. No deja de maravillarme el porqué de que haya cosas que permanezcan tan vivamente en nosotros mientras que otras, y no porque necesariamente sean menos importantes, se cuelan sin apenas poso por lo ajado de ese tejido paralelo a la realidad que es nuestra memoria. Además, esa memoria mía que suelo considerar tan buena y que recién he comprobado que está mucho más ajada de lo que pensaba, aún me tenía reservada una sorpresa mucho mayor.

«Sabrás, [...], que tanto los poetas como los teólogos del antiguo Egipto veían como una impiedad hacer llegar a los profanos, con caligrafía vulgar, los misterios de la sabiduría», le dice Cuadrelli al escritor que no escribe en otra de las conversaciones que mantienen. «Lo sabía, pero no lo acababa de saber», le confiesa su interlocutor. «Pues que sepas que, si ellos juzgaban algo digno de conocimiento, lo representaban con diversas figuras de animales y cosas, pues se trataba de que no llegaran al conocimiento general, sino sólo a aquellos que, a través de los símbolos propuestos, estuvieran en el secreto». Pues bien, en ese secreto me siento en parte leyendo esta novela, pero no es menos cierto que también siento que Enrique Vila-Matas es como uno de esos poetas o teólogos del antiguo Egipto y me pone, por tanto, el conocimiento en los labios a través de los símbolos propuestos para después negármelo. Y por supuesto que bien sé que eso es parte de la ambigüedad de la vida, de la literatura y del juego que es esta novela, la misma ambigüedad que hace que el escritor bloqueado lo mismo se imagine como «una migala en la oscuridad, al acecho de todos ellos, vestida para matar, y con la tranquilidad que daba tener tan cerca a aquel cuarteto de la muerte, porque aseguraba alimentos y compañía útil, carne viva o muerta, pues había que preguntarse qué sería de las noches en el mundo si para las bestias no hubiera humanos y alguna rana de más en las habitaciones de al lado» que cree ver a un señor de otro siglo, que ya había visto en sueños, «sorbiendo el líquido blanco que llena el abdomen de las arañas y sosteniendo que era un manjar que tenía el gusto exquisito y delicado de la nuez».

Montevideo - Enrique Vila-Matas

Spider!!, fotografía de Chris Waits bajo licencia CC BY 2.0

Si cito todo lo entrecomillado en el párrafo anterior no es solo por recrear esa ambigua sensación de simultanear la extrañeza y reconocimiento, la incomprensión y lo que ya sabíamos pero recién descubrimos que me dejan algunos libros y que tanto me gusta, sino por remitirme a una especie de sabiduría ancestral, de era primigenia, de primitivismo, y por hacer notar la antiquísima simbología de la araña, así como la repulsión innata que tal ser nos provoca, algo que no puedo evitar que haga que, por ese ajado tejido que es mi mapa literario, se cuele la cucaracha de La pasión según G. H., esa indescifrable novela de otra magnífica descubridora de umbrales como fue Clarice Lispector. Os imaginaréis mi alegría cuando en la novela que nos ocupa Yvette Sánchez, amiga común de Cuadrelli y de nuestro protagonista, le confía al escritor que tras escribir París dejó de escribir «que las migalas de Cortázar [...] tenían en la obra del escritor argentino muchos precedentes: las famosas cucarachas de su cuento «Circe», pero también innumerables alusiones a insectos y artrópodos, por no hablar, dijo, de la analogía que, en «Las ménades», se establecía entre los instrumentos musicales y las cucarachas, o bien la analogía de la motocicleta y el insecto en «La noche boca arriba», etc. En todos esos cuentos [...] exponía el autor de Rayuela la fragilidad de nuestra condición de seres civilizados, inscritos en la modernidad y el progreso, y lo fácil que en realidad nos resulta involucionar a estadios de desarrollo primitivos». No puedo evitar sonreír y batir palmas mentalmente al leer esto, pues esa involución a estadios de desarrollo primitivos es precisamente una de las cosas que más recuerdo de la citada novela de Lispector.

Carecen las obras de Lispector del sentido del humor de las de Vila-Matas, al igual que las del barcelonés carecen del carácter perturbador de las de la brasileña. No obstante, es otra maravillosa coincidencia cómo de alguna manera preconicé los abismos que nos pueden esperar al cruzar un umbral al describir de la siguiente manera la maravillosa portada de Una bruma inquietante en la reseña que escribí de esa novela cuando la leí: «Esa niebla, esas nubes bajas, ese humo que impide ver lo que queda por debajo, como si fuera la etérea puerta que separa cielo e infierno, sin saber muy bien si el cielo es el que queda por encima y el infierno por debajo de ella o al revés». Además, en Montevideo, aunque sea solo por un momento y retirándose prestamente, el escritor catalán nos deja en esta ocasión vislumbrar el horror que cabría esperar encontrar tras el cruce sucesivo de varias puertas en caída libre hacia la realidad.

«De algún modo, pensé, lo filmado en el hospital hablaba de cómo la gente se adaptaba a la nueva realidad que ya estaba entre nosotros, aunque no daba la impresión de que estuviéramos percibiéndola del todo. Sin embargo, ya estaba aquí, y ofrecía una perspectiva aterradora, especialmente si uno avanzaba hacia la puerta del fondo de aquel anexo de mi cuarto único y se planteaba abrirla con la llave Única.Esa puerta no estaba numerada como las otras dos, por lo que intuí que mi llave fracasaría, y no quise ni intentarlo. También renuncié a la cámara nocturna de mi móvil, porque temía que, detrás de aquella puerta y tras el vértigo de los atentados, sólo pudiera encontrarme allí, por lógica sucesoria, una hilera de puertas que fueran creando un corredor de la muerte que podía acabar llevándome al horror máximo, a mi encuentro con lo auténticamente real, aquella dimensión desconocida que, decía mi padre, si un día, por casualidad, se presentara ante nosotros, quedaría tan fuera de todas las cosas conocidas y posibles que, en un brusco desmayo, iríamos a dar contra una puerta, o contra un muro surgido de repente, y caeríamos pasmados».

Ni que decir tiene que he releído mi reseña de La pasión según G. H. Me ha gustado la revisita, y es que no todas mis reseñas soportan igual mis reencuentros con ellas. Me maravilla, además, cómo lecturas que me resultan tan confusas e incomprensibles consiguen fructificar en entradas. Bien sé que ello se debe más al sustrato que son para mí esas lecturas que a mi capacidad para descifrarlas. Sin embargo, lo que más me ha maravillado de esa relectura —además de proporcionarme un inmenso placer— ha sido encontrarme en esa reseña con esto que no recordaba haber escrito: «Por primera vez me he dado cuenta de que haces lo mismo conmigo que hace Julio Cortázar, Clarice. No sé cómo no me he dado cuenta antes. Ambos abrís puertas para mí. Me asomáis al otro mundo, a la otra realidad. Tambaleáis mi equilibrio entre la percepción de la realidad y la realidad en tan solo un instante con tan solo un chasquido de dedos. Traéis el allá al acá, vosotros, viajeros milenarios y ancestrales entre mundos. Solo que Cortázar me agarra y no me suelta. Aunque a veces me confunda o me extrañe, no deja de sostener mi mano. Su vara de zahorí me ofrece agua y joyas valiosas, y, además, me guía hasta la salida para que no me quede perdida». Guau. Os juro que cuando pensé en la brasileña al leer Montevideo no recordaba en absoluto que leyendo a Clarice Lispector me hubiera acordado de Julio Cortázar. Mi cerebro debe de parecerse más de lo que creo a la percepción de la realidad de Johnny Carter, pues creo sinceramente que tiene más agujeros que queso. Bendito tejido ajado.

Cómo os he dicho antes, la trama de Montevideo puede contarse en escasas líneas. La trama de esta novela va sobre un escritor que sufre un bloqueo y sobre cómo recupera la capacidad de escribir. Pero os diré que, a pesar de que ese escritor desea superar ese bloqueo, en cierto modo se resiste a emprender nuevamente el hábito de la escritura. Hay como una especie de tranquilidad en no escribir, como si no escribiendo se volvieran invisibles las puertas que a cada instante acechan. No escribir es condenar definitivamente esas puertas. Confieso que lo entiendo. Os va a extrañar esto que os voy a contar, pero me produce cierta pereza sentarme a escribir reseñas (no sentarme, obviamente, sino escribirlas), cuando, sin embargo, es algo que deseo hacer (otra vez la ambigüedad). Igualmente, hay escritores que me dan mucha pereza, a pesar de saber que una vez me pongo a leerlos los disfruto mucho. Suele pasarme con los muy buenos, qué le vamos a hacer. Casual(o coincidente)mente Enrique Vila-Matas es uno de esos escritores. Recuerda el escritor que no escribe a Tabucchi (el que le contara la anécdota del clochard) tras la muerte de este. Recuerda cuando viajaron juntos a Corvo, la isla más remota de las Azores a la que solo se puede llegar por mar. Recuerda también cuando, una vez allí, un hombre, sorprendido porque hubieran viajado a una isla tan poco habitada solo por verla, les preguntó por qué habían ido hasta allí. Recuerda cómo Tabucchi le contestó: «A Corvo se va por ir». Así, como si de Corvo se tratara, a los libros de Vila-Matas yo voy por ir. Son territorios que merecen el viaje. No sé lo que busco al emprender camino pero sé que voy a encontrar lo que estoy buscando. Montevideo es una tierra ignota por descubrir, aunque íntimamente de algún modo la reconozcamos nuestra. Por eso sabemos que tenemos que ir. Por eso he ido. Por eso, aunque no sé cuando, sé que volveré a Vila-Matas. Por ir.

«Durante años practiqué una especie de saudade secreta, una extraña añoranza de ultramar, melancolía de un lugar que no había conocido y al que no tenía claro que pudiera viajar algún día. Ese lugar era Montevideo».

Montevideo - Enrique Vila-Matas

Symmetry, fotografía de Ryan Oriecuia bajo licencia CC BY-NC 2.0


Ficha del libro: Título: MontevideoAutor: Enrique Vila-MatasEditorial: Seix BarralAño de publicación: 2022Nº de páginas: 304ISBN: 978-84-322-4108-6Comienza a leer aquí
Si te ha gustado...¿Compartes?      ↓

Volver a la Portada de Logo Paperblog