Ubicado en una de las colinas más bellas del Île-de-France, Montmartre fue, es y será una eterna fuente de inspiración tanto para artistas, filósofos, cineastas o los miles de viajeros que día a día llegan hasta él para ingresar en otro tiempo y vivir la inolvidable experiencia de pasar una jornada rodeados de los espacios más bohemios de la ciudad y la innumerable cantidad de cafés que lo transforman en un lugar único e irrepetible.
Si tuviera el atroz desafío de tener que describir a Montmartre en una sola palabra no dudaría en usar el término “cubista” ya que no hay otro lugar en toda París que merezca tanto la pena ser apreciado desde los cuatro puntos cardinales ni que ofrezca mejor vista, desde él mismo, del resto de la ciudad.
Pocos lugares en el mundo tienen tanto encanto en tan poco espacio de superficie y, mucho menos el eclecticismo (palabra que usaría como segunda opción si no me dejaran usar “cubista”) que demuestra en cada una de sus adorables esquinas adoquinadas, en el bullicioso público adicto al café, en los fumadores empedernidos que encuentran allí el lugar propicio para disfrutar del amibalente vicio del tabaco y la lectura o en los cientos de visitantes que atestan la Place du Tertre, mezclados con los pintores de guardapolvo y boina caída hacia un costado que, a cambio de unos pocos euros, dibujan caricaturas o acuarelas tan fieles como una fotografía.
Teniendo en cuenta la cantidad de sitios que hay para ver en el barrio y la incompleta información de las guías tradicionales (en ellas se enumeran los datos más comerciales) les dejo a continuación una enumeración con los lugares que no pueden dejar de ver. Si quieren pueden ir haciéndolos en el mismo orden que aparecen aquí, ya que la distribución geográfica ordenada es la que se tuvo en cuenta para describirlos.
El Sacre Coeur: si bien la gran mayoría de las personas que llegan a Montmartre lo hacen a través del metro (la estación más cercana es Pigalle, justo donde se encuentra el Moulin Rouge) o a través de algunas de las calles cercanas a la Place Louis Michel, todos ascienden inevitablemente la colina por medio de las famosas escalinatas de la Basilica del Sacre Coeur (esas que nuestro recordado Copi y el director Jean Pierre Jeunet tan famosas hicieron).
Una vez arriba se encontrarán con la basílica misma, obra arquitectónica increíble que es uno de los más grandes templos dedicados al Sagrado Corazón de Jesús en el mundo occidental. La idea de su construcción surgió como la necesidad de tener un lugar dedicado a las víctimas de la Guerra Franco Prusiana y, en parte, para lavar algunas culpas de los años de la Comuna de París. Su construcción comenzó en el año 1875 y si bien se completó en 1914 no fue inaugurada hasta 1919, un año después de terminada la guerra.
En su aspecto exterior, de estilo oriental, se ve asi:
En los interiores lo que más sorprenden son la trabajada cúpula de estilo románico
los frescos con motivos de la vida de Jesucristo:
E incluso algunas otras excentricidades relacionadas con el santo...
Place du Tertre: si alguien se animara a decir que es una de las cinco plazas más lindas del mundo, dudo que le lleven la contra. Ubicada a un costado de la Basílica del Sacre Coeur y verdadero centro neurálgico del barrio, en el siglo XVIII fue epicentro de la vida parisina e, incluso, los historiadores aseguran que fue el espacio geográfico donde nació el movimiento Impresionista. Algunos años más tarde, por ella pasaron habitantes como Dalí, Gauguin y Picasso.
Hoy, con la cantidad de artistas callejeros que la pueblan, bien podría ser considerada como una verdadera galería de arte al aire libre. Sobre una de las manos laterales, se encuentra la Galerie Montmartre, un espacio más que interesante, totalmente gratuito y que, en medio del colorido de los cuadros de la plaza, alberga piezas originales e inéditas de Salvador Dalí y otros artistas contemporáneos, generalmente del movimiento surrealista.
Cafés: recomendar uno sólo en Montmartre es tan difícil como elegir un perfume ideal para una persona o el regalo adecuado para una mujer. Los hay de todos los estilos, estéticas y para todos los públicos que se puedan imaginar. Clásicos, modernos, vintage, pop, chill-out, minimalistas o barrocos, es sólo cuestión de dar un paseo previo y dejarse llevar por una primera impresión. En lo personal aconsejo que no dejen de visitar La Bohéme (ese que inspiró el clásico tema de Charles Aznavour), el Clairon des Chasseures (dedicado al mundo del Jazz) o el Des Deux Moulins, donde se filmaron la mayor parte de las escenas de Amelie.
Casas de souvenirs u Obras de arte: Montmartre quizás sea uno de los mejores lugares en toda la ciudad para comprar regalos, recuerdos, obras y objetos de arte. La mayoría de los locales son atendidos por inmigrantes provenientes de Africa o países de Asia tales como India, China o Nepal. En muchos de ellos se acepta el modo de negociación por regateo (sobre todo cuando se compra en cantidad)
El merchandising de París es inagotable, pero los más tradicionales (y que cuestan pocos euros) son llaveros, reproducciones de íconos arquitectónicos en miniatura, postales, pósters, tazas,bolas de nieve con los monumentos más importantes, reproducciones de pinturas o bien bolsos, remeras y cualquier tipo de ropa que sirva para portar el "París je t´aime", "I Love Paris" o el clásico que reza que "La Nuit de Paris c´est unique"
Si bajan hasta el Boulevard de Clichy, en la zona cercana al Moulin Rouge, se encontrarán con tantas casas de sexo como jamás hayan visto, y allí, podrán conseguyir recuerdos y regalos un poco más sofisticados, como estos:
Para quienes tengan la posibilidad de ir de noche, les recomiendo que se den una vuelta por los viñedos del barrio o se acerquen al Cabaret Au Lapin Agille (El Conejito rápido) que es un sitio que a finales del siglo XIX albergó a los personajes que hicieron la bohemia francesa tales como Aristide Bruant (creador del Moulin Rouge) y Toulouse Lautrec, genio que pintó como nadie los claroscuros de los años del French Can-can.
Hoy el lugar ofrece veladas nocturnas de música como en los años veinte, con una cena típica francesa (en la que no falta el plato de conejo) y artistas que cantan, bailan y recitan sobre el escenario mientras el público disfruta de un habano o una copa de champagne o, como en los tiempos del Moulin, de la poderosa y excitante absenta.