Revista Opinión
La ministra de Trabajo, Elsa Fornero, no pudo contener las lágrimas cuando iba a referirse al durísimo paquete de medidas de ajuste anunciado por el Gobierno italiano. Mario Monti, sonriente, salió en su ayuda mientras aclaraba: “Creo que estaba diciendo ‘pedir sacrificios’”. Más tarde, los sindicatos italianos, reunidos con Monti, reconocieron que el primer ministro era respetuoso con ellos pero que, fuerte como un témpano, no se había echado para atrás ni un centímetro. Y anunciaron huelgas contra el plan de ajustes de un Gobierno que pretende ahorrarse 30.000 millones con la bendición de una iglesia que disfruta de una bula fiscal. Monti reinstauró el impuesto de bienes inmuebles suprimido por Berlusconi en 2008, pero dejó afuera a las entidades religiosas. Buena parte de estos ajustes no tocan a la Iglesia. “No hemos valorado tasar los bienes inmuebles de la Iglesia”, reconocía Monti quien cuenta con la presencia en el Ejecutivo de tres personas consideradas “del Vaticano”: los ministros Lorenzo Ornaghi, Andrea Riccardi y Renato Balducci, quienes sin duda influyeron en la toma de esta decisión. La reacción de los ciudadanos contra estos ajustes ha sido unánime. En sólo 48 horas se han recogido 100.000 firmas para que se elimine tal privilegio de la Iglesia.
Entre el 20 % y el 30 % de todo el patrimonio inmobiliario italiano –115.000 casas, 36.000 parroquias, 9.000 escuelas, 4.000 hospitales y centros sanitarios…– pertenecen a la Iglesia. Pero, desde 1992, el mayor casero de la República goza del privilegio de no pagar el ICI (Impuesto de Bienes Inmuebles). “Si la iglesia es la casa del señor –reza un irreverente página de Facebook– ¿por qué Dios no paga el ICI?”. Tampoco lo pagan las demás confesiones religiosas, ni las embajadas, ni las fundaciones líricas, ni los cines, ni las ONG, ni organismos internacionales como la FAO, ni un número considerable de albergues y hospitales privados que pertenecen a la Iglesia.
El Partido Radical ha desarrollado durante años una campaña para acabar con todos privilegios del clero que podrían engordar las cajas del Estado en 2.500 millones al año. Dicho grupo radical ha interpuesto una demanda ante la UE contrae el Gobierno italiano por trato de favor de la Iglesia. Si se eliminaran todas las exenciones de las que ahora goza Italia, la cuenta ascendería a los 4.000 millones. Hasta la Conferencia Episcopal admite que el plan de ajustes podía haber sido “más equitativo”. Y el cardenal Ángelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, dice que la Iglesia está dispuesta a discutir y a captar, llegado el caso, las correcciones de una legislación que, hasta el momento, tanto le ha favorecido. Incluso se ha mostrado dispuesto a investigar las “zonas rojas”, los “puntos oscuros” en los que las instituciones eclesiásticas hubieran podido incurrir al aplicar torcidamente la exención del ICI. Pero el caso es que todo sigue igual.
El plan de Monti también ha defraudado en la parte que los ricos deberían pagar. Se esperaba un impuesto ejemplar a las fortunas por encima del millón de euros, que Monti desechó porque “habría provocado una fuga de capitales”. A cambio, ha establecido un impuesto del 1,5% al capital emergido de las varias condonaciones de los gobiernos de Silvio Berlusconi (unos 100.000 millones) y ha duplicado las tasas por los coches de lujo, el gravamen a los yates y los aviones privados. Algo que es calificado por el Partido Democrático como “insuficiente”.
La reforma de las pensiones que presentó entre lágrimas Elsa Fornero se ha encontrado con la oposición de los sindicatos, que ya han presentado movilizaciones. Trabajadores y pensionistas han llenado las calles con sus protestas. Y rebaten que sean ellos los que más paguen esta crisis, mientras que la Iglesia y los políticos se cruzan de brazos. Estos últimos son los primeros que se niegan a rebajarse su sueldo. En cualquier caso, Monti no debería subestimar a los sindicatos, porque la próxima decisión de Fornero, con lágrimas o sin ellas, irá enfocada a reformar el mercado laboral y el panorama no se presenta más agradable.