Revista Cine
Naufragio (España-Alemania, 2010), segundo largometraje de Pedro Aguilera, es un retroceso creativo por parte del exasistente de dirección de Carlos Reygadas. Su opera-prima, La Influencia (2007), está mucho más focalizada que esta suerte de re-interpretación del Robinson Crusoe de Daniel Defoe, demasiado vaga y elíptica para mi gusto.El protagonista, un inmigrange sub-sarahiano llamado Robinson (Solo Toure), aparece inconciente en las costas mediterráneas españolas. Es adoptado por una colonia de trabajadores ilegales que laboran en unos invernaderos. Robinson se queda un tiempo ahí, mientras retoma sus fuerzas para cumplir cierta misión. Finalmente, llega al norte español, al País Vasco, a un pequeño pueblo en donde encuentra un hostal, un trabajo y, al final, la razón que lo llevó a España. Suponemos que él entiende esa razón; nosotros, no tanto. Sólo que lo mueve la venganza. Cuando la cumple, la película termina. Alabado sea el Señor. La narrativa de Aguilera es elusiva hasta la exasperación pero, a su favor, hay que decir que su puesta en imágenes es muy profesional -una mención especial al diseño sonoro- y que la mezcla de actores no profesionales y profesionales funciona mejor que en muchas otras cintas similares, nacidas de la influencia de Reygadas, "Joe" y el slow-cinema tan en boga y tan festivalero. Como Naufragio no está en concurso en Morelia 2011, no ganará nada. Supongo. La que creo que puede tener alguna oportunidad -aunque por lo menos un par de colegas la han aborrecido de manera vehemente- es Nos Vemos, Papá (México, 2011), opera prima de Lucía Carreras, coguionista de Año Bisiesto (Rowe, 2010). La treintañera Pili (extraordinaria Cecilia Suárez) sufre la muerte de su padre y no puede lidiar con ella. La morosa mujer deja de ir al trabajo, se enclaustra en la casa paterna y duerme en la cama del muertito, decidida a no decirle adiós al hombre de su vida. Muy pronto será más que obvio que la obsesión de Pilar por su idealizado padre muerto ha ido demasiado lejos y su familia -su hermano, su cuñada, su tía- no saben qué hacer con ella. Suárez logra una interpretación notable: su locura puede ser inquietante, lastimosa, divertida y, finalmente, gozosa, como se manifiesta en la última toma, un primer plano de su rostro triunfante. Una locura feliz.Sin embargo, decía, la película provocó reacciones violentas entre algunos colegas, entre ellos el siempre apasionado Robert Koheler, quien padeció, como quien esto escribe, la primera función nacional de la más reciente película de Arturo Ripstein, Las Razones del Corazón (México-España, 2011).Bueno, padeció es un decir, porque salió despavorido antes de la mitad. Un servidor, estoicamente, se quedó hasta el final nomás porque soy muy macho. Habría que decir que no es lo peor que ha hecho Ripstein en su carrera y que hay varios elementos rescatables de esta cinta -la impecable actuación de Alejandro Suárez, un Plutarco Haza muy justo, la cámara en blanco y negro del infalible Alejandro Cantú, algún chispazo casi almodovaresco en uno que otro diálogo- pero, en lo personal, el nivel de abyección al que hace caer a su personaje y actriz principal -Arcelia Ramírez en una versión clasemediera pinche de Madame Bovary- me provocó un rechazo tan visceral que pude mitigar, en gran medida, porque me distraje admirando las bien ejecutadas tomas sostenidas de la puesta en imágenes de Cantú.Entiendo que la película entra, a veces, en un registro de humor negro; el problema es que eso queda, las más de las veces, en un intento fallido. Y los diálogos de Paz Alicia Garciadiego -que aquí tiene el último crédito, por encima de su marido, el director Ripstein- no ayudan mucho. Algunas frases parece que van en serio: "Me aplastas el pecho con tus reclamos", "Mi amor ahoga, quita el aire", "Eres la cuba libre del galán esquivo", "Me da miedo tu amor", "Nacer es lo que me duele", "Tú no sabías que te llevabas mi vida entre tus piernas", "Me da vergüenza vivir mañana" y así hasta un alargado desenlace en el que para variar, hay más abyección de la que yo, por lo menos, puedo soportar. No aguanto nada, ya lo sé. La que sí aguanta todo es la boxeadora Ana María "la guerrera" Torres, campeona mundial salida de la tierra brava de Ciudad Neza. La Guerrera (México, 2011), opera prima documental de Paulina del Paso, es un documental muy convencional pero muy efectivo sobre los esfuerzos de Torres por llegar a la cima del boxeo profesional femenino que, por lo que se ve en la pantalla, no tiene el mismo caché que los catorrazos que se dan los hombres.La estructura es sencilla: entrevistas varias, seguimientos de ella en entrenamientos, las peleas en las que triunfa y fracasa, conflictos con los que tiene que lidiar -su novio/representante/entrenador tiene una relación conflictiva con la madre de Ana María- y, por supuesto, lo que sucede cuando ella se baja del ring. Como suele suceder con los documentales sobre boxeo, es más interesante el fracaso que el triunfo -acaso porque en el fracaso hay, evidentemente, más drama.La Guerrera no es ningún hito en el cine documental mexicano, pero sí una muy profesional y entretenida cinta de boxeo que -y esto es un elogio- bien podría programarse para su exhibición en ESPN o en cualquier otro canal deportivo de televisión. Ojalá que ahí la veamos pronto.