Revista Opinión
Monzón fue toda su vida un iluminado. Además de un retrógrado que, como vimos, dudó en elegir la patria por la que matar, para que luego digan que estas cosas vienen determinadas por la historia. En el breve ensayo que le dedicó Martínez Rueda en la REP aparecen datos muy interesantes para entender lo cochambroso de su pensamiento, un pensamiento que también se atisba en la entrevista que concedió al País el 7 de marzo de 1980 (ya saben, el año negro de ETA).
Ya en los setenta había vomitado que “Los vivos se deben a los muertos”; y pasó sus últimos años buscando la continuidad entre la guerra civil y los etarras, a los que consideraba los “nuevos gudaris”.
Reaccionario feroz (por eso acabó en Herri Batasuna), en 1931 afirmó que la Constitución republicana, en caso de perdurar, "acabaría por destrozar nuestra vida y el espíritu vasco". Especial repulsa, señala Martínez Rueda, le producía la ley del divorcio, no solo por la poca noción de trascentalidad (sic) y terrible egoísmo que suponía, sino sobre todo porque servía para acabar con la esencia íntima de nuestro ser, de nuestra familia, de nuestra libertad.
Continúa Martínez Rueda analizando su pensamiento en relación con la mujer y asegura que Monzón pensaba que la mujer vasca debía ser ante todo buena esposa y buena madre, para llevar a cabo la alta misión a la que estaba llamada, esto es, educar a los hijos haciéndoles patriotas. Y, frente a las propuestas de emancipación de la mujer planteadas en la Segunda República, aconsejaba a las emakumes que en la vida matrimonial no les importe ser dominadas por el marido que, a fin de cuentas, el ser dominado es prueba del que se ama más intensamente.
Un mierda