"Quien desee esforzarse seriamente en ese terreno [elaborar un juicio estético] pasará por las mismas experiencias de quien, siendo ya adulto, por ejemplo de soldado, se ve obligado a APRENDER a CAMINAR, después de haber sido hasta ese momento, en ese sentido, un principiante aficionado y un empírico; son meses de fatiga: tememos que los tendones se rompan; perdemos toda esperanza de poder llegar nunca a ejecutar cómoda y fácilmente los movimientos y a fijar las posiciones de los pies, aprendidos consciente y expresamente; vemos con terror con qué torpeza y tosquedad colocamos un pie delante del otro, y tememos habernos olvidado completamente de caminar y no poder nunca volver a aprender a caminar bien. Después, de improviso nos damos cuenta de que los movimientos aprendidos expresamente se han transformado ya en una nueva costumbre y en una segunda naturaleza, y que la antigua seguridad y la antigua fuerza del paso vuelven fortalecidas, y acompañadas incluso de cierta gracia: ahora sabemos también lo difícil que es caminar, y podemos burlarnos de quien, al caminar, sea un empírico tosco o un aficionado que crea moverse con elegancia. Nuestros llamados escritores "elegantes" no han aprendido nunca a camina, como demuestra su estilo: y, desde luego, en nuestros institutos, como lo demuestran nuestros escritos, no se aprende a caminar".
Nietzsche, F. (2000) Sobre el porvenir de nuestras escuelas. Barcelona, Tusquets, pp. 75-76.